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Oído, visto, leído

De poses, divas y literatos

En la estupenda y recién estrenada película El ciudadano ilustre, el actor Óscar Martínez da vida a un escritor argentino galardonado con el Nobel de Literatura, y que cuarenta años después de su marcha decide volver a su pueblo natal para aceptar el nombramiento de ciudadano ilustre de la localidad. Y lo que podía devenir en una comedieta graciosa sin más, el tándem de directores Mario Cohn y Gastón Duprat la convierte en una reflexión potente, divertida y triste, agridulce a más no poder, sobre las imposturas, las contradicciones, y la distancia muchas veces existente entre las poses públicas y los comportamientos privados. Embutido en su papel de gran y afectada conciencia literaria mundial, que le gusta y le oprime a la vez, y puesto al lado de los altares de Messi, el Papa Francisco o Jorge Luis Borges, el escritor Daniel Mantovani sufre también las inclemencias de saber que, hagas lo que hagas y digas lo que digas, siempre habrá agraviados, ya sea por tus dichos o por tus hechos. Y que hay que desconfiar de la altitud moral en la que los pobres mortales colocamos a nuestros santones literarios, porque para bien o para mal tienen que lidiar con las mismas batallitas cotidianas y miserias que el resto, y están sujetos a los mismos impulsos: bienintencionados, unos; mezquinos, otros; y casi todos, irracionales, esquizofrénicos y sin coherencia.

También hace poco fue Marta Sanz, con su novela Farándula (Premio Herralde de Novela en 2015) la que sometió a un zarandeo importante el mundillo de vanidades de las divas y grandes actores. Con un estilo que parece una descarga eléctrica, plena de truenos, rayos y centellas, la novela se lee de corrido y sin respiro, con un catálogo de personajes y situaciones que va desde la gran actriz en decadencia que se bebió y calzó todo lo que se le puso por delante y ya no tiene donde caerse muerta, hasta el gran actor de fama internacional que es capaz de firmar manifiestos contra la desigualdad mientras desayuna todos los días en su loft parisino con vistas a la plaza Vendome. Mientras tratas de poner cara, ojos y nombre a la fauna que pasa por sus páginas -retratada desde dentro por alguien que los conoce bien y los quiere, pero con una causticidad, mala baba y arrebato que junto con un manejo del lenguaje de la calle excepcional, hace las delicias de los lectores- la novela lanza cargas de profundidad una detrás de otra, plenas de actualidad, con un ritmo y con un pulso trepidantes. En tiempos en que las apariencias cuentan más que nunca (cuidado con lo que se dice en Twitter, cuidado con la foto que cuelgas en Facebook, cuidado con lo que escribes en wasap?) nada como la mala leche inteligente y que nos pongan frente al espejo de nuestras contradicciones diarias.

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