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Sin emoción no hay Manzanares

Cayetano Rivera Ordóñez abrió la puerta grande del coso de la calle de Xátiva tras desorejar al único astado con posibilidades

Sin emoción no hay Manzanares

Domingo de Ramos inédito en Valencia, muy tempranero y colindante con el San José fallero, con fiesta de toros en la calle de Xátiva. Fiesta del pueblo, más bien, porque el llenazo en los tendidos resultó la primera gran alegría de la tarde. Para festejar mucho menos fue el sexteto de astados con el hierro de Juan Pedro Domecq que heló los ánimos toreros y encendió las iras en el bullanguero público valenciano en ocasiones. Salvo alguna excepción, como el tercero, pidieron mayor mimo que dominio, y mal andamos si nos situamos en esas coordenadas, pues nos llevan al aburrimiento y al tedio más absoluto. La presentación cuidadísima llevada al extremo tampoco ayuda. Como el sábado con la corrida de Cuvillo, por mucho que Enrique Ponce se empeñe en decir que torear despacito esas embestidas moribundas tenga mérito. Si esa es la fiesta que quieren defender, durará tan poco como las fuerzas los dos primeros astados de ayer. Que no cuenten con quienes defendemos desde nuestra humildad la fiesta en su más alta expresión.

Entre el concepto de lidia y de desidia nos encontramos en un precipicio muy oscuro que da razones a quien no las tiene, y los actores de la fiesta deben luchar sobre todo en la arena, además de tras una pancarta. Lo uno sin lo otro carece de sentido. Porque que nadie se lleve a engaño: habrá quien diga que si los toros a comienzos de temporada rinden menos, que si una mala tarde... Estos son los toros escogidísimos por los toreros, luego de ellos debe ser también la responsabilidad. Saben que los astados de hierros como el de ayer caminan sobre la endeble cuerda de la nobleza extrema y la invalidez descastada. Si uno aguanta un poco, como el primero del lote de Cayetano, la cosa fluye mejor. Pero si no...

El Fandi, como siempre, anduvo voluntarioso toda la faena. Casi nada en el que abrió la tarde, solo un buen tercio de banderillas. El astado se paró estrepitosamente ante la pañosa del granadino. Estocada desprendida y un descabello antes de ser silenciada su labor. Al cuarto, que se mantuvo un punto más pero con idéntica ausencia de emoción, lo molió a derechas e izquierdas. Pinchazo, estocada y descabello preludiaron una ovación con saludos.

Labor de enfermero imposible de Manzanares ante su primero, que hasta se echó antes de la estocada. Le arrancó tres o cuatro naturales con cierta pose antes de que el animal, tras un pinchazo, se derrumbara, en una imagen que no se puede permitir. Inédito con el percal por el molesto viento, recibió al quinto con alegres verónicas rematadas con media de rodillas. Fue el momento más álgido y arrebatado de su labor. El precioso cuatreño melocotón de pinta, dócil y pastueño en la muleta, se mantuvo un punto más que el anterior, y el alicantino pudo dibujar un par de tandas con la diestra y alguna al natural con su especial empaque, pero sin el alma de la emoción. Lo que no puede ser... Pinchazo y estocada antes de escuchar una ovación desde el tercio. No debe Manzanares acomodarse en estos carteles y con este tipo de ganado. Su toreo, cuando se lo propone, sabe de dominio y temperamento. El escalafón está removiéndose y de él se espera que responda a las expectativas de torero grande.

Cayetano se lució con el mejor juampedro. Un auténtico regalo en su vuelta al circuito más serio del escalafón de matadores. Tras recibirlo de rodillas a porta gayola, con la muleta hilvanó con gusto y temple tandas por ambos pitones, sobre todo por el derecho, por donde el animal repetía con calidad y transmisión. El público estuvo siempre con él, y el menor de los Rivera respondió con entrega. Estoconazo y dos orejas. El sexto sacó un poquito de complicaciones, y se le vieron a Cayetano ciertos desajustes técnicos, pero idéntica predisposición. Pisó el ruedo muy comprometido, y si bien con la muleta anduvo en ocasiones trompicado por llevar la suerte siempre hecha con las telas, con la espada dejó dos estocadas incontestables. También la del sexto.

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