¿Se considera una escritora existencialista?

Sí. La novela del siglo XXy XXI está muy centrada en la muerte, y la mía especialmente. Los temas principales de mi literatura son la muerte, el sinsentido de la vida, lo que el tiempo nos hace y, sobre todo, lo que el tiempo nos deshace. Vivir es ir deshaciéndose en el tiempo, y nos pasa desde la cuna. Recuerdo que tenía diez años y ya me decía: «Rosita, mira la tarde tan bonita, disfrútala porque pronto será de noche».

¿Le ha preocupado siempre el paso del tiempo?

Ha sido una obsesión. Y he tenido ataques de angustia por esa obsesión con la muerte. Los tuve cuando tenía diecisiete o dieciocho años y por eso estudié Psicología, para entenderme. La última etapa de ataques fue a los treinta; desde esa edad cesaron.

¿Ha ido aceptando mejor lo que es la vida?

Sin duda, pero hay otras cosas que influyen. Lo primero es perder el miedo al miedo. Los ataques de angustia son una dolencia común y hay mogollón de gente que los tiene. Tienes miedo a que te venga el miedo. Vengo de una época y de una clase social en la que nadie pensaba en llevarte al psicólogo o al psiquiatra. Yo pasé mis ataques a pelo, sin un ansiolítico. Aprendes que no te quedas ahí. Y lo definitivo, en mi caso, fue que empecé a publicar. Escribo desde los cinco años, así que me unió con el mundo que mis libros se leyeran.

¿La literatura la alejó del sillón del psicoanalista?

La literatura puede darte una estructura; es mucho más que algo terapéutico. Mi personalidad tiene en la escritura su esqueleto exógeno, me mantiene en pie. Que me lean y entiendan me aleja del desequilibrio mental.

«La carne», su última novela, ¿es su obra más madura?

Creo que sí. La novela es un género de personas mayores, y tengo la sensación de que mis tres últimos libros son de una etapa de madurez.

¿Percibe que escribe mejor?

Sí, mucho mejor y con más fluidez. Cuando era joven perdía mucho entre lo que imaginaba y lo que escribía; ahora no es así. Tengo la carpintería.

En alguna ocasión ha dicho que escribir es como picar piedra...

Totalmente. Los novelistas somos los obreros de la literatura. Tengo cuatro tornillos en la columna vertebral y es una enfermedad laboral, de tantas horas escribiendo. Puedes pasarte meses atrancada, en que tiras todo lo que escribes.

¿El motor de su escritura es la insatisfacción?

No, el niño sigue vivo en la mayoría de los novelistas. De niño ves un perro y crees que es un dragón. A los doce o trece años eso se acaba porque te dicen que tienes que crecer, pero los novelistas lo mantenemos. Voy por la calle y se me ocurren las cosas más peregrinas, imaginaciones. A veces, hay una imagen que me llena de mucha emoción, me turba, y me digo que debo contarlo y compartirlo. Ahí nace la novela; no sé vivir sin eso.