fascinado por españa, Ernest Hemingway reconocía su pasión por la buena comida, bebida y los toros. Dedicó tres libros a la fiesta y siempre llevaba en el bolsillo posterior del pantalón una petaca con whisky o coñac, que hasta compartía con el diestro Antonio Ordóñez en el callejón de la plaza. Quería convertir a Cano en un actor, por todos los oficios que había desempeñado en su vida.