Esta Nochebuena, nos dejaba Verónica Baeza García, primera bailarina y profesora de Ballet Clásico en el Conservatorio Superior de Danza de Alicante. En su despedida no faltaron sus zapatillas de raso, una evocadora foto de su interpretación como Giselle y ramas de buganvilla del jardín de su casa, con el color generoso del vino en invierno.

Verónica fue un ejemplo del ciclo del arte, heredado de su padre el pintor alicantino Manuel Baeza, quien a su vez había bebido en las fuentes de su familia que trabajaba la orfebrería y el grabado. Desde los años 50 y 60 se convirtió en gran referente de la pintura mediterránea con influencias expresionistas, cubistas, del simbolismo y el realismo mágico. Dada su trayectoria pictórica y su acentuado alicantinismo, mereció el galardón de Hijo Predilecto de la Ciudad de Alicante.

Cuando estudiaba en el colegio de las Teresianas, Verónica Baeza se inició al ballet con Enriqueta Ortega, una de las pioneras de la danza en Alicante. Sus compañeras de bachillerato envidiábamos la perfección de sus ejercicios de gimnasia. La disciplina y el esfuerzo que dedicaba a la barra, el baile de puntas y los saltos artísticos se reflejaban en una jovencita que caminaba recta, grácil y elegante.

Verónica era como una escultura delicada de Giacometti, sin perder ni una pizca de espontaneidad y sencillez que derrochaba con sus amigas. Siempre le agradeceremos que contribuyera a formar nuestra sensibilidad y gusto por las artes escénicas, a través de sus actuaciones en el Teatro Principal. Su depurada técnica, unida a la expresividad de los sentimientos, la convirtieron en primera bailarina de gran repertorio.

Siguió compatibilizando los estudios de danza con la diplomatura de Filosofía y Letras. Al finalizar la carrera de ballet, sacó las oposiciones para profesora de Ballet Clásico, en Madrid, con el número uno. Sin embargo, por razones familiares, prefirió seguir en su Alicante natal. Aquí volcó su rigurosa formación y sus dotes para el baile, ejerciendo la docencia.

El trabajo constante del cuerpo y del espíritu le ha ayudado a Verónica a sobrellevar sus más de cuatro años de lucha contra el cáncer. Los médicos apreciaban su fortaleza física y mental. Su actitud positiva ante la enfermedad le ha permitido disfrutar de una vida relativamente normal -a pesar de operaciones y terapias-, casar a dos de sus tres hijos, y conocer a su primer nieto cuando se acercaba la última escena de su trayectoria vital.

Porque «Verónica comunicaba arte, belleza y armonía», como dijo el sacerdote en su responso. Con razón, sus alumnas del Conservatorio Superior de Danza de Alicante la han despedido con una corona de flores, cuya leyenda decía: «Maestra, lo que nos has enseñado es mucho más que ballet». Descanse en paz, siguiendo viva en nuestro recuerdo.