Uno se hace cruces cuando se lidia un encierro como el de hoy, con esas bondades en sus viajes, esa incansable inercia en seguir los engaños, ese boyante repetir y repetir a pesar, incluso, de no andar muy sobrados de fuerzas o sufrir volantines estrepitosos, y no se pueden apuntar faenas rotundas, ensordecedoras en el tendido y reveladoras de todo lo que el arte del toreo puede dar de sí. Cinco de los seis astados de Núñez del Cuvillo lucieron, con matices varios, ese tipo de juego sobre todo en la muleta. Clamar ya por un tercio de varas decente es tarea baldía. Entre unos y otros nos han birlado una suerte maravillosa, crucial, subyugante cuando se ejecuta con acierto. Ayer, una entrada al caballo por toro, a veces con escaso picotazo. Y a nadie parece importarle. De la presentación terciada del encierro en conjunto se salvaron primero y sexto por los pelos. Una escalera hasta en el peso, desde los 460 hasta los 595. La variedad de capas, con coloraos, castaños capirotes, jaboneros y negros quizá tapó esa parte importante del llamado «trapío».

No se trata de negar el peligro evidente que corren todos y cada uno de los que se ponen delante de un toro, sino de la apariencia de peligro. Eso es la emoción, y es intrínseca al toreo. Al público alicantino, además, con poco que se le ofrezca responde muy generosamente. A veces, incluso, sin que casi ocurra nada de nada.

La excepción

Solo primero y cuarto de los «cuvillos» tuvieron algo de ese punto de emotividad que requiere la lidia para que emocione arriba. El lote del Fandi. Al que rompió plaza, de nombre «Arrojado», familia a buen seguro de aquel homónimo que indultó Manzanares en Sevilla en 2011, hasta se le llegó a pedir el indulto, premio que quedó finalmente en una vuelta al ruedo. Cumplió en el caballo, y se mostró repetidor, noble e incansable en todos los tercios. Lo recibió el granadino con dos largas de rodillas y ramillete desigual de verónicas, chicuelinas y serpentina de remate, más un quite por zapopinas y otra vez chicuelinas. En la muleta lo molió a derechazos. Hasta la cuarta tanda no comenzó a calentar los tendidos y probar al natural, donde el astado se deslizaba con igual buen son. En el intento de circulares el animal comenzó a mirar a tablas, razón por la que el diestro no abundó más en el intento de indulto. Le dio pases de todos los calibres y colores: molinetes, pases de las flores, rodillazos, amén de los de pecho por duplicado. Lástima que no llegue con la franela a la calidad que con las banderillas. Porque hay que ver qué compendio de condiciones físicas, conocimiento de terrenos y acierto en el embroque reúne ese par de la «moviola». Lo repitió al jabonero sucio (hasta «barroso» podríamos matizar, por aquello de que parecía manchado de barro), y también repitió el violín que encantó al público. «Pregonito» repitió encastado los viajes, pero no regalaba nada. El tornillazo final reponiendo rápido deslució algunos pasajes. De ambos se llevó un trofeo tras dos medias traseras eficaces. Escuchó aviso y dos avisos también, que ya es avisar... Se lo había brindado a Francisco José Palazón.

Talavante comenzó de rodillas, como el Fandi en el cuarto, su faena de muleta a «Andarín». Lo más loable de capote lo consiguió en un lucido quite por gaoneras. Se puso de inmediato con la zocata, y algunos naturales surgieron con buen ritmo, pero el noble toro se empezó a apagar en su escasamente emocionante viaje a partir de la tercera tanda. Se lo pasó ya casi aplomado por ambos pitones sin ayuda de la espada. Oreja tras estocada caída. El quinto, «Encumbrada», se partió ambos pitones, por lo que la testa, ya de por sí acapachada, quedó casi de festival. Tenía alegría en su repetición, y algunas tandas al natural resultaron primorosas, con ritmo y cadencia... pero faltó algo. Un toreo tan perfecto, si no llega, es demasiado sintomático. Acabó abusando de las cercanías. Aviso, pinchazo, estocada trasera y oreja para salir a hombros.

Cayetano tiró con desprecio la oreja que le concedió la presidencia porque igual creyó que su obra había sido excelsa. Ya se sabe, los artistas... Domeñó a «Dudosito» en un comienzo de muleta por abajo quizá excesivo, y luego le ligó tandas estimables por ambos pitones, algo despegadas a veces, con largura en otras. Lo único irreprochable fue el volapié. Muy efectivo, además. Esa oreja no vio consolidación ante el sexto, precisamente por la espada. No es que la faena a «Bauletón» brillara en exceso, pues el animal pedía muleta poderosa, y solo halló tralazos hacia fuera, sin sometimiento ni mínimo acople. Lo que viene llamándose «destoreo», vamos.