Pocos actores en la historia del cine pueden presumir de tener un género propio. Alfredo Landa consiguió él solo, con su landismo, hacer reír a un país que no estaba para muchas bromas, además de demostrar un gran poderío dramático en Los santos inocentes El bosque animado.

Landa falleció ayer a los 80 años, según confirmó la Academia del Cine, aunque la familia del intérprete nacido en Pamplona guarda silencio sobre dónde y cómo se ha producido su muerte. El actor ha muerto apenas dos meses después de cumplir los 80 años y tras permanecer retirado de la vida pública desde 2008.

Nacido en Pamplona el 3 de marzo de 1933, Alfredo Landa Areitio fue uno de los actores más queridos por el público a lo largo de más de 120 películas, siempre supo que tenía una conexión especial con el pueblo llano, aunque finalmente también conquistara a la elite intelectual.

De 2008 datan sus últimas apariciones públicas, cuando recibió el Premio de la Unión de Actores por su papel en Luz de domingo, de José Luis Garci, la Medalla de Oro del Ayuntamiento de Madrid y el Premio Príncipe de Viana a la Cultura 2008 en su tierra natal, Pamplona, de manos del Príncipe de Asturias.

Pero su ausencia física no ha hecho que haya sido olvidado por el público, que ha desbordado Twitter con sus comentarios anónimos en los que lamenta la desaparición del protagonista del landismo.

Su estado de salud ha sido objeto de múltiples rumores, nunca contrastados, que apuntaban a un problema degenerativo, algo que se acentuó en 2007 cuando recogió un Goya de Honor con un discurso entrecortado y en el que sus palabras no fluyeron de manera adecuada. Una gran ovación arropó entonces al actor.

De sus inicios, el propio Alfredo landa los situaba en San Sebastián: "Hice una función en el teatro, y cuando salí en el primer mutis y me aplaudieron, vi un destello, un relámpago que me inundó, y una voz me dijo: "Tú tienes que ser cómico". Se me quedó tan grabado que he sido cómico porque no habría sabido ser otra cosa".

En San Sebastián fundó con varios amigos el Teatro Universitario, curtiéndose en el humor de Mihura, Jardiel Poncela o Capote, y en 1958 se trasladó a Madrid, donde debutó en las tablas de la capital con Nacida ayer. Reconocía que, al principio, su carrera se fraguó con trabajos alimenticios, "para salir adelante, porque para luego triunfar, primero hace falta trabajar, la experiencia es vital". Pero en el cine, se estrenó por la puerta grande con Atraco a las tres, de José María Forqué.

Se sumaría a los abultados repartos berlanguianos en El verdugo aunque pronto empezó a destacar como un estereotipo con escaso glamour, el "españolito medio" que centraría su propio género: el landismo.

"¿Pero hay más orgullo que ser el macho ibérico?", decía, a la vez que reconocía: "No reniego del landismo que me dio un éxito tremendo y tenía su valor, la prueba es que esas comedias siguen teniendo éxito cuando se pasan por televisión". No desearás al vecino del quinto, París bien vale una moza, Lo verde empieza en los Pirineos... Un hombre reprimido y de escasas dotes amatorias creó escuela, y Alfredo Landa asumió sin pudor la tarea con tal de hacer reír a una España que vivía los últimos años de dictadura.

"Fue un fenómeno sociológico", reconocía, y dignificaba su trabajo asegurando: "En todos ellos he puesto ilusión, y a la ilusión no se le traiciona".

Como tantos otros cómicos, Landa tuvo que demostrar sus habilidades dramáticas para ganarse el respeto de la profesión. Enterrado Franco, cambió represión cómica por la verdadera tragedia de la falta de libertades. Dio la vuelta al perdedor, hasta llenarlo de matices sensibles.

Calló todas las bocas como el pueblerino de buen corazón que carga con su cuñado retrasado, Paco Rabal, en Los santos inocentes, la adaptación del texto de Manuel Delibes que realizó Mario Camus y que les dio a Landa y a Rabal el premio de interpretación en Cannes. "Estoy agradecido a esta profesión que escogí, me reconoció y, más tarde, me dio la oportunidad de demostrar mis cualidades dramáticas", decía, y la racha siguió con títulos fundamentales de los años ochenta.

El crack, de José Luis Garci, o dos cintas con José Luis Cuerda que le reportarían sendos premios Goya, El bosque animado y La marrana, demostraban el filón que había permanecido oculto en el actor pamplonica y que se hacía extensible a la televisión con Lleno por favor o con su inolvidable papel de Sancho Panza en Don Quijote, de Manuel Gutiérrez Aragón.

Garci se convirtió en el director con el que mejor relación establecería. "No habría hecho El crack si no fuese por Garci y tampoco habría hecho Historia de un beso sin él, porque estos dos personajes han sido para mí como darle la vuelta al calcetín", aseguraría. El crack 2, Canción de cuna, Tiovivo C.1950 completaron la relación. Al recoger el premio Goya de Honor 2007 Landa olvidó su amargura... y muchas cosas más. Se quedó prácticamente sin palabras y mostró la fragilidad de su estado, impactando notablemente a la audiencia.

Su biografía, Alfredo el Grande. Vida de un cómico, era una entrevista concedida a Marcos Ordoñez en la que no se mordía la lengua. "No hablo mal de la gente, sólo constato la realidad", señaló tras describir a José Luis Dibildos como "un timador profesional" o a Gracita Morales como "caprichosa, despótica e intratable".

También arremetió contra el cine español, donde decía que "solo hay media docena de señores con talento, que lo hacen bien", y que el desencuentro con el público se debía a que "les damos morralla".