Los restos mortales de José Saramago fueron incinerados ayer en una emotiva ceremonia en el cementerio del Alto de San Juan de la capital lusa a la que asistieron los familiares del Nobel y numerosos amigos, intelectuales y autoridades lusas.

Tras un funeral en la capilla ardiente instalada en el Ayuntamiento de Lisboa, donde el féretro del escritor fue visitado desde el pasado sábado por miles de personas, su cortejo fúnebre recorrió el centro de la capital entre los aplausos de las muchas personas que acudieron a darle un último adiós.

En la ceremonia de cremación, la esposa de Saramago, Pilar del Río, afirmó que ha muerto "un hombre bueno, una excelente persona y un magnifico escritor" y agregó, al resaltar la huella que deja en todos los corazones, que sólo deben llorar hoy "quienes no le conocieron".

El ataúd de Saramago, cubierto con la bandera portuguesa, entró al crematorio en medio de una ovación de más de diez minutos de los centenares de personas que se agolpaban ante sus puertas y que le arrojaron claveles rojos, el símbolo de la Revolución portuguesa del 25 de abril de 1974. Pilar del Río, traductora al español de las obras de su marido, expresó el cariño de cuantos habían conocido y tratado a Saramago en unas breves palabras ante su féretro, en las que resaltó el reconocimiento que los medios de comunicación de todo el mundo le habían tributado al informar de su fallecimiento.

La periodista española evocó también una anécdota del escritor brasileño Jorge Amado, sobre el periodismo y la muerte, y a la salida del crematorio agradeció, con un "obrigada", las muestras de afecto y el pesar por la muerte de su marido que le tributaban los muchos lisboetas presentes en el cementerio. La hija de Saramago, Violante, y otros familiares y amigos del escritor asistieron a la ceremonia, en la que, al igual que en el funeral previo en el Ayuntamiento, hubo también autoridades e intelectuales españoles.

Además de los editores hispanos de Saramago, varias personalidades de la cultura y la política acudieron a despedir al Nobel desde España, donde falleció el viernes el escritor, a los 87 años de edad, en su casa de Lanzarote. La vicepresidente del Gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega, que encabezaba la delegación oficial, hizo un breve discurso de homenaje a Saramago. En este sentido, para Fernández de la Vega, el escritor supo "hacer sonar las cuerdas del alma". Y las páginas de ilusiones, sueños y compromisos que desgranó forman parte de los tesoros de una cultura universal, que queda huérfana de su voz "muy humana y muy digna".

Mientras cientos de personas seguían la ceremonia por una pantalla de televisión instalada en la fachada del Ayuntamiento, el ensayista Carlos Reis, el secretario general del Partido Comunista Portugués, Jerónimo de Sousa, y la ministra lusa de Cultura, Gabriela Canavilhas, evocaron también al "maestro y amigo Saramago".

También se pudo ver entre los presentes al alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, y el coordinador general de Izquierda Unida, Cayo Lara. Y la ministra española de Cultura, Ángeles González-Sinde, acudió el pasado sábado a Lisboa para recibir los restos mortales del escritor desde el Ayuntamiento.

Fuentes de la familia del Nobel dijeron que todavía no se ha decidido el lugar exacto donde se depositarán las cenizas en la capital lusa, que según destacó el alcalde no sólo fue escenario de muchas de sus obras sino también "uno de sus personajes más queridos y a los que dedicó más amor en toda su obra".