¿De quién partió la idea inicial de su doble actuación en la goyesca arlesiana?

El empresario de Arles, el torero Juan Bautista, me propuso en un principio participar solo como artista. Cuando viaje allí para discutir los detalles, me comentó la posibilidad de hacerlo también como torero.

¿Qué le contestó?

Si el primer día me hubiera propuesto torear le hubiese dicho que no. Que la corrida sea goyesca me permite mantener la promesa de no volver a vestirme de luces. No podía faltar a esa palabra dada.

¿La respuesta fue inmediata?

No, me tome quince días para meditar la decisión. Necesitaba ese tiempo para ver qué me pedía el cuerpo y si era capaz o no de metabolizarlo. Siempre que hablo de arte, hablo de orgánica, porque todo está sujeto a la química y estas cuestiones hay que saber digerirlas; si no forman parte de tu manera de hacer y sentir, no tiene sentido intentarlo.

¿Y cómo ha sido ese proceso?

Sobre todo buscaba un sustrato de ilusión. La vanidad no puede ser la única guía. Hay que preguntar al yo creativo si está por la labor. Abandoné mi profesión cuando empecé a intuir que era víctima de ese desencanto que los artistas que vivimos esa vitalidad que necesita el toreo o el baile notamos de forma más acusada que el resto y que requiere que el individuo esté pletórico para poder expresarse con autenticidad. Me adelanto para no darme de bruces con esa decepción íntima de que estoy haciendo algo para lo cual no tengo ya ni el más mínimo interés.

Al hilo de su actuación hoy en Arles han surgido y surgirán otras propuestas. ¿Las rechaza?

Sí, totalmente. Aunque fuera otra corrida goyesca un 2 de mayo en Madrid. De hecho, el pasado mes de junio me plantearon la posibilidad de torear con José Tomás en Hogueras y le dije que no a la empresa de Alicante. Debó preservar este momento de Arles para que sea especial de verdad; si no, banalizaría absolutamente la escena.

Usted afirma que Francia es la madre de todas las libertades. ¿Por eso ha elegido el país vecino para reaparecer por una tarde?

Más bien han sido los franceses los que me han elegido porque existe una coincidencia en la forma de interpretar la realidad que nos hace mucha falta a los españoles. Aquí somos capaces de quebrar la esencia. En Francia la preservan inalterada y juegan con todo lo que sucede alrededor, lo que es mutable.

¿Qué cuestiones son inalterables en la concepción de una corrida goyesca?

Cuando hablamos de Goya nos referimos a una imagen costumbrista. Lo que recreamos en una corrida goyesca es la forma de vestir y la época a la que está referida; no la reflexión del artista sobre el toro, que es bastante dura. La tauromaquia de Goya pretende captar una atmósfera y su visión es mucho más amplia que la meramente taurina.

¿Ha estudiado lo que han realizado otros artistas en las goyescas de Arles?

Sí, por supuesto. Se han utilizado mitologías, como la del toro de Mitra, totalmente extrañas al mundo goyesco. Yo he pretendido recrear una mitología que esté en equilibrio con lo que sucede en el ruedo y que, a la vez, posea una iconografía particular que sirva solo para esa corrida.

En la goyesca arlesiana de 2014 se construyó un decorado que remitía a la atmósfera creada por Picasso en El Guernika?

Cada uno ha interpretado la goyesca y le ha dotado de connotaciones que ha considerado especiales. En mi caso, no he querido mezclar. De hecho, en el escudo que he pintado sobre el ruedo no hay nada realmente goyesco. El pretexto está contenido en el rapto, que es lo que vertebra absolutamente todo. No he querido hacer nada que me acercase a Goya en el sentido de imitarlo.

¿Qué opina sobre la polémica de que Goya era antitaurino?

Tengo un ensayo de una americana que afirma que de su afición a los toros puede deducirse una homosexualidad latente. Imagínense de lo que se puede especular en torno a Goya. Hace unos años los responsables del Museo del Prado me pidieron una conferencia sobre los grabados de Goya y dediqué bastante tiempo a estudiarlos. Goya plasma un retrato descarnado de lo que significaba la corrida de toros en su época. Contemplarlo desde nuestra perspectiva actual es como juzgar la Guerra de Cien Años con nuestro sentido moral de lo que significa una guerra en la actualidad. La tauromaquia entonces estaba llena de elementos trágicos, escabrosos, duros, con imágenes frecuentes de ensañamiento. Él no quería hacer una reflexión moral sobre la corrida; simplemente actúa como retratista de una atmósfera que unas veces puede ser lírica, pero que en la mayoría de ocasiones atesora un contenido durísimo que roza el esperpento. El festejo taurino era así en aquellos momentos. Tildarlo de antitaurino me parece, cuanto menos, discutible.