Stephen Hawking fue un genio que desveló secretos del universo y luchó contra una terrible enfermedad. Disfrutaba de un estatus de estrella del rock, y su vida fue objeto de una película, The Theory of Everythin, que le valió el Oscar al actor que lo encarnaba, Eddie Redmayne.

Hawking siempre creyó que la ciencia era su sino. Pero el destino fue cruel. A los 21 años le diagnosticaron una forma atípica de ELA. «Traté de llevar una vida lo más normal posible, y no pensar en mi enfermedad o lamentar las cosas que me impide hacer, que no son tantas», escribió una vez.

Hawking, sin embargo, distaba mucho de ser normal. En el interior de su cada vez más deteriorado cuerpo había una mente brillante, fascinada por la naturaleza del universo, cómo se formó y cómo podría terminar.

En 1974, se convirtió en uno de los más jóvenes miembros de la Royal Society, la sociedad científica más prestigiosa del Reino Unido, con sólo 32 años.

En 1979 fue nombrado titular de la prestigiosa Cátedra Lucasiana de la Universidad de Cambridge, centro al que llegó procedente de la Universidad de Oxford para estudiar astronomía teórica y cosmología. La cátedra, a la que tuvo que renunciar al cumplir la edad límite de 67 años, fue ocupada tres siglos antes por el «padre» de la gravedad Isaac Newton. Hawking puso a prueba las teorías de Newton en 2007, cuando a los 65 años realizó un vuelo de gravedad cero en Estados Unidos, en lo que esperaba fuera sólo un primer paso antes del vuelo suborbital espacial que esperaba llegar a realizar.

«Pienso que la raza humana no tiene futuro si no va al espacio», insistió en los últimos años de su vida. «Creo que la vida en la Tierra está ante un riesgo cada vez mayor de ser destruida por un desastre, como una guerra nuclear repentina, un virus creado genéticamente u otros peligros», dijo.

«Me parece que acabo de perder 100 dólares», admitió en 2012 tras el anuncio del descubrimiento del bosón de Higgs