Aspe no sería Aspe sin su Plaza Mayor. La vida en el pueblo gira en torno a ella y así lo lleva haciendo más de cinco siglos. Todo acontecimiento que se precie acaba o empieza en este emblemático rincón que cuenta, además, con decenas de poesías, cánticos, escritos, evocaciones, cuadros, dibujos, fotografías y recuerdos.

A lo largo de la historia ha tenido muchos nombres. Generalísimo, La República, Alfonso XII y Fernando VII entre otros. Precisamente, en la fachada del Ayuntamiento viejo -el histórico- todavía se conserva una placa, fechada en el año 1823, que recuerda al «rey Felón» después de recuperar el poder absoluto tras la Constitución de 1820 ayudado por las tropas francesas.

Pero para los aspenses «la plaza es la plaza» y la consideran el «corazón y el alma» del pueblo. No hace falta decir nada más. Todo pasa en ella. Es un punto de encuentro y partida. Campo de sueños para la chiquillería y polo de atracción para los vecinos de todos los barrios. A ella acuden para pasear, charlar, disfrutar de sus buenos bares, jugar con los niños, tomar el sol o el fresco -dependiendo del momento- y asistir o participar en los numerosos festejos y acontecimientos sociales, culturales, musicales, religiosos, políticos y deportivos que acoge a lo largo de todo el año. Incluyendo, por supuesto, la fiesta de Nochevieja donde nunca faltan las exquisitas uvas de la suerte que, precisamente, se cultivan en los campos de la localidad.

El origen de la Plaza Mayor se pierde en el tiempo. La Basílica de Nuestra Señora del Socorro fue construida hace más de 400 años y el Ayuntamiento ya presidía mucho antes este privilegiado enclave del casco antiguo. Un espacio emblemático al que, además del templo parroquial y el consistorio municipal, también se asoman el Casino Primitivo y el bar Montadito, como antaño lo hicieron los desaparecidos edificios del palacio de los Duques de Maqueda, el Círculo Católico, la casa de La Falange y el Cine Central y su concurrido bar, cuyo espacio es ocupado ahora el Ayuntamiento nuevo. Tampoco está ya la peculiar torre del reloj que coronaba la Casa Consistorial. La última reforma acabó incomprensiblemente con un elemento arquitectónico que todavía genera añoranza vecinal.

En la Plaza han actuado grandes cantantes líricos como Alfredo Kraus, Pedro Lavirgen, Ana María Olaria y Esteban Astarloa. En ella la multitud se agolpa, emocionada, para recibir y cantar a la patrona, la Virgen de las Nieves, todos los 3 de agosto de los años pares. El pregón de las fiestas de Moros y Cristianos y el Acto de la Concordia también se realizan en este espacio único, al igual que los «numeritos» musicales de La Jira. Por ella comienzan y finalizan todas las procesiones de la Semana Santa; clausura en marzo el desfile de la Media Fiesta; acoge bodas, bautizos, misas y entierros; se convirtió en la «casa» del famoso y entrañable perro Tarzán, que siempre acompañaba a los novios al banquete y a los difuntos al cementerio; se transforma en podium todos los años durante la Gala del Deporte y hasta fue meta en la marcha ciclista que se celebró el pasado agosto entre Aspe y el pueblo hermano de Torrijos.

Pero también ha sido escenario de tristes y violentos episodios en la Guerra Civil y de convulsos momentos durante la dictadura. Los más mayores del lugar todavía recuerdan cómo una multitud enfurecida recibió con abucheos y empujones a la comitiva del Gobernador Civil que destituyó al alcalde de los años 70, Carlos Carbonell, por conseguir un instituto para el municipio saltándose el conducto oficial. Fue precisamente este regidor quien pavimentó la Plaza Mayor. Décadas más tarde el alcalde Miguel Iborra la hizo más accesible y Roberto Iglesias, que le sucedió tras su repentina muerte, acabó la mejora.

«Aquí todo pasa por la Plaza» decía ayer el cronista Carlos Aznar rememorando el artículo que publicó allá por los años 90: «Si la Plaza Mayor hablara...».