Orihuela llega a ser a veces una ciudad tan destartalada como sorprendente. De ahí nace gran parte de su indudable encanto, que no es más que el fruto de una historia que la supera y de la que emergen, tras cualquier callejuela, palacios, museos, monasterios, conventos, ermitas, casas burguesas o iglesias. Muchas son de una belleza singular, enclavadas en un casco urbano que fue declarado Conjunto Histórico Artístico en 1969, siendo con ello uno de los primeros de España. En mitad de todo ello, de las visitas obligada a la iglesia de las Santas Justa y Rufina, al Museo Sacro -en el Palacio Episcopal-, al Museo de Semana Santa, al colegio Santo Domingo, a la Catedral, al Palacio de Rubalcava o al Rincón Hernandiano, se levanta esta plaza de piedra que, a simple vista, pasa desapercibida para el visitante y eso ocurre porque debe su importancia más a un momento que en ella se vivió que a su belleza.

Y el último capítulo de esta historia, el que cierra el círculo, se escribió este año, tras la aprobación en pleno de un cambio de nombre que la ha devuelto al poeta José Ramón Marín Gutiérrez, más conocido como Ramón Sijé. Este falleció en diciembre de 1935, a los 22 años. El 14 de abril de 1936 (en el V aniversario de la República) el pueblo de Orihuela le dedicó este espacio en un acto que tuvo como protagonista a su amigo Miguel Hernández, quien hizo un discurso encendido de él y de sus valores y que incluiría además en su obra «El rayo que no cesa» (1936), una elegía dedicada a Sijé que está considerada a día de hoy una de las más bellas, desgarradoras y tristes de la poesía española y que le hizo inmortal. La relación entre ambos se había cimentado en la revista intelectual El Gallo Crisis, fundada, entre otros por Sijé, y que tenía entre sus firmas la de Miguel.

Y esa historia es lo que hay que acercarse a vivir a esta plaza, una historia formidable por una fotografía memorable -que acompaña este reportaje- y porque Orihuela, teniendo a uno de los poetas españoles más universales, sigue huérfana de muchas más cosas que contar de él... pero la plaza es una de ellas.

Y en ese 14 de abril de 1936, Miguel Hernández, encaramado a la escalera y en el V aniversario de la República, la reclamaría a título póstumo para el que fue su «compañero del alma, compañero». Y lo hizo con palabras que aún resuenan: «...Sé que su alma anda desde hoy (...) Anda y recorre esta plaza, y le complace su soledad cotidiana, que acrecienta las siestas, las lluvias y las casas cerradas». Veintidós años más tarde, en 1958, el régimen franquista, le cambió el nombre por Marqués de Rafal, que se mantuvo hasta, precisamente, este pasado abril cuando al cabo de 58 años el pleno se la devolvió a Sijé por iniciativa de Mar Ezcurra (C's). Con una placa, colocada sobre la fachada del Palacio del Conde de Pinohermoso, se pagó la deuda de un pueblo. Pero conocer la plaza y no entrar a la impresionante Biblioteca Pública y Archivo Histórico Fernando de Loaces es casi un sacrilegio. Fue la primera creada en España, en 1547, y alberga algunos de los fondos bibliográficos más importantes de la provincia, procedentes de la Pontificia y Real Universidad de Orihuela, fundada en 1552 y que fue la segunda más antigua de la Comunidad.

Sin un árbol que dé cobijo al visitante y con tres bancos, este espacio desnivelado, a pocos metros de uno de los refugios antiaéreos de la Guerra Civil de Orihuela -cerrado por peligro de hundimiento- también exhibe la fachada de otros inmuebles centenarios, entre los que destaca la sede de la Compañía de la Centuria Romana de Los Armaos -la más antigua de España- y donde en Semana Santa se escenifica el impresionante «Caracol» con el que se cierran cada día las procesiones. La plaza por todo esto es pasado y es historia, pero no la encontrará allí en ningún lugar. No alardea de esta ni otras. Así, a día de hoy, sigue siendo Orihuela.