La magia negra, o nigromancia, es aquella que se aplica a favor de fuerzas oscuras con idea de causar daño a otros. Los hechiceros de la Edad Media que la practicaban seguían las instrucciones registradas en los grandes grimorios, repletos de rituales. Ellos solían invocar a satanás. La modelo y su madre, más de güija casera, aquelarres menos rimbombantes, optaron presuntamente por acudir a la mesa camilla de uno de esos videntes de que pueblan la piel de toro. Cuentan -ellas no se han pronunciado, el brujo se ve que rehusó- que le pidieron que los ex de la niña no hallaran reposo, que el tenista no metiera bola y el piloto no llegase a meta (ni al altar), pero todo por vía esotérica, eso sí. Nada de violencia. Algún conjuro, una pócima cualquiera, un hechizo de última generación. Alguna cosa, sin llegar a mayores, pero de mayor efectividad que la cubitera cutre de Víctor Sandoval, que por pelusilla profesional metía en el congelador a Mari Tere Campos y a Terelu. No a ellas, claro, que no le cabían con tanto palito de cangrejo, sino sus nombres en un papel. También a Nacho Polo. Y ya ven cómo le fue. Por confiar en Sandro Rey o uno de esos. En lugar de entregarse a Aramís. Sin condiciones.