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Dietario personal

El Consell Valencià de Cultura publica Un arte de vivir, una selección de textos de Juan Gil-Albert tomados de los manuscritos originales

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Letras sobre el cine, la religión, la tristeza, la música, la ciencia o la filosofía. Reflexiones directas al corazón. Así son los fragmentos que encierran la obra Un arte de vivir, editada recientemente por el Consell Valencià de Cultura junto a Renacimiento. Una selección de textos de Juan Gil-Albert tomados de los manuscritos originales que se encuentran en la documentación personal del escritor alcoyano en la Biblioteca Valenciana. Se trata de este modo de apuntes inéditos, extraídos de las numerosas notas que tomaba Gil-Albert en el proceso intelectual de sus obras, y que el autor alcoyano fue trabajando durante el exilio en México y su posterior regreso a la España franquista.

«Son fragmentos redactados en paralelo a los que ya se publicaron bajo el título de Breviarium vitae antes de ser conocidos con este título. Algunos de los fragmentos se publicaron con anterioridad con el título de Cantos rodados y otras veces fueron llamados Juicios de un indolente. Fueron escritos pues contemporáneamente al resto de Cantos rodados», indica Claudia Simón, sobrina-nieta de Gil-Albert.

La aventura que supuso para Juan Gil-Albert la experiencia de la «guerra incivil» y su posterior destierro fueron los detonantes para su «breviario» con el que poder explicarse a sí mismo. Una vía de escape con la que entender hechos extraordinarios ante la muerte y desolación de amigos y familiares de una España enfrentada.

«Pero no solo le impresiona esa aventura política e histórica, sino que propone indagar en otra aventura más íntima, espiritual e intelectual en que se halla inmerso. En definitiva, reflejar la vida, el vivir mismo. En los textos que presentamos hay lugar para todo tipo de reflexiones, pero sobre todo reflexiona sobre la vida en general y propone una forma singular de enfrentarse al mundo, a la problemática que el mundo encierra», señala Simón, quien agrega que «nos habla de la libertad, de la mentira y la verdad, del bien y el mal, de la belleza, pero también reflexiona sobre el tipo de arte con que los adultos pretendemos manipular a los niños para educar a futuros adultos serviles», comenta.

El propio Gil-Albert escribe en Concierto en mi menor: «No intento, ni por asomo, un croquis biográfico que para nada me sirve; mi intención es otra, como ya apunté: ayudarme a mí mismo y a los que me sigan, en la fundación del conocimiento del vivir».

César Simón escribe en su biografía de Gil-Albert que estos escritos pertenecen a una «tradición moralista: servir a los demás, aclararse. De raíz moralista en el sentido de atribuir a la escritura algún propósito docente, alguna utilidad».

De hecho, tal y como señala Claudia Simón, Gil-Albert escribe muchos de estos pasajes pensando directamente en sus sobrinos, y pensando, además, en la juventud en general preocupado por su educación en tiempos de la dictadura. Son los años 50 y 60 en una sociedad sin libertad.

«España está liquidada. Aquí no queda ni un modesto recuerdo de la locura quijotesca, ni la más leve astilla de la honrada madera 'pancesca'. Quedan solo para seguir tejiendo el prosaico enredo pueblerino: el cura, el barbero, el ama y la sobrina. Y pare usted de contar», escribe Gil-Albert sobre los años 50 en textos donde también alude al pesimismo que vive cuando regresa del exilio.

«Siempre he estado dispuesto a creer que existían personas mejores que yo -como simple ser humano, sociable, me refiero, es decir, más nobles, más comprensivas, más confiadas, más justicieras-. Pero con el tiempo se me han agotado las esperanzas. Yo mismo, falto de todo apoyo, me he convertido, me atrevería a decirlo, en peor».

«Juan Gil-Albert regresó del exilio en 1947, a los 41 de edad, por distintas razones. En primer lugar, como él mismo confiesa en Los días están contados, porque sentía que había cumplido un ciclo y que ahora debía viajar hacia adentro. En segundo lugar, porque su cuñado -a quien le unía además una honda relación sentimental- le comunica que está a punto de morir. Y en último lugar, me atrevo a suponer, porque lo natural, a pesar de la anormalidad histórica, es vivir en la propia patria, frente al paisaje predilecto, tan importante en el ánimo y en la obra de un cantor entusiasta de la mediterraneidad», escribe Carlos Marzal en la introducción a la obra.

«Señorito rojo» para los vencedores en la España franquista, homosexual declarado, demócrata de ideas socializantes, Gil-Albert anota también numerosas ideas y comentarios sobre el sexo en este dietario personal: «El sufrimiento homosexual es un sufrimiento cumbre. Miradas desde allí las penalidades íntimas de los hombres y las mujeres corrientes, resultan pequeñas y vulgares, cosa de juego y de niños caprichosos. Precisamente desde esta cumbre, o en ella, el hombre aquejado de amor debe aprender a valorarse a sí mismo a quien se le prometen tales alturas digno debe ser de ellas. A escalarlas pues animosamente, y el que sepa llegar hasta allí que sonría al fin con tranquilidad: su nivel se ha cumplido».

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