El éxito logrado por la ciudad china de Macao al desbancar a Las Vegas como capital mundial del juego por volumen de negocio ha desatado en los países del sudeste de Asia una pugna por emular a la meca de los casinos que antes consideraron dañinos. Con un sustrato cultural marcado por la superstición y creencias sobre la buena suerte, el apetito por el juego de los asiáticos se muestra insaciable a pesar de las prohibiciones que impusieron la mayoría de los gobiernos para combatir esta extendida afición a la que etiquetaron como lacra.

"Podríamos poner el equivalente de cinco Las Vegas en distintos puntos de Asia y no saturaríamos la demanda", dijo Sheldon Adelson, presidente de Las Vegas Sands, la primera compañía norteamericana que en 2004 desembarcó en Macao y que en abril abrió el Marina Bay Sands, en Singapur. La Ciudad-Estado del Sudeste Asiático, donde la rigidez disciplinaria de las autoridades prohíbe hasta consumir chicles, es la que ha dado el paso más significativo al autorizar dos complejos lúdicos con casino que han supuesto una inversión de 10.200 millones de dólares.

Esta medida contó, como no podría ser de otra forma, con el beneplácito del padre de la independencia, Lee Kuan Yew, a pesar de que en llegó a decir que sólo habría casinos en Singapur si las personas que los promovían pasaban por encima de su cadáver. Detrás de la medida está el intento por romper con esta imagen puritana y potenciar la economía más desarrollada de la región como centro de servicios, a la vez que persigue aumentar la llegada de turistas.

Adelson dijo recientemente que cuando el Marina Bay Sands esté a pleno rendimiento esperan recibir hasta 150.000 personas al día y, por su parte, el Consejo de Turismo de Singapur calcula que el país recibirá este año unos 12,5 millones de visitantes, casi tres millones más que en 2009.

El aperturismo en el sector, no obstante, no se ha extendido a los ciudadanos, a quienes las autoridades de sus países continúan vetando la entrada a las salas de juego o exigen un sinnúmero de requisitos para limitar su acceso. Tanto es así que en Singapur sus residentes deben pagar 70 dólares por el derecho de admisión de un día, a la vez que está prohibido el acceso a las mesas de juego a aquellos ciudadanos que gocen de alguna subvención pública.