A sus 46 años y con solo media docena de discos, el estadounidense Eric Sardinas es una leyenda del blues rock, más por sus potentes interpretaciones en directo que por sus composiciones -aunque todos sus discos superan el notable-, por sus guitarras únicas, su forma de tocar, por un virtuosismo que remite a maestros como Hendrix, Ray Vaughan, Gallagher o Moore. Dentro de 48 horas Sardinas descargará toda su salvaje energía acompañado de su dobro, su característica guitarra resofónica, con sus fieles Big Motor en el Aula de Cultura de Alicante, donde cerrará su gira de seis conciertos por España.

Dicen que la razón de su habilidad a las seis cuerdas se debe a que es zurdo aunque toca como un diestro, igual que Mark Knopfler. Su mano buena, la dura, según sus palabras, es la izquierda, la que se mueve a velocidad de vértigo por el traste con unos dedos que llevan el slide a otros mundos. «Aprendí sin profesor, soy autodidacta. Y sí, soy zurdo y sé que debería agarrar la guitarra de la manera en la que lo hace el resto de zurdos pero aprendí que la manera "correcta" de tocar la guitarra era esta. Y como tocaba de oído y mirando, de ahí que toque la guitarra con mi mano izquierda en el lado "incorrecto"», explica al poco de aterrizar en El Altet para el inicio de su nueva gira española que le llevó anoche hasta Murcia, después de pisar Valencia, Barcelona y Huesca y hoy Albacete: «Es un juego de dónde está la mano dominante, la mano dura. Esto me da una libertad y una agilidad que me hace muy feliz».

Las interpretaciones incendiarias de su repertorio y de clásicos del blues y el rock hacen únicos sus conciertos. «Nunca toco la misma canción de la misma manera dos veces, en cualquier caso me gusta pensar que cada show mío es diferente», asegura este ciudadano de Fort Lauderdale (Florida), hijo de un matrimonio cubano estadounidense, que se mueve como pez en el agua ante audiencias medianas. Sus conciertos son un torrente desbordado de sonidos punzantes, de disparos que rezuman blues del delta del Mississippi, blues de Texas y rock & roll a raudales, con un ritmo que nunca decae, pues apenas hay baladas, y que nos retrotrae a imágenes de trenes y carreteras regadas por la voz áspera de un siervo del licor de Kentucky que le acompaña siempre en los camerinos.

La leyenda se Sardinas se ha creado sobre los escenarios, sobre el boca oreja de un público que sale conmocionado de sus directos, avasallado por un torrente sonoro. «Lo que doy es mi corazón con mi música, así que cuando acabo un show no me queda nada. Lo doy absolutamente todo y el público suele tratarme igual», explica. Aunque no tiene fecha para entrar en un estudio, Sardinas anuncia temas nuevos en esta gira pese a que Boomerang, editado en 2015 aún está muy reciente. «Ademas -agrega- está la vuelta a mi banda de Paul Loranger (bajo) y la incorporación de Demi Solorio (batería), y eso es muy especial. Big Motor es la banda que amo, es lo que tengo?». ¿Y algún estándar? «Tocaré lo que sienta mi corazón», responde. Curiosamente, el guitarrista no tiene ningún disco en vivo, aunque circulan copias piratas, por eso prepara un DVD, un formato más adecuado para mostrar su contundencia en directo.

Pese a sus electrizantes interpretaciones, a veces cercanas a un rock duro, y su ardiente puesta en escena, Sardinas se ve como un eslabón de la tradición del blues norteamericano: «Hay una cosa que tengo muy clara y es mi amor por la onda dura tradicional, el delta blues, el country blues, Texas blues... la energía. Vivo con eso. Soy feliz por tener eso en mi vida. Soul, góspel, motown, blues y rock en mi vida, no tengo problemas en mezclarlos, pero, dicho esto, tengo claro que me siento muy cómodo sabiendo que todos vienen del blues».

«No hago nada diferente de lo que ya hicieron Johnny Winter, Stevei Ray Vaughan o Jimi Hendrix. En esta simplicidad está la complejidad. Mi sentimiento cuando hago y toco música blues es que hay que tener claro quién eres y tener algo que decir porque si no tienes eso, amigo? No hay nada malo en tocar y sonar como tus inspiradores, en los que te fijas o te inspiras, pero encontrarte a ti mismo eso es cambiar el mundo. Hay que saber tener tu propia huella, tu propio sonido», relata el guitarra que acostumbra a prescindir de pedales y a poner pero que muy altos los amplificadores.

En Sardinas no hay pose. Viste y se desenvuelve en una soleada mañana alicantina igual que sobre un escenario: pantalones de campana que ocultan sus botas, camisa barroca, chaqueta de terciopelo, gorra, trencitas hasta casi la cintura que recogen su melena, y manos repletas de anillos cuyos huecos libres en los dedos los llenarán los slides negros que harán aullar el martes a su dobro.