David Robert Jones (Londres, 1947 - Nueva York, 2016), conocido mundialmente como David Bowie, falleció en la madrugada del 10 de enero tras 18 meses luchando contra el cáncer. Su cuenta oficial en Facebook y en Twitter lo anunció desde Londres a las 7.30 hora española y posteriormente fue confirmado por su hijo, el director de cine Duncan Jones.

Hasta el mismo día de su muerte, este prestidigitador de la industria musical jugueteó con su propia leyenda para hacer creer a los medios de comunicación, a quienes utilizó a su antojo y con gran habilidad desde 1969, exactamente lo que él quería que creyeran. Hace tres años, en mitad de intensos rumores sobre su estado de salud, sorprendió al mundo con la publicación de The next day, el álbum que hacía el vigésimocuarto de su carrera y que se editó el mismo día que cumplía 66 años tras diez de silencio. Los más agoreros tuvieron que aceptar que el Delgado Duque Blanco les había engañado otra vez.

¿Que los medios de comunicación le daban por muerto? Bowie sacaba un disco magistral que cerraba las bocas de quienes esperaban ver por Manhattan a un tipo vestido de Ziggy Stardust en lugar de a un venerable señor de avanzada edad. ¿Que los periódicos y demás plataformas recibían con algarabía la edición de Blackstar (su último disco, publicado sólo dos días antes de su muerte)? Al genio de Brixton le da entonces por morirse de verdad.

Porque David Bowie, el artista que cuenta con varias obras firmadas por él entre los cien grandes discos del rock and roll, manejaba los tiempos con singular maestría. Si Bowie fue capaz de ocultar que estaba grabando su primer disco en diez años, en esta época en que absolutamente todo se filtra a las redes sociales, también pudo esconder al mundo que padecía un cáncer desde hacía 18 meses. Sólo un día antes de su muerte, y con motivo de la crítica del nuevo álbum, algunos diarios salieron con el desafortunado titular de «Bowie sigue en forma». Irónico hasta el final. Atentos, por cierto, a las letras de Blackstar. Muerto el autor y con 18 meses de cáncer a sus espaldas, los versos cobran ahora un significado distinto.

Bowie ha fallecido en Nueva York, pero era absolutamente londinense. Si quieren aprender inglés (y ya que están, pasar un buen rato), escuchen con tranquilidad cualquier disco del de Brixton, Station to station, por ejemplo, de 1976, el segundo de su etapa americana y el previo antes de la época berlinesa. Sus álbumes constituyen una clase de dicción, una lección de inglés. Y esa forma de cantar no la perdió después de más de dos décadas de residir en Nueva York, donde se casó con la supermodelo Iman, con quien tuvo a una hija, Andrea.

Hace un par de años viajé a Londres con motivo de la inauguración de David Bowie is, la exposición antológica que el Victoria & Albert Museum le dedicó durante meses en la capital británica y que luego se ha paseado por varias capitales. Si llega a su ciudad, se la recomiendo, porque además de constituir una auténtica lección de historia del vestido (la muestra repasa todos los trajes que Bowie utilizó en sus giras, desde Ziggy Stardust hasta Reality, de Kansai Yamamoto a Alexander McQueen) incluye objetos cotidianos de la vida del artista en todas sus épocas, incluida la cucharilla con la que esnifaba cocaína o los manuscritos originales de sus canciones.

¿Se imaginan el escalofrío que debe de sentir un amante de la música clásica ante la partitura original de la Sexta de Beethoven escrita de puño y letra del genio alemán? Idéntico al que recorre el espinazo cuando uno tiene delante un folio redactado a mano con los acordes y estrofas de Ziggy Stardust. Ziggy played guitar / Jamming good with Weird and Gilly / And the Spiders from Mars / He played it left hand / But made it too far / Became the special man / Then we were Ziggy's band. Ziggy tocaba la guitarra.... y la tocaba con la mano izquierda.

En aquél viaje recorrí el Londres de Bowie, la calle Heddon, Ofxord Street, Carnaby, lugares donde en los años 60 se hizo mod y conoció a su amigo Marc Bolan, luego fundador de T. Rex. Entre ambos, pasados por la centrifugadora de la androginia, el teatro de Lindsay Kemp y un buen puñado de canciones maravillosas, crearon el primer gran movimiento artístico musical de la década de 1970, el glam rock.

En España se le llamó gay rock porque Bowie, Bolan y la legión de petardos que se creyeron que aquello iba en serio (Sweet, Slade, los primeros Roxy Music) jugaron con la ambigüedad sexual como nadie lo había hecho antes. Tenían el postureo y la actitud, pero no las canciones. De hecho, Bowie es el autor del himno glam por antonomasia, All the young dudes, que prefirió que grabaran otros al cederlo a los Mott the Hopple de Ian Hunter.

En esa época, entre 1970 y 1974, nuestro hombre es un tipo inquieto. Adorador de Andy Warhol, se acuerda de aquel grupo (luego de culto) llamado Velvet Underground (apadrinado por el pintor neoyorkino) y de su cantante Lou Reed, al que produce, hace coros y toca el saxo en Transformer, el disco que constituye el despegue comercial del poeta de Nueva York. Sí, en los coros de Walk on the wild side, Vicious o Satellite of love se encuentra, entre otras, la voz de David Bowie.

Durante esos cuatro años, David Bowie, que venía casi del folk con Space Oddity, graba seis obras maestras: The man who sold the world (1970), Hunky dory (1971), The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972), Aladdin Sane (1973), Pin ups (1973, un álbum de versiones) y Diamond dogs (1974).

En ellos se encuentra la esencia bowiniana de la década antes de dar el salto a EEUU y que la cocaína dirija absolutamente su vida. Es también en esos años cuando comienza a crear personajes, a cimentar su leyenda y a manejar su imagen pública.

El 3 de julio de 1973, David Bowie y las Arañas de Marte, con Mick Ronson a la guitarra, ofrecen al público londinense el último concierto de la gira que había agrupado los dos últimos álbumes del Duque, Ziggy Stardust y Aladdin Sane. En mitad de la actuación, el cantante espetó: «De todos los conciertos de esta gira, este en particular será el que permanezca en nuestro recuerdo por más tiempo, no sólo por ser el último de la gira, sino porque es el último que haremos jamás».

Al día siguiente, los diarios británicos titulaban en portada: «Bowie se retira». Aquel año comenzó a jugar con los medios, porque el artista de Brixton no había mentido, cada palabra era cierta, sólo que no se refería a él, sino al personaje de Ziggy Stardust, el alienígena llegado a la Tierra sobre el que construyó un personaje que esa misma noche decidió matar. Muerto el extraterrestre, la personalidad artística de Bowie pasó por innumerables personajes. Aladdin Sane, Halloween Jack, El Delgado Duque Blanco, el berlinés de la trilogía Low, Heroes, Lodger, el Arlequín de Scary monsters,...

Los personajes creados por el fallecido son tan innumerables como su influencia. En una ocasión, Keith Richards reprochó a un joven sabiondo al que estaba dando un curso que todo lo que sabía toda su generación de guitarristas jóvenes era gracias a él. Y tenía razón.

De la misma manera, la influencia de Bowie en la música a partir de 1977 es absoluta. El punk, un movimiento rompedor con lo anterior, no habría existido si otro artista coetáneo no hubiera sentado los cimientos del glam. La new wave británica, los llamados nuevos románticos (Duran Duran, Spandau Ballet, Visage, Landscape o Soft Cell), el post punk (Siouxsie and the Banshees, Joy Division, The Cure, Psychedelic Furs), bandas como The Smiths o vocalistas como Morrissey, el brit pop, Placebo, Suede o la llamada Movida madrileña serían impensables sin la influencia de David Bowie. Berlanga y Canut le dedicaron una canción, El rey de glam; Parálisis Permanente versionaron maravillosamente Heroes; Radio Futura le citaba como referencia en aquella versión de Marc Bolan que se convirtió en Divina. Escuchen Lady Blue de Bunbury y les recordará a Space Oddity.

Como si el mundo debiera sobrevivirle.