Aldous Huxley se imaginó en su novela Un mundo feliz (1931) una sociedad perfectamente satisfecha gracias a una droga que conseguía mantener el fantasma de la depresión y la angustia lejos de sus ciudadanos. La llamó soma y decretó que todos los habitantes de su novela tuvieran derecho a consumirla. Antes de fallecer en 1963, el literato británico declaró que nunca hubiera imaginado lo rápido que el mundo se iba pareciendo al que él se había inventado. Casi medio siglo después de la muerte del autor, los psiquiatras, psicólogos, farmacéuticos y especialistas en Salud Pública advierten de un fenómeno que podría servir como prólogo al trabajo de Huxley: el consumo de antidepresivos, ansiolíticos y somníferos se ha expandido sensiblemente en el último lustro entre todos los sectores sociales y todas las franjas de edad. ¿La razón? Para María Angustias Olivares, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital General de Sant Joan, la respuesta es clara: "nos hemos acostumbrado a no tener frustraciones. Eso y la carencia de una escala de valores convierten a las pastillas en la muleta química que necesitamos para poder enfrentarnos a las situaciones de crisis", apunta la doctora, también miembro por Alicante del Consejo Asesor de Salud.

Esta incapacidad para afrontar las crisis personales se ha aliado con la depresión económica para que la industria farmacéutica se frote las manos: la cultura de la pastilla mágica empieza a imponerse. Lejos de la ciencia ficción de Huxley, el Colegio de Farmacéuticos de Alicante confirma la tendencia con un dato objetivo. Desde el año 2004, la venta de psicofármacos antidepresivos y ansiolíticos en la provincia de Alicante ha aumentado un 36%. Jaime Carbonell, presidente de este órgano, confirma además que en el año 2008, coincidiendo con el estallido de la crisis, se produjo "un pico importante" en la venta de este tipo de drogas. Fármacos como la fluoxetina, la venlafaxina o la paroxetina -que toman su nombre comercial más conocido en marcas como Prozac, Efexor y Seroxat-, y los ansiolíticos como el Diazepam o Valium se han convertido en los amigos inseparables de todo tipo de personas "con cuadros de ansiedad y depresión leve", trastornos que, según Bartolomé Pérez Galvez, psiquiatra y ex director general de Drogodependencias de la Generalitat, se diagnostican con cada vez mayor frecuencia a causa de los problemas económicos y familiares derivados de la crisis global.

Estos fármacos sólo se pueden adquirir con receta médica, bien a través del sistema sanitario público o bien por consulta privada. Por tanto, tras el consumo abusivo se esconde otra realidad que Pérez Galvez denuncia con una frase coloquial: la escasez de personal en los departamentos de psiquiatría del sistema público convierte a los profesionales de los hospitales "en churreros". "Nadie tiene la media hora o tres cuartos necesarios para atender a un paciente. La solución más fácil es poner un tratamiento a base de pastillas", sostiene. El Colegio de Farmacéuticos informa de que entre el primer trimestre de 2009 y el primero de este año el consumo de estas sustancias aumentó un 3,4%, aunque fuentes del centro especifican que "son datos relativos a las recetas de la Seguridad Social". "Probablemente, el porcentaje aumente por la vía privada", explicaron.

"Depres" a cualquier edad

La depresión y la ansiedad ya no tienen un segmento de población preferido con el cebarse, según la mayoría de los expertos consultados. La psicóloga Rosa María Gómez Aránega, establecida en Alicante y especializada en el campo cognitivo conductual, señala que "no hay un perfil claro" del consumidor de psicofármacos, debido a que "la gente, sea de la edad que sea, se ha costumbrado a medicarse para esconderse de los problemas". "Antes, la depresión se relacionaba con personas de mediana edad, pero a las consultas cada vez vienen más chicos y chicas de entre 20 y 30 años, adolescentes y personas en la cuarentena que arrastran problemas de antiguo", apunta la psicóloga, en referencia a traumas provocados por la separación de los padres, relaciones sentimentales, déficits de atención y de cariño e incluso "traumas por aborto y crisis conocidas como la de los 40". La doctora estima que la dificultad para afrontar este tipo de problemas acentúa el consumo de fármacos psicotrópicos y otras sustancias como alcohol, tabaco, drogas y, en definitiva, "cualquier cosa que sirva de tapadera para ocultar el problema que se tiene dentro". En este sentido, Bartolomé Pérez Gálvez coincide con Gómez en que "cada vez hay más casos de adolescentes deprimidos y de depresión psiquiátrica" y apunta que gran parte de la culpa la tienen "el estrés y las condiciones de vida actuales".

Conviene señalar que el abuso de "drogas de la felicidad" como el Prozac se comprende dentro de consumidores con cuadros leves de estos trastornos, lo que Pérez Gálvez define como "depresión exógena" causada por agentes externos -paro, incertidumbre, problemas familiares etc.- y que tienen incidencia moderada. "Las pastillas pueden ser una ayuda, pero, o aprendemos a afrontar estas situaciones o ellas solas no nos van a curar". En este sentido, alerta de la extensión del término "depresión" a simples caídas anímicas. "No existe el síndrome post vacacional. Es simple apatía, la misma "tristor" que hace que cualquier psiquiatra sepa que las dosis se aumentan en invierno y se bajan en verano", apunta el médico, quien defiende también que "la psiquiatría se ha pasado de rosca al ser demasiado biologicista".

"Más amistades y menos Prozac" es el lema que viene a defender Carlos Álvarez Dardet, catedrático de Salud Pública de la Universidad de Alicante, cuando se le pide una respuesta al fenómeno de la pastillita. "Hay una palabra clave que es "confianza". Sin confianza no hay comercio, no hay relaciones humanas y se fracturan las comunidades. Eso genera el aislamiento necesario para pensar que "como no tengo a nadie al lado, me tomo una pastilla", en palabras de Álvarez Dardet, quien asegura además que "en todas las grandes depresiones han existido estos problemas como ha reflejado el cine tantas veces".

El problema que plantea Huxley puede encontrar la misma respuesta que dan los expertos en una escena de Matrix. Morfeo ofrece al personaje de Keanu Reeves elegir entre dos pastillas: una para regresar a la realidad virtual y otra para afrontar el mundo real.