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Un oasis entre el aburrimiento

Manzanares se llevó el único trofeo de una tarde marcada por el anodino juego de los astados del hierro de Juan Pedro Domecq

Manzanares da un pase templado a su primer toro de la tarde. EFE/Raúl Caro

Otra vez la tarde lo tenía todo para acabar en éxito. El cartel de «No hay billetes» de nuevo colgado en las taquillas (tercero con la presencia de Manzanares), el aroma de una feria en plena ebullición, un público plenamente predispuesto al éxito... Y llegó la «juampedrada». Para los ignaros en terminología taurina moderna, quiere referirse este neologismo a la corrida con el hierro de Juan Pedro Domecq abundante en descastamiento, flojera de fuerzas y que hace difícilmente soportable aguantar las dos horas y media que suele durar un festejo. Los elegidos por las figuras. Con esto, ya queda dicho casi todo, y comprenderá el sufrido lector que en el desierto de la bravura, cualquier atisbo de luz parece un oasis para el paciente espectador.

Y el oasis de la tarde, ya metidos en faena, fue sin duda el segundo toro, primero del lote del torero alicantino. No es que resultara nada del otro jueves, pero cierto es que aguantó a la postre una faena completa y permitió al diestro cuajarle momentos interesantes por ambos pitones. Cuidando y dosificando, que quizá sean los verbos menos taurinos del diccionario, y que dicen ya mucho. Si no hay sometimiento y poder, el toreo pierde casi toda su razón de ser.

Elegancia

Manzanares tiene la habilidad de llenar todos los espacios, de vestir de elegancia cuanto hace, y cuando un toro colabora algo, ahí está el de Alicante para completar lo que no hay. Ya de salida le dibujó un ramillete de verónicas rematadas con media muy templada. Saludaron en banderillas Suso y Luis Blázquez, y dejaron al toro para que Manzanares midiera tiempos, distancias y velocidades. «Manzanilla» pedía mucho pulso, mando y caricia, y su lidiador lo administró a la perfección. Tras la tanda a derechas de tanteo, llegó una al natural bien ligada, con prestancia. Otra vez los de pecho surgieron rotundos. Volvió a la derecha para cimbrear una nueva serie de nota, rematada con cambio de mano jaleado. El viento molestó para decidir los terrenos. Bajó algo el nivel otra vez al natural, y una nueva tanda con la espada montada surgió larga, templadísima, completada con dos de pecho, uno por cada pitón. Unos ayudados para cerrar al animal preludiaron la estocada contundente, «hasta los rubios» o «hasta los gavilanes», que decían los antiguos revisteros. Una oreja de premio, que se suma al tremendo historial de José María Manzanares en esta plaza.

El cuarto tuvo tan poca gracia como el resto de la corrida. Un auténtico plomo, por blando y desrazado. Apenas se tragó un par de tandas reseñables, hasta que un desarme lo apagó todo. La noticia llegó con la espada. Cinco pinchazos, media estocada y dos descabellos. Inédito en un torero tan eficaz como el alicantino, aunque el astado, muy a la defensiva, no lo puso fácil. Escuchó un aviso.

Enrique Ponce apenas tuvo opción con el primero. Se llegó a poner pesado con un astado denso y moribundo. Al cuarto le arrancó a favor de querencia tal que cual derechazo estimable. No necesita Ponce ni que le jaleen, que ya él solito se espoleó en cada muletazo. Con la espada no se comprometió lo más mínimo con ninguno. Silencio con aviso y saludos su balance.

Sin oponentes

Una pena que Ginés Marín apenas tuviera oponentes para lucir lo más mínimo. Muletazos sueltos al descastado tercero, y al segundo sobrero sexto, ni eso. Le gente estaba ya muy caliente con el ganado, y no estaba para nada más. Saludos y silencio. Para el recuerdo, el quite al segundo por verónicas mecidas y remate con una media a pies juntos.

Acaba Manzanares una feria de feos inicios, cuando el Domingo de Resurrección apenas tuvo opción y sufrió además un feo percance. De la tarde del martes, con los «cuvillos», sin duda cuajó su mejor faena al buen «Encendido», premiada con doble trofeo, aunque quedó sensación de ocasión perdida en su otro ejemplar para abrir la Puerta del Príncipe. Y de ayer, ya queda dicho. En ningún lugar se siente José Mari como en la Maestranza, y a ningún torero mima tanto el público sevillano como a nuestro paisano. Que el idilio continúe.

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