Sobre una simple botella de plástico de 1,5 litros pivota la exposición inaugurada ayer en la Lonja de Alicante por Hugo Martínez-Tormo (València, 1979), que pretende alertar visual, gráfica y artísticamente al espectador del peligro que la acción humana y los plásticos suponen para los océanos, los animales que habitan en ellos y quienes disfrutan de sus aguas. Esta denuncia medioambiental que lanza Martínez-Tormo llega en forma de esculturas, dibujos e instalaciones bajo el título de La deriva de un gesto post-romántico, con textos explicativos que el espectador hará bien en leer.

El título de la muestra, explicó el artista, parte de esa botella de plástico que vio un día flotando en el Parque Natural de la Albufera y otro en el del Cabo de Gata. Si lanzar al mar una botella con un mensaje dentro era entendido como un gesto romántico, «¿qué pasa si vieras hoy a una persona lanzando una botella de plástico al mar? ¿Sería un romántico o un cerdo? Para mí sería un cerdo. Este gesto ha dejado de ser bonito, romántico o de ensoñación y el mensaje está en la botella en sí, en el mensaje que lanzamos cuando hacemos algo así».

Martínez-Tormo, también ingeniero agrícola, siempre ha estado preocupado por el entorno y la destrucción de la naturaleza y, en concreto sobre la contaminación marina, considera que «es un filón para llamar la atención» sobre este problema que «tampoco se aborda mucho desde el arte o la cultura».

La muestra, seleccionada por el Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana a través de la convocatoria Escletxes, varía en su contenido con lo expuesto en València, pero se mantiene el Cachalote, instalación de 10 metros de longitud en la que se reproduce lo encontrado en el interior de un cachalote con las mismas dimensiones hallado muerto en la costa de Granada en 2012: 30 metros de cubierta de invernadero, 2 mangueras, 2 macetas, 7 sacos plastificados, 2 garrafas de plástico, 1 bote de detergente, perchas, cuerdas, entre otras.

Otra pieza es 1.16.625, formada por tres fotografías del proceso de descomposición de una botella de plástico, que los estudios estiman que en el mar «se degrada mucho más rápido que en tierra y en un año se convierte en 10.000 microtrocitos que flotan y entran como alimento de los peces que acaban ingiriendo las personas y que contienen elementos muy tóxicos como el Bisfenol A», indica el artista.

El resto lo componen pirograbados, realizados con calor, en diálogo con esculturas de plástico reciclado -polietileno de alta densidad derretido- que simulan corales o esponjas y otras de color dorado «porque el plástico sigue siendo el oro del siglo XXI, se sigue invirtiendo en él y lo seguimos comprando». Un material dañino para el entorno que él convierte en arte y acaba «sacando de la circulación y dándole uso, aunque sea un material que no está muy bien visto en el arte».