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No hay boicot, sino bochorno

Se ha difundido la tesis conspiranoica de un boicot integrista contra la supuesta película La reina de España. Como víctima de una proyección de la cinta, puedo asegurar que la única experiencia grata consistiría en que el sacrificio comportara el desafío a una conjura patriotera. Sería injusto tachar a esta producción de mala, porque es bochornosa. Durante su cansino transcurrir, se puede redactar una tesis de Física Nuclear sin perderse ni una escena, el hilo argumental se quedó en la sala de montaje. Ni Almodóvar se había atrevido a tanto en el cine español reciente.

El boicot supondría una muestra de sanidad intelectual, impensable en los sectores que propugnan estas actividades gregarias. La reina de España -no aclararemos a cuál de ellas se refiere, para no destripar el punto más crepitante del guion- trata como menores de edad a un público que además no se ha dignado comparecer. La construcción de diálogos brilla por su ausencia. Los actores hablan como son, lo peor que puede decirse de ellos. Más previsibles que Rajoy, pero menos graciosos. No hay un solo gag que funcione, aunque la película puede cumplir la función taumatúrgica de que Penélope qué Cruz no regrese de los Estados Unidos de Trump, así en la realidad como en la ficción.

¿Se puede apuntar uno al boicot tras haber visto la película? Opinaría sobre la interpretación de Antonio Resines si hubiera logrado descifrar una sola de las frases que farfulla. Tiene su mérito conseguir que Santiago Segura pierda su vis cómica. Rosa Maria Sardà ingiere el cocido como una secuela de 7 apellidos madrileños. A la cuadragésima vez en que el director del rodaje dentro del rodaje se duerme trabajando, nos preguntamos si también es el verdadero autor de La reina de España, uno de los peores ratos que se pueden pasar en un cine. Ni Franco resulta jocoso, aunque es el chiste más fácil de la historia. Extiendo mi boicot a Homeland, porque el sagrado Mandy Patinkin nunca debió someterse a esta encerrona. En fin, comparto de la primera a la última palabra el discurso pronunciado al recibir el Premio Nacional de Cine por Fernando Trueba, que se avergonzaría a buen seguro de una película así.

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