El realizador vasco Pablo Berger estrena el próximo día 4 de agosto su tercer largometraje, Abracadabra, una comedia «incalificable, inclasificable y tremendamente hipnótica», que requiere de espectadores abiertos de mente para disfrutarla. «Como director quieres hipnotizar al espectador, pero igual que no todos los que van a un mentalista son sugestionables, si el espectador no quiere, no hay manera. Tiene que venir sin prejuicios y con ganas de ser abducido, entrar en esta montaña rusa y dejarse sorprender», afirma Berger en una entrevista.

Abracadabra cuenta la historia del espíritu sensible de un joven esquizofrénico ( Quim Gutiérrez) que acaba dentro del cuerpo de un gañán de Carabanchel ( Antonio de la Torre) por culpa de una sesión de hipnotismo con la que un aficionado, Pepe ( José Mota), primo de su deliciosa mujer, Carmen ( Maribel Verdú), quería amenizar una boda.

La película es un mestizaje de géneros, «una comedia hipnótica o una comedia dentro de un drama, dentro de una película de género fantástico, con un único objetivo: que el espectador nunca sepa qué va a pasar al minuto siguiente», explica el director.

El origen de la historia, explica Berger, está en un momento de su propia vida cuando un amigo suyo se ofreció a colaborar con un hipnotista con la idea de boicotearle el espectáculo, pero «para su sorpresa, y la mía -dice-, cayó fulminado tras la palabra Abracadabra. Esa imagen quedó ahí, y yo, que soy más guionista que otra cosa, me puse a escribir».

Berger, que tardó unos cuatro años en terminar Torremolinos 73 (2003) y unos pocos más para la ganadora de diez Goya Blancanieves (2012), dice que su forma de escribir es «caótica» y que el teclado de su ordenador se parece más al tablero de una guija: «Me encanta dejarme llevar», afirma, para después «poner orden al caos». Reconoce su debilidad por el cine de Woody Allen, «sobre todo cómo envuelve a gente normal en situaciones extraordinarias», y en este caso homenajea La maldición del escorpión de jade.

Una propuesta arriesgada que requiere de la complicidad del espectador. «Esa es la clave: o entras y te dejas llevas o no vas a disfrutar la película», afirma Maribel Verdú. Brillantes los actores, de Verdú a José María Pou, éste en un papel desternillante, cabe destacar el despliegue de Antonio de la Torre en una doble personalidad que se averigua sólo con su mirada, un esfuerzo que el malagueño lleva al límite, hasta el punto de convertirse en un John Travolta bastante digno.

De la Torre, que se ha reconocido «arrítmico» en el peor sentido de la palabra, «es un trabajador incansable», asegura Verdú, que no ha parado hasta conseguir su objetivo.