Acababa un quite Roca Rey por caleserinas ceñidas y templadas al sexto del Núñez del Cuvillo, en la corrida de Feria de Fallas de ayer en Valencia, y se entretuvo en rematar a una mano con una larga, a la que siguió otra con la izquierda, y otra, y otra, como si de una tanda al natural se tratara. Y había empaque, largura, toreo al fin y al cabo. Porque este peruano, de nombre Andrés, es a día de hoy el gran revulsivo del toreo. Es el niño mimado de los públicos porque siempre los aires joviales atrajeron a las masas y porque deja clavadas las zapatillas sin rectificar ni un milímetro. Valentía y seriedad.

Es capaz de trasmitir una entrega sin límites, aunque sosegada y sin estridencias. Una arrucina tras dos pases cambiados al comienzo de la última faena de muleta volvió a enardecer a los abarrotados tendidos, y aunque el colorao se apagó demasiado pronto, como casi toda la corrida, cortó el trofeo que le abría la puerta grande del coso valenciano.

Antes se había llevado una oreja del tercero, al que recibió por chicuelinas con el percal y con el que anduvo templado con la franela. Algunos naturales surgieron templados, y luego se metió entre los pitones para calentar con valor lo que el toro no ponía. Estocada algo desprendida y primera oreja. No es que fuera una salida a hombros rotunda, ciertamente, pero nada que ver con el regalo del jueves a Miguel Ángel Perera, que ni favoreció al extremeño, ni a la seriedad de la plaza, ni a nadie. Sobre todo comparándola, yendo más allá, con la oreja negada a los naturales más rotundos de lo que va de feria, que fueron los del murciano Paco Ureña el miércoles. Los de arriba y los de abajo...

Pero, entre la mucha paja de ayer, poco grano se puede sacar, más allá del estado de gracia de Roca Rey y su dominio del escenario. El encierro que mandó Núñez del Cuvillo adoleció de escasa presencia, raza y de fortaleza. Lo peor no es que una corrida no sea noble, o no facilite el «pegapasismo» al uso. Lo verdaderamente grave es el hastío que provoca la falta de emoción en el público, pagano de tantos excesos de «figuras» y empresarios.

Y si a esa falta de empuje y bravura de los astados se une el toreo anodino de David Fandila «Fandi», el cuadro queda verdaderamente emborronado. Y conste que el granadino es de los toreros más honestos que pisan los ruedos. Se entrega desde que se abre de capote, ayer con largas de rodillas de apertura. Incluso alguna verónica estimable se le apuntó en el recibo al que abrió festejo, más un quite por «lopecinas» de arabesco preciosista. En banderillas, como siempre, dominó terrenos y tiempos con «moviolas» y violinazos varios ante sus dos oponentes. Con la franela, nada o casi nada hilvanó al primero de su lote.

El cuarto, sin embargo, que sufrió un volantín que le medró fortaleza, se quedó nobilísimo en el último tercio. Alguna tanda al natural y una con la diestra se salvaron del trapaceo insulso en el que naufragó el trasteo. La estocada trasera de efecto rápido propició la oreja.

Manzanares, en frase antigua y machista, bailó con la más fea. Ni el terciado segundo, que blandeó en exceso durante toda la lidia, ni el quinto bis de Victoriano del Río, ensillado y feote, sustituto de un inválido sardo, permitieron apenas nada. Con matices, porque el de Cuvillo fue un pozo sin gota de agua que extraer (salvo las verónicas de recibo), mientras que el del ganadero madrileño se movió algo más, casi contra sus hechuras, y el torero alicantino pudo fajarse en un par de tandas por la diestra que, a la postre, fueron lo mejor de su actuación. Pinchazo y estocada para acabar con ambos. Silencio en ambos. Eligiendo fecha, ganadería y cartel, qué cosas...