A las tres de la madrugada del 21 de febrero de 1917, Miércoles de Ceniza, fallecía en la habitación número 2 del Hotel Simón de Alicante, que acabaría llamándose Palas, Joaquín Dicenta Benedicto, el autor teatral más popular de su tiempo, padre del drama social que llevó la problemática de las clases trabajadoras a la escena y a sus protagonistas al patio de butacas. Al cumplirse el centenario de su muerte, nada se ha hecho a nivel oficial en una ciudad cuya recuperación de la memoria de sus gentes y sus hechos, no se puede circunscribir a periodos muy concretos y además con mentalidad maniquea.

Hay catalogadas más de cien obras editadas entre dramas, piezas líricas, comedias, novelas, cuentos, libros de viajes, amén de miles de artículos en numerosos periódicos. Él mismo dirigió el diario El País y el semanario Germinal. Su padre, Manuel Dicenta Blanco, era teniente coronel del regimiento de Caballería de Húsares de la Princesa y fue destinado en 1863 desde Alicante a Vitoria para ponerse al frente de esa comandancia militar. Vivía con su esposa, Tomasa Benedicto, ambos zaragozanos y que estaba a punto de dar a luz, en la plaza de Isabel II, hoy Gabriel Miró.

Tras un cómodo periplo en tren hasta Madrid, aquí tomaron una diligencia con destino a la capital alavesa cuando solo faltaban unos meses para inaugurarse el tendido férreo a Zaragoza y Vascongadas. El traqueteo del camino acabaría por provocar el parto que sucedió en Calatayud el 3 de febrero para marchar en cuanto fue posible a Vitoria donde fue bautizado. Nunca volvería a su ciudad natal aunque Joaquín Dicenta se sintió aragonés, posiblemente por la procedencia de sus padres.

Herido en la cabeza el teniente coronel al comienzo de la tercera guerra carlista hacia 1872, perdió totalmente la consciencia y volvió la familia a Alicante, alojándose en el Pasaje de Amérigo, muriendo Manuel Dicenta en 1875. Joaquín estudió el Bachillerato en el Instituto Provincial, coincidiendo con futuros alicantinos ilustres como Carlos Arniches y Rafael Altamira, tres años mayores que él, el catedrático y escritor José Mariano Milego y el periodista Antonio Galdó Chápuli. Escribe Francisco Montero Pérez en El Luchador del 16 de noviembre de 1916 sobre sus andanzas escolares, mezcla de buen estudiante y travieso en grado sumo de tal modo que su profesor de Religión, el abad Francisco Penalva, decía de él que era mitad ángel mitad demonio.

Sus tempranas inquietudes literarias ya las plasmó cuando con trece años funda el periódico El Eco Científico del que se tiraron solo tres ejemplares. Obtenido el grado de bachiller, marcha con su madre a Madrid en 1877 porque estaba cerca de Segovia en cuya Academia de Artillería lo ingresa. Duró el curso 1877-78 en que es expulsado por enfrentarse a un sargento que le echó en cara el que se dedicara a escribir poesías.

En 1879 se matricula en Derecho en la Universidad Central, está solo unos meses y al año siguiente en Medicina, carrera que abandonó en 1881.

Apasionado de la literatura consigue ver publicado su primer drama, El suicidio de Werther en 1888, con 25 años, gracias a los buenos oficios de su madre con el dramaturgo, académico y director de la Biblioteca Nacional Manuel Tamayo y Baus. Hacia 1892 se casó, naciendo el siguiente año su hijo Joaquín Dicenta Alonso, que sería también escritor, con obras tan famosas como Leonor de Aquitania o Nobleza baturra. Su primogénito tuvo un hijo igualmente autor teatral y también poeta, actor y radiofonista, José Fernando Dicenta.

Aquel matrimonio duró apenas unos meses y Joaquín Dicenta, bebedor, mujeriego y pendenciero se fue a vivir con la bailaora flamenca gitana Amparito de Triana que tenía quince años y actuaba en el Café del Pez. La actriz Consuelo Badillo, casada con el director teatral y político Ricardo Ducazcal, que murió pobre de una apoplejía con solo 28 años en 1899, al quedar viuda y con tres hijos a su cargo, se unió a un Joaquín Dicenta entonces ya famoso y triunfador, naciendo en 1905 Manuel Dicenta Badillo, magnífico actor de teatro, cine, televisión y doblaje, padre de los actores Daniel Dicenta y Jacobo Dicenta. Del primero, casado con Lola Herrera, nacería Natalia Dicenta.

Al parecer Joaquín tuvo seis hijos reconocidos pero lo cierto es que cuando murió, solo vino a Alicante el mayor y en carta a su amigo Alejandro Lerroux le había pedido que cuidara de su hijita pequeña para que no le faltara de nada.

La obra clave en la vida de Dicenta que nunca dejó de ser un romántico y un bohemio, es el drama social Juan José, la pieza teatral más representada en la historia de España, después de Don Juan Tenorio. Se estrenó en el Teatro de la Comedia el 25 de octubre de 1895, representándose durante 150 días ininterrumpidos. El propio Dicenta la interpretó en numerosas ocasiones compartiendo papel principal con su mujer Consuelo Badillo.

Florencio Fiscowich, un editor almeriense de origen suizo que controlaba como un monopolio el teatro en España, le ofreció por los derechos de la obra 25.000 ptas. Dicenta estaba en la miseria pero se negó y Juan José le reportó 350.000 ptas. Esas malas artes le indujeron a fundar con Ruperto Chapí y Arniches, entre otros, la Sociedad de Autores el 10 de junio de 1899, a cuya presidencia accedió en 1905.

Juan José es un drama en tres actos con 15 actores más un mozo de taberna de los bajos fondos y figurantes obreros donde Dicenta advertía: «Cuiden los actores de dar a los personajes su verdadero carácter; son obreros, no chulos». Quería huir del lenguaje castizo madrileño de zarzuelas. La dedicatoria es suficientemente explícita: «A mi madre. En todas mis penas te he encontrado junto a mí, con los brazos abiertos. Te pago con lo único que tengo».

Su clamoroso éxito llegó hasta el franquismo que la proscribió y relegó pero no prohibió, pues en el Teatro Cómico de Madrid se representó en 1948 con Manuel Dicenta como protagonista. Tuvo un comentario muy ácido por parte de Leopoldo Alas que dijo: «Sólo la ausencia de verdaderos críticos ha permitido el éxito de Juan José». Se puede comprender porque en ese mismo año 1895 estrenaría Clarín el drama social Teresa que fue un rotundo fracaso de crítica y público. Por cierto, el compositor donostiarra Pablo Sorozábal culminó en 1968 la ópera Juan José, basada en el drama de Dicenta. No pudo estrenarse en el Teatro de la Zarzuela de Madrid hasta el 5 de febrero de 2016.

Desde su independencia y bohemia, jamás perteneció a partido político alguno; amigo de Pablo Iglesias, nunca quiso afiliarlo al PSOE por su vida disoluta. Pero adscrito a la candidatura republicano-socialista, fue entre 1909 y 1912 concejal del distrito de La Latina de Madrid y se mostró muy interesado en la reorganización de la Enseñanza Municipal. En el semanario Germinal (1897) aglutinó a un grupo dispar y heterodoxo de intelectuales progresistas que se denominó Gente nueva entre los que estaban Ricardo Fuente, Nicolás Salmerón, Eduardo Zamacois, Ramiro de Maeztu, Valle-Inclán, Baroja y Benavente.

En 1916 su salud estaba muy deteriorada por los excesos y decide venir a «su» Alicante, con la que nunca perdió el vínculo. En el Principal había estrenado el 30 de abril de 1900 un breve monólogo de 14 páginas titulado El león de bronce, obra moralizante ambientada en la celda de un manicomio e interpretada por Emilio Thuillier, el gran actor amigo que había estrenado Juan José.

Llegó Dicenta a nuestra ciudad en muy mal estado el 6 de noviembre de 1916, pero se recuperó algo al cuidado de su amigo el doctor Antonio Rico Cabot. Se encontraba escribiendo dos obras teatrales, Flor de espino para Enrique Borrás y Gente nueva para María Guerrero, así como artículos para El Liberal sobre Alicante, el último, premonitorio en su título Toques de agonía, que trataba sobre la ruina de los obreros portuarios a causa del bloqueo naval impuesto por Alemania que impedía el tráfico de buques aliados a los que torpedeaba sus submarinos. Se vivía la I Guerra Mundial.

El 3 febrero de 1917 cumple 54 años, siente que la muerte está cerca y el 11 hace testamento ante el notario de Ibi José María Laguna Azorín porque era de Zaragoza y decía Dicenta que los juristas aragoneses eran los mejores de España.

Lo atendía permanentemente en el Hotel Simón una señora a la que pide la noche de su óbito le lea algo. Elige Nómada de Gabriel Miró. En ello hay un simbolismo, no sé si casual, enorme. Esta novela trata de un rico jijonenco al que se le muere su mujer y su hija en una epidemia, y entonces huye por España y Francia, gastándose todo su dinero en mujeres y juergas diversas, retornando arruinado y exclamando: «A mí me da igual todo».

Y a las tres de la madrugada del 21 de febrero fallece, justo el día en que se cumplía el centenario del nacimiento de Zorrilla, autor del Tenorio como sabemos. Siguiendo su voluntad, el cadáver desnudo estuvo envuelto en un sudario y rodeado de flores. No quiso coronas, homenajes ni auxilio espiritual alguno.

En el diario republicano El Luchador, Agustín Arenales Ortiz, un pastor evangélico, antes sacerdote católico, que alcanzó mucha fama en España, alabó su sinceridad atea hasta el final, haciendo la siguiente reflexión: «Se ha desnaturalizado la verdadera religión, se obstinan hombres que se dicen religiosos en presentar la religión pura de Cristo como enemiga de las grandes reivindicaciones sociales y amparadora de injusticias y de iniquidades».

Unas 4.000 personas desfilaron ante su cadáver, la mayoría obreros. Sí rezó frente al lecho mortuorio su antiguo profesor de Matemáticas en Alicante, Faustino Pérez-Ortiz Cossío-Argüelles, catedrático de fama nacional y autor de numerosos libros de texto. Casualmente fallecería días después, el 4 de marzo.

Se recibieron telegramas a centenares: Joaquín Ruiz Jiménez, ministro de Gobernación; Antonio Royo Villanova, subsecretario de Instrucción Pública, alcalde de Madrid;el pedagogo y jurista Hermenegildo Giner de los Ríos; el pintor Julio Romero de Torres; los escritores Jacinto Benavente, y los hermanos Álvarez Quintero?

En sencillo ataúd de pino fue sacado del hotel a hombros de cuatro obreros, partiendo a las doce del mediodía el entierro civil al que acudieron unas 6.000 personas, presidido por el alcalde conservador Ricardo Pascual del Pobil y el gobernador Francisco de Federico a los que seguían médicos, abogados, artistas y multitud de trabajadores.

Por la Explanada, plaza de Canalejas, Ramón y Cajal, y Doctor Gadea se despidió el duelo en la plaza de la Reina Victoria para enfilar hacia la zona civil del cementerio de San Blas.

El Ayuntamiento adquirió a perpetuidad la tumba. De allí pasaría al de la Florida donde reposan sus restos. Una lápida reza: Joaquín Dicenta. Escritor. MCMXVII.

El escultor local Rafael Juan se ofreció a hacer gratuitamente un monumento y muchos alicantinos solicitaron llevara su nombre una importante vía pública. Los vecinos de la calle del Socorro, en el Raval Roig, presentaron 120 firmas para que fuera esa la elegida. Al cumplirse un año de su muerte, el Ayuntamiento rotuló como de Joaquín Dicenta la plaza de la Aduana donde murió. Acabada la guerra civil se dedicó la actual Puerta del Mar al barón Von Knobloch, cónsul de la Alemania nazi en Alicante desde tiempos de la II República.

Creo que en conciencia Joaquín Dicenta merecía un recordatorio en el centenario de su muerte. Una lápida en la fachada del edificio de la Cámara de Comercio y llamar Paseo de Joaquín Dicenta a la actual Plaza del Puerto, al margen de que tenga una modesta calle en el barrio Virgen del Remedio, haría justicia a alguien muy famoso en su tiempo y que quiso a esta ciudad hasta morir en ella.