­Siete de la mañana. El despertador avisa. El agua espera. Omar, Alicia, César, Bernia y Alberto abren los ojos mientras el sol despunta. Descuelgan los trajes de buzo y cogen un par de cajas con material. Lo cargan en dos carritos de supermercado que todavía se paseaban por la isla desde el año pasado y se dirigen al puerto. Misma hora. El despertador suena. Gonzalo Barrio afronta una nueva jornada. Recoge 10 botellas que rellenó el día anterior y desde el Centro de Buceo y Educación Ambiental de Santa Pola dirige su lancha al mismo objetivo.

Así ha ocurrido todas las mañanas entre el 30 de septiembre y el pasado jueves. Once días en los que este equipo de voluntarios ha realizado la segunda campaña de prospecciones subacuáticas en los fondos de Tabarca, impulsada por el MARQ y dirigida por el arqueólogo Rafael Azuar, con el apoyo del Museo Nueva Tabarca y el CEAM (Centro de Educación Ambiental de Alicante). El objetivo: documentar y fijar los hallazgos ya registrados para cerrar la carta arqueológica subacuática de la isla. Eso sin descartar cada jornada la posibilidad de que aparecieran nuevos vestigios.

Antes de las nueve, el equipo se encuentra ya rodeando la isla, catalogada como reserva marina por su fauna y sobre todo por las praderas de posidonia. Hoy es el último día. Toca la cara sur para marcar en la planimetría las zonas que ya recorridas. «La idea es buscar lo que hay y lo que no hay», asegura Omar, arqueólogo y submarinista que ya participó en la campaña de 2012 y que se dispone a sumergirse a unos 18 metros de profundidad junto a Alberto.

Se lanza una boya. La lancha se aleja siguiendo las órdenes del GPS, que marca los puntos que hay que revisar, para posicionar la segunda boya que señalizará una línea, un transecto, que es el que recorrerán buceando. En este caso, unos 550 metros. Antes de lanzarse al agua el equipo se completa con una brújula, un ordenador de buceo -que marca los minutos de inmersión, los metros de profundidad...-, un metro, varios boyarines -boyas pequeñas que se lanzan a superficie cuando se encuentra algún resto-, una pizarra, un jalón -barra de 1 metros marcada con rayas blancas y rojas-, el norte -un cuadrado de madera con plomos en el que hay dibujada una flecha que se coloca en esa dirección- y la cámara de fotos acuática -una de las nuevas adquisiciones del MARQ-, por si acaso.

Después de unos 45 minutos salen a superficie. No ha habido suerte. Les relevan los otros tres submarinistas, que se disponen a hacer una radial en torno a un punto. Mismo equipo. Mismas expectativas por encontrar algo.

Tampoco hay suerte. Pero el objetivo de marcar el territorio está cumplido. La lancha se desplaza hacia el arrecife artificial. Allí hay dos barcos hundidos aunque de finales del siglo XX y ya están documentados. El equipo al completo se sumerge. La siguiente inspección la hacen por indicación de Felio Lozano, técnico de la Reserva Marina, que atisbó un elemento extraño en el limite de la zona protegida. Va a ser la última inmersión del día. Y también de la campaña. Es un banco de piedra.

No es tan fácil. «El 99 por ciento de las veces no encuentras nada. Esto es así», asegura Rafael Azuar. O peor, aparece un «botín» poco apropiado, como un banco de piedra, un váter o el tambor de una lavadora. Todo ello pese a que está limitada la pesca deportiva y las zonas de fondeo están señalizadas para proteger los fondos.

El arqueólogo, que acompañó en el cierre de campaña a la directora general del Centro de Arqueología Subacuática de la Comunidad, Asunción Fernández, asegura que «se han revisado los posicionamientos y se ha ampliado el registro de restos para incorporarlos a la carta subacuática».

A lo largo de esta campaña se ha prospectado en la zona de los Farallones, siguiendo noticias orales que aseguran que hace años se extrajo un ánfora grecoitálica. También la zona de la antigua almadraba de Tabarca, destinada a la pesca de atún, que se destruyó a mediados del siglo XX. Allí se han documentado numerosos restos, como cuerdas, cables y cabos, así como un ancla de almadraba o rezón de gran tamaño.

La semana que viene se iniciarán las prospecciones geofísicas en la parte más lejana de la isla. La profundidad allí supera los 20 metros por lo que se realizarán con sónar para detectar cualquier posible resto. Si aparece algo, el proceso empezará de nuevo y habrá que volver a sumergirse.

Sobre las dos de la tarde finalizan las inmersiones y vuelta a tierra. Comida y comienza un nuevo proceso. Poner los trajes en agua dulce y limpiar el material. Después, marcar en los mapas la zona recorrida, dibujar las áreas prospectadas y también unas ánforas cedidas para ser documentadas por el director del Museo de Nueva Tabarca, José Manuel Pérez Burgos.

En la mañana de ayer echaron el cierre a las puertas del CEAM, devolvieron los equipos al MARQ y cada uno volvió a su casa. Pero seguirá el trabajo de laboratorio. Hay que ordenar los datos del trabajo de campo, realizar las planimetrías, entregar la documentación, fotografías, dibujos y elaborar un informe. Después, esperar una nueva oportunidad.

Los protagonistas

La primera semana fueron siete. Después quedaron cinco. Son voluntarios. Han trabajado para adquirir experiencia pero también por amor a su profesión. El alicantino Omar Inglese empezó hace tres años recabando información sobre los fondos de Tabarca. El año pasado ya participó en la campaña y ha repetido. Igual que Alberto Bravo-Morata, de Alfaz del Pi, que con 21 años está en último curso de la carrera pero que su titulación de submarinista ya le llevó a participar el año pasado. César Martínez tiene 33 años, es de Madrid y se ha pagado hasta el billete. También repite, antes de irse a excavar a Qatar. Alicia Reig, de 25 años, es de Alicante y Bernia Sanz, de 23, de Calpe. Ambas se estrenan en esta campaña. Todos reconocen que no cobrar no es la situación ideal, pero aseguran que repetirían mañana mismo.

Restos de la estructura de un barco de carga en la costa alicantina

El aviso de un turista llevó al equipo de Tabarca a localizar estas maderas que hay que estudiar para fijar su datación

Un turista inglés fue el que puso sobre aviso al Centro de Arqueología Subacuática de la Comunidad Valenciana. No muy lejos de la costa, al sur de la bahía de Alicante, había visto lo que él identificaba como los restos de una embarcación. Este departamento abrió ficha con la información y se lo comunicó al Museo Arqueológico de Alicante. Al tener el equipo de submarinistas en la campaña de Tabarca, les pasaron la información y la tarea de visionar los restos, según las coordenadas facilitadas por el turista.

Hasta allí se desplazó el equipo de voluntarios que se sumergió para reconocer los restos, fotografiarlos, documentarlos y tomar mediciones. Todo ello para registrar el hallazgo y, sobre todo, para fijar la época del barco.

Según el primer contacto, fueron las últimas tormentas las que descubrieron estos restos, al remover la arena, de manera que ha quedado al aire parte de la estructura del armazón del barco de madera. Ahora aparecen desenterrados unos 16 metros, «pero queda una buena parte bajo tierra», apunta Rafael Azuar, por lo que el tamaño puede ser el doble. Algunas de las maderas, según la inspección realizada por los submarinistas, aparece quemada.

Aunque todavía no se sabe con exactitud la época a la que puede pertenecer, el tipo de estructura y la madera hacen descartar que se trate de una embarcación moderna, a pesar de que aún hay que realizar el estudio. De momento, ya se han realizado planos del vestigio aparecido, tras realizar las mediciones.

La directora del Centro de Arqueología Subacuática, Asunción Fernández, cree que tal y como están encastradas las maderas así como la forma de la estructura se trata de un barco de carga. Y el resto de arqueólogos destacan que lo más probable es que sirviera para transportar sal.

Una vez documentado, habrá que esperar a los resultados de la investigación, pero en ningún caso se sacará del agua. «La madera es prácticamente imposible tratarla», asegura Asunción Fernández, por lo que su conservación pasa por que las corrientes vuelvan a cubrirlo de arena y que de esa manera pueda mantenerse in situ.

De momento, hay ya más de 300 fichas de restos documentados en la Comunidad Valenciana, «desde pecios hasta áreas de fondeo, restos de estructuras o almadrabas», afirma.