El pasado mes de junio se celebró el primer Foro de Transferencia de Tecnología de la Comunidad Valenciana donde se anunció la creación de un banco de patentes universitarias, un esfuerzo por organizar el stock tecnológico desarrollado por los profesores universitarios valencianos.

Esta es la parte que la sociedad peor conoce de la actividad universitaria ya que la universidad se vincula, popularmente, con la docencia y la formación de titulados; pero el profesor universitario tiene un doble perfil: el docente y el investigador, es un pluriempleado del conocimiento que desdobla su jornada intelectual trasmitiendo saberes y también creándolos.

Entre los numerosos grupos de investigación seleccionados para formar esa primera representación de la ciencia valenciana, varios trabajan en la Universidad de Alicante y compiten en el ámbito internacional de la ciencia aplicada; son grupos de élite, hombres y mujeres que estresan sus neuronas para trasladar el conocimiento teórico hacia utilidades industriales que puedan mejorar nuestra sociedad.

Uno de esos equipos está liderado por el doctor Sansano a quien sus colaboradores llaman JM, que son las iniciales de su nombre. Lo hacen con cariño y con respeto, porque JM ha conducido a su grupo de Síntesis Asimétrica, una rama de la química farmacéutica, por un laberinto de moléculas artificiales; primero las crean en el laboratorio y luego, conocedores de su estructura, las modifican para obtener un principio activo que frene infecciones, inhiba tumores y sea letal contra algunos virus.

Avanzar en el conocimiento científico es una tarea sacrificad, el profesor Sansano se encierra cada día entre el silencio de sus fórmulas y el murmullo de los instrumentos del laboratorio. Su aportación al banco de patentes es un innovador compuesto capaz de intercalarse entre las hebras del ADN humano y frenar el desarrollo de microorganismos y células patógenas de ciertos tipos de cáncer y herpes.

Cada prueba clínica in vitro le cuesta a su laboratorio 60 euros y necesita hacer miles de ellas para culminar un proceso que terminará en las pruebas con enfermos y la comercialización final del fármaco.

Richard Prieto es investigador del Laboratorio de Materiales Avanzados. Sus colegas son los profesores Javier Narciso, José Miguel Molina y Enrique Louis; entre todos han inventado un nuevo material, un compuesto de partículas cerámicas, aleaciones metálicas y copos de grafito. Es un producto original, inexistente hasta ahora, y una obra de arte por la belleza de su concepción.

Pero lo más importante es que los investigadores han sido capaces de dotar a este material con una alta conductividad térmica: ése era su objetivo. Esto significa que disipa el calor de los cuerpos que entran en contacto con él hasta un 250% más que los metales usados en la actualidad, como el cobre o el aluminio. La utilidad es trascendental para la industria electrónica que tiene una de sus grandes limitaciones en las elevadas temperaturas que alcanzan determinados componentes.

El exceso de calor reduce el umbral de rendimiento y provoca averías en los equipos. El invento de la Universidad de Alicante se puede fabricar en cualquier tamaño, cortar y modelar, para darle una forma específica que lo ponga en contacto con los componentes electrónicos que necesitan ser refrigerados.

La doctora Dolores Lozano y su grupo de investigación del departamento de Química Inorgánica llevan años intentando reducir la contaminación de los vehículos de combustión desde una nueva perspectiva, y para conseguirlo han inventado una trampa catalizadora, un dispositivo que atrapa los hidrocarburos del motor durante el arranque en frío, que es el momento de mayor emisión de contaminantes de los motores de explosión.

Visto de cerca, su invento tiene una estructura bellísima, parecida a un panal de abeja. Se trata de un monolito de cordierita, que es un tipo de silicato de aluminio y magnesio, recubierto de un tamiz molecular, un polvo blanco donde se esconde el secreto del invento. En su fabricación no han usado metales nobles, como en los sistemas vigentes, por lo que su precio se reduce unas cien veces sobre las tecnologías actuales.

Es más eficaz y más barato; esa parece ser la consigna que guía a la profesora Lozano y sus colegas por una encrucijada de combinaciones químicas, creando sin descanso aquello que antes han imaginado o soñado. Su invento ha sido recientemente patentado y puede tener un impacto directo sobre la calidad del aire que respiramos pero también sobre el mismo concepto de contaminación y toda la normativa que regula la fabricación de automóviles.

Estos tres casos son solo una pequeñísima parcela de lo que sucede en los laboratorios de las universidades españolas, un lugar donde las reacciones químicas y las sinapsis neuronales trabajan en paralelo. En la base de todo ese esfuerzo intelectual está el conocimiento y la aplicación de un método. Un paso más allá y se entra en lo que Wagensberg llama el «gozo intelectual», el disfrute por el saber.

El detonante que provoca un avance decisivo, ese paso que conduce hasta el invento de algo tan inexistente como necesario, es el espíritu creativo del científico, su capacidad para imaginar otros mundos posibles y la voluntad para cambiar la realidad.