El estudio -llevado a cabo por un equipo de expertos del London School of Economics, el Instituto Karolinska (Suecia); y la University State de Nueva York- analiza la manera de prevenir y tratar los riesgos asociados a la presión sanguínea alta, una patología que, considera, las autoridades públicas no toman lo bastante en serio.

Según el documento, el 40 por ciento de la población española padecía de hipertensión en el año 2000, frente al 20,3 por ciento en Estados Unidos, el 29,6 por ciento en el Reino Unido y el 16,9 por ciento en Grecia.

A los expertos les preocupa en particular el alarmante crecimiento del número de afectados en los países en desarrollo, en especial en Brasil, China, India, Rusia y Turquía, donde las tasas podrían crecer un 80 por ciento hasta 2025.

El riesgo es tal que, añade el informe, los avances logrados en el siglo XX en el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares pueden estancarse o incluso retroceder, si los gobiernos no hacen mayor énfasis en concienciar a los ciudadanos sobre la necesidad de modificar sus hábitos de vida.

Por ello, los expertos hacen un llamamiento a los responsables nacionales para que adopten las medidas necesarias de prevención, haciendo hincapié en fomentar una nutrición saludable, la reducción del consumo de sal, la necesidad de dejar de fumar, hacer ejercicio y perder peso.

Indican que, "cuando no sea suficiente con las medidas en favor de un estilo de vida sano, los pacientes con alta presión sanguínea deberán tener acceso a las medicinas adecuadas y a la información necesaria para usarlas de manera efectiva".

Además, el estudio pide a los gobiernos que destinen más fondos a la investigación de las causas de esta enfermedad y a la puesta en marcha de una estrategia para generalizar los controles periódicos.

En el caso de los países en desarrollo, los expertos recomiendan que la comunidad de donantes, las organizaciones no gubernamentales y las fundaciones filantrópicas se unan para pedir ayuda, como ya hacen para el sida y otras enfermedades infecciosas.

Los principales efectos de una presión sanguínea elevada son la muerte por infarto o las embolias o las enfermedades de hígado.

Las enfermedades cardiovasculares provocan cada año 16,7 millones de muertes, de las que 7,2 millones se deben a infartos, la mitad de ellos por presión arterial alta.