Dos años sin Rafael Chirbes. El vacío se hace menos intenso en su casa de Beniarbeig, en la sede de su incipiente fundación, en la guarida de sus últimos años. Desde el balcón del «palacio de invierno» (así llamaba el autor al primer piso, el que habitaba los días en los que anhelaba la tibieza del sol), se divisa el mar y el Montgó, que asemeja un gran buque encallado. El «palacio de verano» es la planta baja de esta humilde casa; corre la brisa. Chirbes buscó refugio en la falda de Segària, en una casita rodeada de huertos de naranjos. Allí late la pulsión literaria del autor de Crematorio y En la orilla, Premio Nacional de la Crítica en 2007 y 2014, fallecido hace dos años. El secretario de su fundación y su sobrino, Manolo Micó, afirma que en esa casa Chirbes, nacido en Tavernes de la Valldigna y cuyos padres eran de Dénia, buscaba un lugar «periférico de la civilización». El escritor, como antes hizo en su retiro de Valverde de Burguillos (Badajoz), necesitaba apartarse de ese mundo sórdido, corrupto e hipócrita que con tanta verdad retrató en sus novelas.

La casa da las pistas justas. Chirbes pasaría por un escritor un punto huraño, un anacoreta de las letras. Pero la verdad trasciende las cuatro paredes. Está en los libros. En la magnífica biblioteca que atesoró un autor que, como exige el oficio, fue lector compulsivo. Álvaro Angosto está ahora catalogando los libros. Y no se atreve a decir cuántos hay. Los anaqueles están ahítos, pero ocultos tras los libros que se ven también hay unos cuantos.

«Llevamos contados 4.600 y todavía no hemos entrado en los de arte, gastronomía y política. Puede haber unos 6.000. Y ninguno es morralla, dado que Chirbes ya seleccionó los que quería quedarse», explica Angosto. «Sí, trabajaba los libros, los subrayaba y hacía anotaciones. Pero siempre de manera muy pulcra», añade.

Angosto es el primer investigador que desentraña al Chirbes lector. Husmear en su biblioteca, poner en orden ese universo, es casi como conversar con el autor. Los subrayados, las notas, la selección de libros en sí revelan inquietudes y obsesiones. Chirbes está en los libros. En los suyos y en los de otros. Al investigador le llama la atención lo releídas y subrayadas que el novelista tenía las obras de Galdós, de Marcel Proust y del filosofo marxista Georg Lukács. Entre las hojas de esos libros, hay fichas con comentarios, incluso pasajes de tren (el autor también fue un gran viajero).

En esa biblioteca, están las piezas del rompecabezas, la posibilidad de reconstruir a Chirbes (o de al menos interpretarlo) a través de su faceta de lector meticuloso.

«Creo que a Proust lo releía una vez al año. Sus obras, tanto en francés como las traducciones al castellano, están muy machacadas», precisa Angosto.

Este investigador reconoce que, al principio, daba por «imposible» catalogar la extensa y miscelánea biblioteca. «Ahora creo que empieza a ser posible».

La verdad es que hay mucha tela que cortar. En los libros, está la clave. Incluso en las dedicatorias de obras de colegas se puede tirar del hilo. Juan Eduardo Zúñiga, al dedicarle su libro de relatos Capital de la gloria, ambientado en el terrible Madrid de la Guerra Civil, escribe: «Para Rafael, que también sufre la tragedia española».

Chirbes, como Zúñiga, se enrola en esa causa unamuniana del «me duele España». La desazón del escritor (y del lector), el drama, la lucidez, la ironía, también la esperanza... todo palpita en esos 6.000 volúmenes.