Margarinas con fitoesteroles que prometen reducir el colesterol, flanes con omega-3 para mejorar la visión, yogures con lactobacilos que activan las defensas o refrescos con fibra que mejoran el tránsito intestinal son algunos ejemplos de alimentos funcionales, específicos para la salud, que arrasan en los supermercados.

«La mayoría de los expertos en nutrición humana y dietética afirma tajantemente que los alimentos funcionales no son imprescindibles, ya que una dieta variada y equilibrada no los necesita». Así de claro es José Manuel López Nicolás, experto en nutrición, doctor en Ciencias Químicas y profesor de Bioquímica en la Universidad de Murcia, que hoy presenta Vamos a contar mentiras. Alimentos cosméticos desmontados por la ciencia, en la tienda Fnac de Alicante a las 19 horas.

Sobre si la ciencia está reñida con los milagros cosméticos y los nuevos alimentos del siglo XXI -los funcionales-, López Nicolás asegura: «En cuanto a seguridad, no, pero sí en cuanto a efectividad de lo que nos venden. La ciencia no avala aspectos de funcionalidad que se publicitan y detrás de eso hay más marketing que otra cosa». El bioquímico recuerda que aunque las leyes marcan que un producto debe demostrar científicamente las propiedades que anuncia, «el problema es que no hay organismos que luego lo controlen y hay eslóganes sin ningún rigor científico que anuncian que una crema te va a mutar el ADN. Eso es una barbaridad, pero sale».

El autor del libro señala que no pretende decirle al consumidor qué comprar, sino «darle herramientas para saber frenar esa avalancha de información, desmontar los abusos publicitarios sobre determinados productos y denunciar el mal uso de la ciencia y de la jerga científica que se usa en muchos de ellos. El consumidor no tiene que saber de química, pero puede comprar con más rigor y no basándose en un mito».

Asegura que podría haber escrito tres tomos, y probablemente alguno más seguirá a este libro, que en dos meses ya lleva dos ediciones, porque «desgraciadamente estos mensajes no se acaban».

Un ejemplo: los productos que «ayudan a mejorar» nuestras defensas, que indican que cuentan con diferentes lactobacilos -el más famoso, el L.casei-, a pesar de que la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria no puede asegurar «que activa las defensas o algo parecido», señala López Nicolás, y lo que hacen es enriquecerlos con vitaminas que ayudan a esa defensas, «pero esas vitaminas son las mismas que se encuentran en alimentos naturales, como el plátano o las sardinas».

Otro ejemplo diferente serían los productos que «ayudan a reducir» el colesterol, «que sí tienen otros elementos que no están tan fácilmente en los alimentos, pero la reducción es mínima y lo importante es buscar la causa y atacarla». Estos son de los pocos grupos de alimentos, «una gran minoría», que cumplen lo que prometen «y se basan en elementos nutricionales que no están tan presentes en la dieta tradicional», aunque «una cosa es que un producto demuestre bajar el c-LDL y otra bien distinta que haya demostrado reducir el riesgo de problemas cardiovasculares», apunta.

El «engaño» en la mayoría de los alimentos funcionales o que utilizan complementos alimenticios «es que utilizan cantidades ridículas de nutrientes, que normalmente ya están en los alimentos tradicionales», señala el bioquímico, al igual que sucede en los llamados «nutricosméticos», que se anuncian «para embellecerte desde el interior. Muchos basan sus efectos en la vitamina C y, sin embargo, un kiwi tiene mucha más vitamina C que cualquier pastilla que te vendan».

En otros casos, indica el experto, se producen alarmas injustificadas a la inversa por efecto de la «quimiofobia», una tendencia de rechazo a elementos químicos, «como sucedió con las cremas de Mercadona, que no tenían ningún riesgo para la salud y, desde el punto de vista científico no había nada preocupante».

Respecto a la responsabilidad de solucionar esta confusión entre la realidad y lo que se publicita, el experto apunta que hay muchos agentes que intervienen: «Las legislaciones, las administraciones, las empresas, algunos medios y fundaciones y también nosotros como consumidores». No obstante, aunque los alimentos funcionales «son una moda» también es cierto que «el consumidor siempre pide milagros a los productos», concluye.