Si La Leyenda del Tiempo de Camarón es el alfa del nuevo flamenco, Omega, de Morente y Lagartija Nick, es el omega del purismo, porque allí donde José Monge rompió la ventana, Morente llegó hace 20 años y derribó la casa entera con su visión eléctrica de Leonard Cohen y Federico García Lorca.

Antonio Arias, líder de Lagartija Nick, sonríe cuando escucha esta teoría, y añade que ambas obras llevan por título versos de Lorca, y, en cierta manera, están hermanadas por la fascinación de un cantaor por confrontar la tradición flamenca con el rock y colocar su voz sobre una banda. «Nosotros estábamos aplicando aquello que decía Manuel de Falla de que el flamenco lo que hace es recrear la naturaleza que le rodea. Sólo que estábamos recreando la naturaleza que nos envolvía, que era industrial, mecánica y ruidosa», recuerda Arias con motivo del 20 aniversario de Omega, un álbum lanzado en diciembre de 1996.

Aquel cancionero era de naturaleza volcánica, tanto que, cuando se presentó por vez primera en el Teatro Albéniz de Madrid, Lagartija Nick y Morente tuvieron que esconderse en el teatro ante el revuelo armado. Fue todo ocurrencia del maestro, que quiso que, acabado el recital flamenco que acababa de dar con Tomatito, Lagartija Nick aparecieran sin previo aviso y se lanzaran a tocar con toda su furia eléctrica Omega. El seísmo entre flamencos -y rockeros- fue legendario.

Y, aunque los movimientos sísmicos en el flamenco son ruidosos, pocos han alcanzado la magnitud del lanzamiento de Omega, a pesar de que, tal y como Arias reflexiona, ya existía en Andalucía una riquísima tradición de rock flamenco. De hecho, la animadversión no sólo se dio en el ambiente flamenco, sino que se extendió al mundillo del rock, que no aceptaba la osadía de aquel cantaor que quería ser rockero, y que por fin había encontrado una banda, liderada por un rockero que, a su vez, «quería ser flamenco».

«Omega fue el primer caso de bullying musical en la historia del rock en España», ironiza Arias, que recuerda que, cuando llevó la primera maqueta a la discográfica Sony, lo echaron al primer minuto. Aquella maqueta contenía Omega, versos de Lorca que darían título al disco, y germen de un álbum que trazaba un retorno imaginario: si la poesía lorquiana había seducido al trovador Leonard Cohen, la huella de ambos volvía a Granada a través del «quejío» de Morente y de un colchón eléctrico propio del fin del milenio.

«Al final, nos centramos más en Poeta en Nueva York que en las versiones de Cohen, pero para el directo nos venía muy bien adaptarlas», rememora Arias, que destaca la manera en que Morente murmuraba verso a verso las poesías hasta hacerlas canciones. Para Arias, Morente era interesante por «lo que había en su garganta y en su cabeza», aunque, una vez sellada la alianza, su relación acabó siendo otra cosa. «Yo le temía porque, cuando te llamaba para comer, tenías que pillarte una semana libre», bromea.