Los incondicionales de Bruce Springsteen tuvieron que sudar lo suyo para verlo, salvo aquellos que decidieron ser previsores, muy previsores, y llegar al estadio con tiempo. Cierto es que la espera al final tuvo su recompensa, pero la entrada a Benidorm por sus diferentes accesos estuvo colapsada varias horas antes del concierto. A las ocho de la tarde, dos horas antes y una después de que se abrieran las puertas de Foietes, la variante de la N-332 estaba colapsada y la entrada por la CV-70 cortada al tráfico en la última rotonda. Por el peaje de Levante el tráfico era muy denso y los aparcamientos habilitados recogían ya numerosos vehículos con sus ocupantes dispuestos para una ligera caminata. Los autobuses lanzadera, mientras, funcionaban a pleno rendimiento y de ocupación.

En las inmediaciones del estadio, el reguero de gente era continuo desde las siete de la tarde. Todos querían el mejor sitio. Público de todas las edades se dio cita en el campo de fútbol mientras el dispositivo de seguridad hacía lo que podía para ordenar y regular la avalancha humana. Y es que Benidorm no recordaba algo similar desde el concierto de los Rolling Stones hace varios años.

Ya dentro, el ambiente crecía a medida que se acercaba el gran momento. Unos metros afuera, los puestos en los aledaños del estadio hacían su agosto con recuerdos y camisetas del cantante americano.

La hora llegaba y Foietes se llenaba. Las barras no daban abasto para atender a los clientes y muchos reposaban sentados en un césped del que pronto se tuvieron que levantar por la falta de espacio. Con el "Boss" en escena ya fue el acabose. El público se entregó desde el principio a sus temas de siempre y a los nuevos. Algunos padres relataban anécdotas a sus hijos, que han heredado de ellos su pasión por Springsteen. Otros se jactaban de haber ido a todos sus conciertos en España. Y mucho asistente británico entre el público. Es lo que tiene ser un artista inmortal y estar en Benidorm.