Personas que acuden a una montaña en Serbia para escapar del apocalipsis, comunidades que preparan sus propios refugios, libros que aparecen editados al socaire de tesis fatalistas y programas de televisión que intentan explicar lo inexplicable. La teoría de que el mundo se acaba el 21 de diciembre con la excusa del calendario maya o del supuesto choque de un planeta ficticio contra la Tierra -que han supuesto una pesadilla para los científicos de la NASA y han obligado al gobierno de EE UU a asegurar que el mundo seguirá después del próximo viernes-, es un ejemplo más de que los mensajes sobre el fin del universo calan en cualquier sociedad y a lo largo de civilizaciones, a pesar de que ninguno ha surtido efecto. Sociólogos, astrónomos y antropólogos rechazan estas teorías "oportunistas" que se disfrazan de "pseudociencia" y que, como mantienen, abundan en tiempos de crisis como el actual.

"No hay fin del mundo ni nada que se le parezca, solo termina un ciclo y empieza otro. Cada civilización ha tenido su calendario -los chinos, los mayas, los egipcios, los mesopotánicos...- basado en la luna, el sol, la mezcla de ambos o las estrellas. El maya tiene un ciclo largo, de 4.000 o 5.000 años, que concluye ahora, pero incluso los mayas sabían que no acababa el mundo", explica el astrónomo Enrique Aparicio, que recuerda que con el cambio de milenio y la entrada en el año 2000 también surgieron tesis catastrofistas y añade, como pequeño ejemplo, que "nosotros lo hacemos cada año tomando las uvas, despedimos lo malo y creemos que empieza lo bueno".

Aparicio, profesor de Expresión Gráfica y Cartografía de la Politécnica Superior de la Universidad de Alicante y fundador de la asociación universitaria de astronomía Astroingeo, asegura que "lo único que sabemos es que el mundo se acabará pero la fecha de caducidad la marca el Sol, nuestra estrella, que tiene una duración de 10.000 millones de años y está en la mitad de su vida, o sea, que le quedan aún otros 5.000 millones de años. Eso sí que es ciencia pura. Lo otro son triquiñuelas que alimenta la pseudociencia".

El especialista afina más y añade que "moriremos un poco antes por otro lado, ya que la galaxia Andrómeda chocará con la nuestra antes de que el Sol nos consuma por la temperatura en 4.500 millones de años, un poco antes de que se extinga. Este es un fenómeno ya previsto por la ciencia". A su juicio, las teorías apocalípticas se alimentan "por temor, siempre hay gente que se las cree y hay que intentar no alarmar" y concluye diciendo que "lo que hay que hacer el día 21 es salir, tomarse una cerveza y comprar lotería para el sorteo del día siguiente".

No obstante, las consultas ciudadanas llegadas a la NASA sobre la amenaza de la profecía maya y los anuncios de suicidio de la población llevaron el pasado 7 de diciembre al Gobierno de los EE UU a afirmar en su blog oficial que "el mundo no acabará el 21 de diciembre" y a la NASA a insistir en que se ha hecho una mala interpretación del calendario maya y a desmentir que un asteroide esté apuntando a la Tierra.

La profesora titular de Antropología Social de la Universidad de Alicante, Ana Melis Maynar, justifica la intervención del Gobierno norteamericano, "que ha tenido que salir porque los de la NASA estaban ya agobiados" aunque recuerda que muchas de estas tesis se han alimentado en programas de televisión sobre el fin del mundo que proliferan en EE UU.

"Cada cierto tiempo surge este tipo de fenómenos, que no sabes cómo empiezan pero que son temas más esotéricos que científicos. No están basados en nada comprobado por los astrónomos ni por los arqueoastrónomos. Los mensajes quedan un poco vagos y coinciden con ciclos en los que vemos elementos de crisis", indica la antropóloga, que añade que "desde que existe el ser humano existen estas creencias y crecen en momentos de incertidumbre, en todo el mundo".

Melis señala que estos mensajes del fin del mundo entroncan con los movimientos milenaristas de sociedades cristianas, según los cuales Cristo volverá a reinar en la Tierra, "tienen que ver con sociedades muy influenciadas por la religión o por la política, en colonizaciones o dominaciones de pueblos desposeídos". Pero los mensajes fatalistas "no sólo se dan en la tradición cristiana, también los musulmanes tiene creencias milenaristas y hay movimientos seculares de liberación o revolución social en los que también se mezclan estas lecturas".

La antropóloga recuerda el caso del norteamericano Harold Camping, el líder de una red de emisoras cristianas, que llegó a predecir el fin del mundo en dos ocasiones basándose en la interpretación de la Biblia con la numerología, "unos cuentos chinos con los que se sacó millones de dólares para sus arcas cristianas".

La explicación a que estas creencias sigan teniendo peso en el siglo XXI es "la necesidad de creer que va a llegar un mundo mejor, aunque sea un mundo que desconocemos" y, por supuesto, "crecen en épocas de crisis, en situaciones de incertidumbre que no manejamos".

De opinión parecida son los sociólogos y profesores de la Universidad de Alicante Juan Antonio Roche y Mariano Real, que abundan en que "mucha gente necesita que alguien le diga algo, que sea su asidero, pero no busquemos explicaciones en la cultura maya, ni en los fines del milenio, sino en el tiempo que nos toca vivir", como señala Real, que considera que estos fenómenos "son un invento de los periodistas".

Juan Antonio Roche agrega que "el miedo al final del mundo lo inventa Zaratustra unos mil quinientos años antes de Cristo, pero los movimientos apocalípticos siempre se dan ante el miedo y en momentos de incertidumbre".

Roche añade que en EE UU "se ha desmentido el tema como si fuera real", lo que no facilita las cosas, y añade que la clave de los actuales anuncios es que "se dan en estos momentos de crisis profunda, donde lo que está sucediendo es que se está acabando el estado de bienestar. Vivimos una etapa en la que el miedo al final está ahí: el fin de las ideologías, del cine, del libro...".