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«No volveré a los ruedos porque ya no me queda vanidad»

En el interior de la montaña alicantina, en los alrededores de Relleu, escondido entre laderas a las que llega, de lejos y con ternura, el aire húmedo del Mediterráneo, vive un torero su retiro espiritual y físico

Esplá, en su retiro de la taifa de Jorba. información

Luis Francisco Esplá vive en su propia taifa porque sus terrenos vitales lindan con él mismo. Porque si alguien sabe de terrenos, sobre todo de los del toro, es él. Por eso maravilla adentrarse por unas horas y perturbar el descanso del guerrero.

Tras el éxito de aquella vuelta esporádica en Arles

No. Yo iba a Arles a decorar la plaza, y Juan Bautista, torero y organizador, me planteó participar. De vuelta del viaje, sucumbí a mi vanidad y acepté. El problema es que ya no me queda vanidad (ríe).

¿No ha vuelto a coger los trastos, no siquiera en su plaza de esta su Taifa de Jorba?

Desde Arles me planteé no volver a torear. Además, me encuentro tan metido con el tema de la pintura que tampoco tengo tiempo. Torear de salón como terapia, sí. Es un ejercicio muy parecido a ciertas artes marciales como el tai chi, el yoga y otras disciplinas orientales que cifran en la cadera todos los movimientos. Dependiendo de cómo equilibre el torero la cadera, el aplomo de los pies respecto a ella, se define de una manera u otra. El toreo de salón te permite escuchar tu cuerpo para que no haya tensiones, sino fluidez, casi en un ejercicio de introspección donde percibir todo tu cuerpo, conseguir que no sea forzado pero llegue a sus límites, sin romperlos.

¿Qué recuerdos afloran ahora de su padre, Paquito Esplá, recientemente desaparecido

Mi padre nos enseñaba sobre la práctica. Nos avisaba una vez y luego nos dejaba que contrastásemos nosotros mismos, en presencia de los animales. Él era muy reservado, nunca nos hablaba de sus hazañas taurinas. Yo lo tenía por un artista más minúsculo, anecdótico. Pero ahora que estoy revisando toda su documentación, me doy cuenta de que estuvo diez años de novillero toreando con todos los toreros importantes de la época. De las últimas palabras que le recuerdo, cuando sufrí la cogida en Monóvar y un toro me rompió dos costillas, y él solo me dijo: «Te está bien empleado, por poner banderillas al violín». Lo hice por una apuesta con Santiago López. Y una vez más, mi padre tenía razón.

¿Cómo ha asumido su nuevo papel como comentarista de retransmisiones taurinas?

Hay que cambiar la percepción. Hasta ahora yo he engolosinado la mía, veía lo que me gustaba. Pero ahora, como un crítico gastronómico, me toca degustarlo todo e intentar ser ecuánime. He tenido que reeducar mi percepción y someter ese egoísmo, esa idealización que se busca siempre ante la obra de arte. Lo que nos queda del arte no es lo que ha ocurrido, sino la emoción que recordamos, las sensaciones. Ahora tengo que invertir ese proceso para ser aséptico, aunque a veces uno no se puede reprimir.

¿Hacia dónde van los gustos de Esplá aficionado?

Quiero ver cosas distintas. Morante de la Puebla, por su naturalidad de movimientos, es todo lo que me enseñaron a mí. Luego está lo de José Tomás, o Roca Rey en la actualidad. Abandonarse completamente, eliminar cualquier amago de instinto, es conmovedor. Son capaces de maquillar el valor, que parezca que no está. El valor, si se muestra demasiado, puede llegar a ser pornográfico. Prefiero el erotismo, donde la sugestión, la insinuación están por encima y nunca el valor se hace evidente.

¿Han cambiado mucho los medios de comunicación desde su juventud?

Los medios ahora son menos humanos que cuando yo los conocí. Antes había personas insustituibles. Saber que no dominan los seres humanos, sino que los medios son un ente abstracto que domina todo lo demás, yo ya no lo veo claro. Además, los artistas hoy corren peligro, porque los medios tienden a succionar y poner en riesgo la duración en el tiempo. Al toreo le hace falta un gestor de imagen a todos los niveles, porque hay que cambiar muchas de las directrices actuales. Ya no valen la experiencia de los que han estado muchos años, porque la dinámica actual ya no tiene nada que ver, ha cambiado por completo en muy poco tiempo.

¿Cómo se lleva con las redes sociales?

Estoy muerto y enterrado. No me interesa nada que vaya más allá de la relación humana. Ni el qué dirán, ni lo que aparezca ahí. Es un tema emocional. Si tú estableces una relación con cierta carnalidad, con sustancia, entre personas que se ven, se escuchan, y de repente pasas a un mero contacto a través de un teclado y una pantalla, todo se vuelve muy volátil, y se me hace muy difícil creer en ese vínculo. A mí, una admiradora que se me declare por internet no me conmueve. Sin embargo, viene El Rosco el día de mi despedida en Madrid, me pone la mano en el muslo y me dice con su voz ronca: «¡Esplá, no te vayas!», y se me caen las lágrimas.

Hablando de su hijo, ¿cómo ha vivido su reciente retirada?

Yo ya le advertí cómo estaba el negocio. En los últimos años ha cambiado la dinámica del toreo, y ha desaparecido el circuito de plazas donde se movían los chavales que empezaban. Ahora la solución pasa por ir a Madrid, que ocurra el milagro y sobrevivir al siguiente naufragio: una corrida dura, en una fecha inhóspita... Y después de todo eso, a ver cuándo puede ganar dinero. Hoy solo lo hacen diez toreros, y la recompensa para el resto tarda mucho, si llega. Es complicado, porque así se acaba con el caldo de cultivo con el que se regenera esto. Y si no, nos vamos al carajo.

¿Y de dónde estamos más cerca?

Es difícil. Yo llevo mucho tiempo diciendo que el toreo terminará siendo un espectáculo elitista, como la ópera o el teatro. Perderá mucho de su engranaje popular para convertirse en algo mucho más delicado. Cambiará todo, empezando por el público, que ya va perdiendo dureza por esto mismo. Se ha sensibilizado mucho más.

¿Cree que llegará a cambiar la estructura de la lidia?

El toreo es un espectáculo vivo, cambiante, donde la gente se manifiesta con inmediatez, donde se descarnan los sentimientos y se viven emociones vírgenes, sin elaborar y sin razonar, y por eso el individuo aflora tal cual es. Por eso es absurdo negarse a que el espectáculo evolucione. Eso sí, el sacrificio es incuestionable, porque es lo que le da sentido. La muerte ha sido el elemento de cohesión social desde que el hombre existe. Y en los últimos tiempos parece que la sangre está desterrada de la sociedad, hay que maquillarlo todo. En un espectáculo como la tauromaquia, que se ha depurado y evolucionado tanto, contra la que se lleva siglos atentando y todavía sigue con nosotros, veo muy difícil que desaparezca tan rápido como dicen. Creo que el arraigo y la enjundia de este arte, la reflexión en torno a los toros, nos lleva a ser mejor sociedad.

Como artista, ¿cómo ve la actual situación de la libertad de expresión?

A mí me encanta el equilibrio. Y esta sociedad está muy polarizada, nunca ha habido una sociedad con una parte tan de izquierdas y otra tan de derechas, y esto es un síntoma de desequilibrio. Cuando todos deberíamos caminar por la zona del centro, evitando esos márgenes que llevan a cosas fatales. Más que la libertad de expresión, lo que más me preocupa es la necesidad de esta sociedad actual de crear argumentos que nos distancien. Cuando se trazan líneas y fronteras, hay quien se empeña en pasar esas líneas. Y luego hay un empeño en la fidelidad a las ideologías por encima de la razón que me aterra.

Como, por ejemplo, Cataluña...

España siempre se ha movido entre el esperpento goyesco y el surrealismo daliniano. Todo lo que cabe en medio, eso es España. Y el problema es que no hemos cambiado en nada. Unos nos quieren llevar al esperpento y otros al surrealismo. Pero a nadie se le ocurre la serenidad de Velázquez, su equilibrio.

¿Se ve en la política?

Mientras la política se mueva en los grados de perversión actuales, no me interesa. Las derechas e izquierdas se están empeñando en la creación de un bestiario, cada uno en su línea, para mantener vivas sus diferencias, llevar a la gente a los extremos y producir el desequilibrio, en lugar de aceptarse mutuamente. Además, es muy sospechoso que pertenecer a una ideología tenga que guardar consonancia con una estética moral y artística. Y eso considerando que soy un agnóstico religioso, político y casi emocional. Que no significa ser bueno, pero sí me hace contemplar las cosas con distancia. Me lo pensaré cuando la política adquiera el talante humanista que tenía, y que se ha destrozado para convertirnos en números. Si yo pudiera contribuir en algo, lo haría, pero ahora mismo es un no rotundo.

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