Raphael es el símbolo de una España sentada ante el televisor en blanco y negro. Medio siglo de música y canciones de nuestra vida que, en su arranque de la gira veraniega ayer en la Plaza de Toros de Alicante, dieron paso a un concierto apoteósico de puro espectáculo y genialidad.

Fueron casi tres horas, ininterrumpidas, en un repaso de sus grandes éxitos (comienzo con Promesas, paso después a La Noche y donde no faltaron los solos con piano -Volveré a nacer- o guitarra -Gracias a la vida-) con tics, guiños, carreras, posturas y saltos en la que es una de las personalidades más marcadas de nuestra historia musical...

Eternamente Raphael, como lo son sus letras y movimientos entre la hipnosis colectiva generada ayer, con abuelas, madres e hijas, abuelos, padres e hijos, generaciones combinadas. El cantante de Linares junto a la Sinfónica Ciudad d'Elx fueron la comunión perfecta en el milagro cultural de parecer uno solo sobre el escenario. «Vuelvo a Alicante un año más», dijo emocionado ante un público que aplaudía a rabiar.

No puedo arrancarte de mí, Un día más, Hablemos del amor, Escándalo, Yo sigo siendo aquel... a corazón abierto, Raphael comunica y encandila, y cuando aparece (mil veces entregado siempre) solo importa él: lo demás es superfluo. Suenan gritos, y los fans, los más «raphaelistas», no esconden sus sentimientos y le lanzan besos y elogios, palabras de cariño hacia un artista que, con los años, no resta públicos sino que gana (¿pero qué joven no conoce algunos de sus temas más populares?).

Raphael sigue generando expectación y llenos asombrosos, y nada menos que 5.000 personas disfrutaron ayer con Digan lo que digan, Se me va, Estuve enamorado o Por una tontería... Aunque lo de ayer, en Alicante, pasó como el rayo, la luz o el sonido. Pareció que todo transcurrió por un instante después de casi tres horas sin apenas paréntesis o discursos... aunque por suerte siempre nos quedarán sus discos y su legado eterno.