Habla mucho, deprisa. Y es capaz de contar su nueva novela de una forma tan apasionada que crea la necesidad de ir corriendo a una librería para comprarla. Vive en Alicante, de forma muy discreta, «porque mi base está aquí, vuelvo cuando necesito hogar», aunque pasa temporadas fuera. Dejó el periodismo para ser administrativo en un hospital y así poder escribir. Y desde 1999 solo escribe y van ya 10 novelas. Ayer se reencontró con las Hogueras, «que me gustan cuando no estoy trabajando». No podía ser de otra forma. «Nací el 12 de junio, antes de la plantà, y lo primero que hice en mi vida fue ver Hogueras».

Dicen que La conjura de Cortés es la vuelta de Matilde Asensi a su esencia. ¿Cuál es?

Pues no sé. Quizá es la novela más aventurera de la trilogía, si es que se refieren a eso. Catalina Solís tenía que evolucionar. Ya no era la chica de 16 añitos que parecía una tabla y podía pasar por chico. Ahora es una mujer que no puede disimularlo, tiene pecho y caderas. Y eso ya me iba dando más tramas para el personaje. Además me fueron apareciendo unos temas fantásticos durante la documentación y otros que tenía guardados, y como era el final de la trilogía pues lo volqué todo ahí.

Historia, aventura, enigmas, humor...

...el humor no es provocado. Si estoy escribiendo y se me ocurre una tontería, igual que la digo en la vida, pues la escribo. Me sorprende ver que la editorial, los periodistas, los lectores en Twitter y en Facebook destaquen el humor. Yo estoy dentro de la escena y si hay un momento en que se produciría una situación graciosa en la vida real, la traslado a la ficción.

¿Qué le hace distinta a otros colegas que escriben también novela histórica?

No hay una fórmula de éxito. Si hubiera una fórmula estarían ya 300.000 escritores aplicándola o las editoriales hubieran puesto a 25 negros ahí a producir. Pero es verdad que tú cuando estás leyendo detectas si un escritor te engaña o no. Yo como lectora lo noto y yo creo que eso no lo pueden decir de mí. Primero, porque respeto un montón a los lectores que son los únicos que me han traído hasta aquí y segundo, porque yo procuro ser honesta. Creo que la gente que se gasta el dinero para leerme, más ahora en crisis, se merece todo mi respeto.

¿Cree que el lector es capaz de diferenciar entre la literatura bien hecha y los oportunistas del género?

No dudes ni por un momento que el lector es inteligente. Le engañas una vez pero dos no. Aunque no es verdad que sea una moda de los últimos años, lo que ocurre es que en España aparece hace algunos años. Aquí durante mucho tiempo hemos tenido una literatura, igual que un cine, tirando a cutre, en el sentido de que era todo tan exquisito y tan selecto que estaba pensado para minorías y la inmensa mayoría del pueblo quedaba fuera de la literatura y el cine. Aquí escribir género era incluso vergonzoso. Pero de repente aparece Arturo (Pérez-Reverte) en los 80, luego yo en los 90 y el lector se da cuenta de que puede disfrutar leyendo, y no solo reflexionar sobre el bien y el mal o sobre la guerra civil.

Lo que pasa es que han salido muchos autores en este género buscando el éxito fácil.

Lo que ha habido últimamente es un poco de boom, pero imagino que es el efecto imitación, que es normal. A mí me parece bien porque de todo eso saldrá alguien bueno, la selección natural hará que quien valga se mantenga y quien no, no.

¿No se aburre de escribir novela histórica?

Pues no, es que me gusta mucho lo que hago. Me gusta investigar la historia, me gusta encontrar misterios en el pasado y de repente es una pasión desbordante que no puedo controlar y ya no hay más en el mundo hasta que no sepa exactamente qué pasó ahí. Soy terca como una mula vieja. Una vez que me he comprado un montón de libros, he leído lo que tenía que leer y tengo una noción del contexto histórico, entonces ya es como un tapiz que tiene agujeros, en el que el proceso de restauración es ir cosiéndolos otra vez para taparlos. Y esa es la parte de ficción que yo aporto, yo meto mi historia en esos agujeros.

Le gusta a usted y parece que también a los 20 millones de lectores de sus libros.

Esa es la inmensa suerte que tengo, que lo que me gusta a mí también le gusta a mis lectores. Hay muchos que no me leen y no les gusto, pues perfecto.

Lo que vende mucho no tiene calidad y lo que la tiene se vende para minorías. Desmonte esa reflexión.

Eso va muriendo. La base es la gente. En 1999, cuando saqué El salón de ámbar, teníamos una población lectora del 4%, éramos el país europeo con el índice de lectura más baja. Y en doce años estamos en el 56%. Alucina. Es brutal. Eso se debe a que el nivel cultural de la población ha crecido y a que, por alguna casualidad del azar, hemos salido, además todos procedentes del mundo del periodismo, una serie de escritores que hemos ofrecido esa literatura que la gente estaba demandando.

¿Son los propios lectores los que mandan ahora?

Claro. La gente ya no se lee una crítica literaria para ver si se compra un libro. Entra en Internet, mira los foros, se fía más de los lectores. Es el boca-oreja. Internet es un altavoz gigantesco. Allí puedes encontrar comentarios de todo tipo de libros, puedes leer lo que quieras.

En esta trilogía usted indaga en el Siglo de Oro y el descubrimiento de América, y ofrece una visión contraria a la demonización de los españoles.

Los dos mitos más grandes y asentados a este y al otro lado del Atlántico son que los españoles les robamos todo a los latinoamericanos y están así por nosotros, y que hicimos una masacre y acabamos con los indígenas. Pero tiene otra lectura. El pueblo español no vio ni un doblón de oro, no disfrutó de esas riquezas, era un pueblo miserable, hambriento, era la época de la picaresca. Estábamos manteniendo todas las guerras de Europa. Teníamos un imperio donde no se ponía el sol, llegaban unas riquezas brutales, teníamos una corte, la de los Austria, que siempre estaba de fiesta y jolgorio, aquello era jauja, y eso eran unos gastos brutales. El rey se pasaba todo el tiempo en los toros o de caza... ¿Cómo se mantenía eso? Pues muy malamente, con préstamos que se pedían a los banqueros europeos, alemanes sobre todo, a los Fugger, y estábamos endeudados con los alemanes hasta las pestañas...

Todo eso me suena.

¿Verdad? ¿Te cuento más? Llegaban los baúles llenos de oro, pero se produce la cuarta bancarrota en España, porque ese dinero iba destinado a pagar los intereses a los alemanes. Cuando fuí leyendo e investigando iba de alucine en alucine, no daba crédito a lo que leía, pero eso está en los libros de historia. Mientras, España se moría de hambre porque no se invertía nada y la gente quería emigrar. Y en cuanto al mito de las masacres, es verdad que en toda ocupación siempre hay psicópatas, pero que hiciéramos todo eso... me chirría. Sí, es verdad que se mató a muchos, sin duda, pero aparte de eso lo que llevamos fueron enfermedades. Está demostrado porque se han hecho investigaciones, hay artículos en la revista Nature y documentales, que el 90 por ciento de la población indígena murió por enfermedades víricas. No me cuadraba que fuéramos tan brutos, porque los españoles podemos ser muy bravos, en aquella época, ahora menos porque se nos están bajando los humos a recorte forzado, pero no somos gente cruel.

Da un poco de miedo que haya tanto paralelismo entre el Siglo de Oro y la actualidad.

La pena es que después de cuatro siglos seguimos teniendo unos malísimos gobernantes. Yo no soy de ningún partido político porque para mí son sectas religiosas. Paso de partidos políticos, paso de sectas políticas y paso de creencias divinas imbuidas a nivel político. Lo que me da pena es que tengamos una clase política de tan poca talla, tan mediocre, tan mala... que no nos esté ayudando a sacar lo que podríamos ser. Al contrario. Que empiezan a llegar fondos europeos, pues venga esto es fiesta. Pues no, invierte que esto no va a durar para siempre. Solo ladrillo y turismo. Invierte en cultura, invierte en industria, invierte en tecnología... Mientras, duplicamos administraciones, gastamos, derrochamos, lo mismo que entonces. De 1600 a 2012, quiebras, bancarrotas, deudas con los banqueros alemanes, gobernantes mediocres, reyes que estaban todo el día cazando y tenían validos que se lo llevaban puesto, igual que ahora, eran unos corruptos. ¿Ha cambiado algo hoy en día? Pues, no. Hemos cambiado los nombres de valido y monarca por partidos políticos, bueno, y si quieres añadir monarca por la caza, pues también. Pero no tenemos una clase gobernante digna de lo que ya por fin creo que nos merecemos.

Recortes en cultura, educación, investigación. ¿A dónde nos conduce eso?

Nos obligan a hacerlo porque tenemos una deuda enorme. Claro que también forma parte de que los mercados nos quieren hundir, de que alguien se está enriqueciendo. Yo no creo que esto tenga buena salida, pero si alguna esperanza tenemos ahora no es confiar en nuestros gobiernos ni en nuestros estados.

¿Y la situación de Alicante y la Comunidad Valenciana?

La Comunidad Valenciana se lleva la palma. ¡Si somos de los mejores, por favor! La Comunidad abanderó esta situación cuando empezaban los escándalos de corrupción y todo esto. Deberíamos cortar la tela que nos une con esa clase política que no nos representa, que usa nuestro dinero, el dinero que nos cuesta ganar. Yo pago muchos impuestos, es verdad que gano mucho, pero pago una burrada. Yo no engaño a Hacienda, pago lo que tengo que pagar y por eso tengo derecho a quejarme porque esos señores están usando mi dinero y el tuyo en unos gastos de regalarse ipad y tener cuarenta coches oficiales cuando la gente está perdiendo su casa y se tiene que ir a vivir con sus padres o debajo de un puente, o a comer a un comedor público o de Cáritas. ¿Pero qué es esto? Mientras, ellos siguen yéndose a comer a los mejores restaurantes. Y no se bajan los sueldos. Que la gente se está quedando en la calle, que no hay trabajo, que en Alicante tenemos un 30% de paro con una economía sumergida de narices, que menos mal, y ahora van a por ella aunque es lo que da de comer a la gente. Es verdad que todos tenemos que pagar impuestos, pero no sé, calibra el momento. Al final todo lo pagan los pobres.

Recupera en este libro la figura de Catalina Solís, una mujer que se viste de hombre para poder sobrevivir, para ser libre. ¿Tampoco ha cambiado eso?

Aun no hemos llegado al final del camino. No tenemos que vestirnos ya de hombres, que la ropa es muy fea, menos mal. Pero es verdad que todavía tenemos un techo de cristal. Lo bueno de esto es que las mujeres ya no vamos a permitir que nos echen en el olvido, ya nos vamos a consentir que nos maltraten. Esa es la diferencia. Ya no podemos retroceder porque no lo permitiríamos.