Se pasa hambre, se tienen dudas, se renuncia al calor de la familia y se maldice la hora en que uno decidió hacer las maletas tantas veces como noches se pasan en rincones penosos. La mayoría de estos seis músicos alicantinos se plantaron en Madrid cuando apenas pasaban los 20 años con una mochila y el estuche de la guitarra, la trompeta o la flauta como único equipaje. Otros, simplemente saltaron sin dudarlo al tren mágico de la oportunidad que un día se detuvo en su puerta. Juanjo Reig, guitarrista de Krakovia; Sean Marholm, voz y guitarra en Dinero; Juanjo Aracil y Pepe Andreu, flauta travesera y trompeta de Elbicho respectivamente; y el pianista y cantautor Jaime Córdoba cuentan cómo es la vida de un emigrante que deja el calor de la terreta para buscar el favor del rock and roll en la capital. Porque, como sentencia el director de la revista Rolling Stone, el callosino Pedro Javaloyes,"si alguien quiere triunfar en la música, se viene a Madrid".

"Lo más duro es llamar a tu madre y decirle que estás bien, cuando en realidad estás en el Mercadona contando los 20 euros que te quedan para comer", asegura el trompetista Pepe Andreu desde su casa de Santa Pola, donde vive durante el año sabático que se ha tomado su grupo. De aquello han pasado diez años, tres discos y varias giras mundiales, pero en su memoria está fresco el día en que dijo "adiós papá-adiós mamá".

Él y su compañero de banda tomaron una decisión muy parecida cuando acabaron sus estudios en el Óscar Esplá. "Si me quedaba en Alicante no llegaría más que a tocar en la orquesta del conservatorio. Aquí no hay nada, está todo en Valencia, así que me marché a Madrid, con mí título, la trompeta y los 300 euros con los que aguanté varios meses", recuerda Andreu. Aracil también acababa de terminar los estudios de flauta y "quería trabajar ya", así que se fue a la capital prácticamente con lo puesto.

Vivir del aire

El trompetista nunca llegó a pedir trabajo en la Orquesta de RTVE, como era su plan inicial, porque Elbicho, una banda que se alimentaba a cucharadas de flamenco, rock, funk y jazz y que abanderaba un tipo de Elche criado entre gitanos, Miguel Campello, estaba buscando gente para hacer conciertos mientras preparaba su primer disco. El batería Toni Mangas los enroló a los dos.

En el año 2002, un músico novato sin más patrimonio que el viento de su flauta todavía podía "ganar 500 euros al mes" si tocaba varias noches a la semana. Era el caso de Aracil, que acababa de dejar su casa de Agost por "un zulo de tres por cinco en una asociación cultural" por el que pagaba un precio simbólico de 125 euros. Andreu compartía piso con Víctor Iniesta, guitarrista. Tocaban "donde fuera y por lo que fuera", comían "todos juntos en el local macarrones o lentejas" y gastaban en juergas "muy poco, porque las fiestas eran después de los conciertos, en las salas, y nos invitaban a todo", como recuerdan ambos.

Vivían prácticamente del aire, pero "sufrimiento" no es una palabra que describa aquellos primeros años de "sueño madrileño". "No lo recuerdo como algo duro; yo estaba exactamente donde quería estar", asegura el flautista. Andreu está de acuerdo y se pone, además, un punto nostálgico: "molaba un montón. No teníamos familia, pero nos teníamos a nosotros... éramos como hermanos".

"Nos vinimos arriba"

Que hayas sido el amo del recreo no significa que vayas a ser el rey de en la universidad. Jaime Córdoba y Sean Marholm se dieron cuenta al poco tiempo de llegar a la capital de que arrasar "en el Mulligan´s o en el Cola de Gallo" de Alicante no les iba a servir de credencial en Madrid.

El pianista y cantautor alicantino llegó hace cerca de diez años con mucha más gente de la que hoy sigue con él. "Yo tenía un grupo que se llamaba Indras. En Alicante llenábamos todos los garitos cuando tocábamos, así que nos vinimos arriba y nos metimos los cinco en un piso en Madrid para probar suerte", recuerda el teclista mientras regresa de su ensayo diario de cuatro horas. "Al principio llegas y te crees que eres Mick Jagger", bromea, "pero he visto a tantos artistas en su estrellato y en su hundimiento, que he tenido que poner los pies firmes en suelo". Indras no triunfó en la meca del rock patrio y sus miembros se acabaron dispersando.

Córdoba siguió por su cuenta y hace cuatro años pudo editar su primer disco. Hoy vive de la música: acompaña a otros artistas y recorre con sus temas y su Piano Band el circuito de salas de Madrid que aún pagan cachés. "Aquí tienes Clamores, Honky Tonk, el Búho Real, Galileo Galilei, El Intruso... Muchas programan 365 días al año, y eso, en Alicante, es imposible encontrarlo" asegura el exteclista de Indras. En dos semanas presenta su segundo disco, Cero en dignidad.

Sean Marholm, guitarra y voz del trío Dinero, también se creyó que llegaría de Madrid al cielo en dos semanas. Y eso que se marchó preparado para pasarlo mal y rebautizó "irónicamente" su banda como Dinero. "Dani, nuestro primer batería, dijo que no podía más a los cinco meses. Nos quedamos Rubén (Giménez, bajista y nacido en Petrer) y yo solos", rescata Sean mientras se fuma un pitillo. Está grabando las guitarras de su segundo disco después de más de 150 conciertos desde 2009 y haber sido teloneros de grandes del rock mundial como Foo Fighters o a Franz Ferdinand. No les va nada mal.

El músico de Elche tenía 23 años cuando regresó a Madrid, esta vez no a estudiar sino a merendarse la escena rock indie que despertaba en todo el país desde su epicentro madrileño. Coordinador en una tienda de móviles de día, de noche ensayaba "hasta la hora de volver al trabajo", rutina que le obligó a desarrollar la habilidad de saber refrescar la pantalla del ordenador "estando completamente dormido". Tampoco ayudó a aumentar su productividad en la tienda "ir a todos los saraos posibles" en aquellos años en los que dormía cuatro horas al día. "Si sales a sitios donde hay otros músicos, conoces gente y puedes acabar de cervezas en una casa de cervezas con gente de la industria", apunta Marholm. En Alicante, la escena "no nos exigía más de lo que hacíamos", y eso era algo perfectamente compatible con dormir ocho horas.

Es cierto que en el mundo de la música tener contactos es tan básico como conocer los acordes y, a día de hoy, el grueso de la industria sigue estando en Madrid y Barcelona. Javaloyes, nacido en Callosa de Segura y director de una de las revistas más influyentes en música y estilo de vida del país, cree que resistirse a este hecho es negar una evidencia. "Las tecnologías acercan, pero, por ejemplo, en la noche de los premios estaban todos", apunta en referencia a la entrega de galardones de su publicación, convocatoria en la que, recuerda, "Dinero estuvieron nominados". "Si estás esa noche o si tocas de manera regular en Madrid, puede verte alguien de la industria, puedo verte yo o cualquier persona que esté metida. El contacto es real, humano e influye en el efecto contagio", explica el periodista.

El viaje a la capital con guitarra y manta es tan natural como "irse a Los Ángeles para un actor o a San Francisco para un artista; ocurre así desde el París de los años 20", garantiza el periodista. Su vinculación a la música sigue siendo muy potente desde que descubrió durante los años de la Movida "el poder que tenía para despertar tantas cosas". De ahí que, a pesar de que tiene a su cargo un importante número de revistas, confiese que dirigir Rolling Stone "es lo que me da la vida".

Londres era el objetivo principal de Juanjo Reig, un villenero que rozaba los 30 como profesor de bajo en la Casa de la Cultura y que trabajaba como técnico de sonido en conciertos y mantenía su banda "de toda la vida", Ingresó Cadáver. "Yo tenía intención de irme a estudiar producción a Inglaterra o probar suerte a Madrid", relata Reig, como si no cayera en la cuenta de que siete años después hace ambas cosas en la primera división del rock nacional. La historia de de Reig es la de un apasionado que se lanza al vacío tras un flechazo fatal. "Hice de técnico de Cycle -banda del reputado productor David Kano- en un festival en Villena y hubo muy buen feeling", rememora el guitarrista. "Me propusieron acabar la gira con ellos, y dije que sí".

Forjada la amistad, unas vacaciones junto a Kano en Tailandia "con una guitarra y una grabadora" crearon el embrión de Krakovia y su traslado definitivo a Madrid le consolidó también como miembro de Cycle y como socio del productor en el estudio de grabación Red Division, donde contesta a esta entrevista. "¿Que si mereció la pena venirme? Desde luego, pero hay que dar el salto".