Lo raro no es que le hayan dado el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, lo raro es que la Academia Sueca haya tardado tantos años en concederle este galardón a un poeta universal, cuyo único pecado ha sido verter su descomunal potencia literaria en un género tan injustamente vilipendiado como la canción popular.
Recogiendo como una esponja todas las influencias de la gran literatura americana y añadiéndoles una inimitable aportación personal, el cantautor de Minnesota ha ido dibujando a lo largo de más de cincuenta años de carrera literario/musical un inagotable fresco en el que hay espacio para todo: para la rebeldía juvenil, para el amor, para el desamor, para la madurez, para el introspección surrealista y para la reflexión sobre el otoño de la vejez. Todo está en Bob Dylan. La hiperactividad creativa de este artista nos ha legado una obra extensísima en la que están reflejados todos los rincones del alma humana.
Estamos ante un personaje paradójico. Aunque es un cantante de fama universal, su inabarcable figura se ha visto injustamente reducida por el abuso de los tópicos. Para unos, Bob Dylan aún sigue siendo aquel irritado jovenzuelo que sacudía la América de los años sesenta con sus potentes trallazos en forma de canción. Para otros, Bob Dylan es una desvencijada estrella del rock que sigue empeñada en pasear su triste figura por los escenarios de todo el mundo. Para los que hemos seguido de cerca su carrera, Bob Dylan es un caudal inagotable del que nos hemos nutrido a lo largo de toda nuestra vida. Su capacidad para adaptarse a los tiempos y a las nuevas realidades ha hecho posible que este autor todavía sea capaz de asombrarnos a sus 75 años con piezas musicales y literarias en las que no se ha perdido ni un gramo de aquella clarividencia juvenil.
Los que consideran una blasfemia la concesión del Nobel a este roquero antipático con voz de grajo harían bien en aprovechar la ocasión para revisar sin prejuicios la monumental obra de este poeta atípico, que se presenta ante el mundo armado con una guitarra eléctrica.
Encontrarían en él lo mismo que muchos ya llevamos décadas encontrando: un universo propio, una literatura dotada de una brillantez casi mágica y un poder imparable para comunicar sentimientos.
