Pintura pulverizada y jazz. Dos dibujos simultáneos con Miguel Hernández como nexo, uno hecho con trazos sobre un lienzo y el otro con una suave combinación de percusión, cuerda y voz. La XXXII gala de los Importantes de INFORMACIÓN apostó por el talento provincial para ofrecer a los asistentes al auditorio una muestra de la fuerza con que vive el legado del poeta oriolano.

Acabó la entrega y empezó la transición al espectáculo. Los músicos empezaban a moverse por el escenario sacando sus instrumentos cuando la figura del escritor y biógrafo del poeta, José Luis Ferris, se colocó detrás del atril armada con un papel. Suficiente para silenciar a un auditorio con más de mil almas. Porque declamó: «Miguel, el más alto poeta, destruido. El más ancho rugido, callado y más callado. Eso creyeron, porque hoy, en este mismo auditorio, entre premios y premiados, el poeta renace. Vuelve sin uniformes ni balas que lo eviten. Sin metralla enemiga que lo detenga, sin pozos, sin colmillos, sin rejas, sin batallones de escarcha y de sombras (...). Su vida y su obra rompen moldes y derriban normas y estadísticas. Un caso excepcional de escritor y ser humano».

Apenas el charles de la batería se atrevió a interrumpir la reflexión poética del escritor cuando fue depositado por los músicos con cuidado extremo al fondo del escenario. En la puerta opuesta, el grafitero Tom Rock se ceñía un mandil portaesprays y una máscaras de potentes filtros. Un gran aplauso al escritor daba la señal a los artistas de que llegaba su turno de explicar, a su manera, al poeta.

A la batería Paco Cherro, Miguel Serna en el contrabajo, Enrique Pedrón «Palmera» en el piano y Ana Camús al micrófono. La cantante explicó que iban a interpretar las Nanas de la cebolla. Tan familiares como la escenas descritas por el poema, domesticado por las formas del jazz más íntimo, se insinuaban los rasgos que Tom Rock había logrado traspasar al lienzo en pocos minutos. Del público solo se sabía por las pantallas que grababan en todo el anfiteatro y los palcos, excepto en el que ocupaban los militares de Rabasa: absortos en la delicadeza, ninguno usó el móvil para registrarla.

Al poco, Camús desveló que iban a contar cómo las alpargatas de niño pastor no recibían regalos en Navidad a través de Abarcas desiertas. Un aire de copla en el piano acompañaba su voz a la vez que el gas del aerosol proyectaba esa «mirada firme de ojos fijos en la nada» que poco antes había evocado Ferris. El ADDA se llenó de las palabras y el gesto de quien miró a la vida a la cara y asumió todas sus consecuencias.

«Para la libertad sangro, lucho y pervivo». Enérgica, la banda daba espacio para los versos del último poema que Camús convertía en música en su homenaje al oriolano. Un republicano santificado por las humanidades que el grafitero beatificó con un halo blanco.

Una brillante versión propia en inglés de La Bienpagá (Paid so well) puso el punto final a un acto que emocionó por su sencillez, claridad y contundencia poética.