Los informadores y críticos agrupados en Periodistas Asociados Musicales (PAM) concedieron la noche del martes su I Premio Ruido a Niño de Elche por su cuarto y último trabajo, Voces del extremo, una mezcla de flamenco y kraut rock, la corriente nacida en Alemania que mezcla improvisación y arreglos minimalistas y en la que experimentó Enrique Morente en Omega.

«Hace un año no era nadie y ahora... La verdad es que me abruma un poco pero también estaba deseando reunirme con la crítica musical y oír su opinión. En cualquier caso estoy contento por este reconocimiento y es una alegría», explica.

Es «un guasón» al que le pusieron, «siguiendo el modus operandi clásico», lo de Niño de Elche cuando tenía 10 años en una peña flamenca de Murcia para no «confundirle» con el cantaor Francisco Contreras. Ahora le llaman Paco, es aclamado como un «gurú indie» por sus fans, le gustan Camela, Phil Minton y Sufjan Stevens y dialogar con su audiencia haciendo compás sobre su barriga, sacando vibrato de sus labios con sus dedos, como haría un bebé, o gritar sin que salga un solo sonido.

Estar de moda, alcanzar el reconocimiento es, dice, «difícil» y depende de muchas cuestiones, la mayoría ajenas a él, pero relacionadas «quizá» con su «bagaje de colaboraciones» de los últimos tiempos: de Rocío Márquez a Israel Galván o de Pony Bravo a Kiko Veneno.

«Es la heterodoxia coral y el activismo lo que me lleva a estar en muchas cosas. Son mis motores. Es una forma de hacer, de autogestión, de fraguar redes, de estar en proyectos que van más allá del mercado», explica el artista (Elche, 1985).

De lo que está sucediendo da prueba que la primera vez que actuó en Madrid, el año pasado en Casa Patas, se vendieron cuarenta entradas y la segunda, el pasado sábado, no cabía la gente en la sala, entre los que estaba el director de cine Pedro Almodóvar.

El disco por el que ha sido premiado llega, dice, «en un momento muy concreto a nivel social y político» pero «no ha sido buscada la coincidencia».

«Llevaba trabajando en él más de tres años. La crítica parece que se ha fijado en mí de una forma diferente y ha sabido desplazar el foco a la música independiente y eso hilado con dos momentos claves -su actuación en el SONAR y las presentaciones del disco- han hecho que exista un interés poco habitual», afirma.

Su activismo político, con participación militante en operaciones anti desahucio, su gusto por la experimentación -su guitarrista Raúl Cantizano «tocaba» este sábado la guitarra con tres mini ventiladores-, su devoción por la poesía -ha creado con Antonio Orihuela e Isaías Griñolo Cantes tóxicos-, y la performance le hacen radicalmente «distinto».

«Intento no explicar lo que soy. Es verdad que soy un flamenco, pero también muchas otras cosas. Los géneros no me interesan más que para sacar cosas de ellos. Soy un hombre sin fronteras. Me relaciono más como un átomo que no es lineal, dando pasos hacia el origen», compara.

Aunque cante temas como Canción de corro de niño palestino o Canción del levantado dice que no se considera «lo suficientemente» contestatario y que por eso «trabaja mucho» en lo que él llama «la coherencia del delirio».