El camino de reformas que comenzó hace justo cuatro años el papa Francisco atraviesa su momento más delicado con la oposición de una pequeña, pero poderosa, parte de la Curia que pone trabas a cualquier cambio en la Iglesia católica.

La caja blanca que Benedicto XVI entregó a Francisco en Castel Gandolfo pocos días después de ser elegido el 13 de marzo de 2013 con los fascículos de los problemas internos en la Curia sigue siempre presente en el pontificado del papa argentino. Los problemas son los mismos: una ala interna de la Iglesia católica que rema contra el pontífice y sus decisiones, pero los protagonistas han cambiado y ahora se están haciendo oír. El exarzobispo de Buenos Aires comenzó con su pequeña revolución y lo primero fue apostar por decisiones colegiales y no autoritarias. Decidió crear una comisión de ocho cardenales, a los que se sumó el Secretario de Estado, Pietro Parolin, que se ocupase de la reorganización de la estructura de la Curia, el Gobierno de la Iglesia católica, para hacerla más ágil y menos costosa.

Algunos de los cambios ya se han podido observar, como la creación de un Pontificio Consejo de la Comunicación o una Secretaría de Economía, que está poniendo orden en las cuentas del Estado pontificio, así como la total transparencia asegurada por el Banco Vaticano.

Francisco ha endurecido las penas contra la pederastia en la Iglesia, facilitado y descentrado las causas de nulidad matrimonial, ha abierto una discusión sobre el diaconato femenino y permitido que los sacerdotes puedan perdonar a las mujeres que hayan decidido abortar. Algunos de estos cambios ya habían provocado el murmullo dentro de los muros vaticanos, pero ha sido la publicación de Amoris laetitia, la exhortación a la conclusión de los dos sínodos sobre la familia, lo que ha desencadenado una batalla interna contra él.