Ha prometido que tras esta gira en solitario, se retirará de los escenarios por un tiempo para recaudar fondos con los que permitirse dedicar la última parte de 2008 y todo 2009 a trabajar en una ópera que tiene en mente. Por ese motivo, el genio del artista se exprime al máximo, debido a este "pequeño adiós" con el que el cantante está obligado a dejar un buen sabor de boca. Un lema que Rufus hizo ayer suyo y, por todo ello, no defraudó al público alicantino.

El cantante neoyorquino, en el primer concierto que ofrece Ciudad de la Luz en uno de sus platós, deleitó a los asistentes solo ante su piano y guitarra, con lo más escogido de su amplio repertorio, demostrando que se puede prescindir de grandes producciones y asesores para convertir la música en magia. Notas de cine que, por un instante, lograron borrar de la mente de sus admiradores y público la faceta más loca de un artista descarado que jamás ha ocultado su titubeo con las drogas. El hijo del cantautor Loudon Wainwright III y la cantante Kate McGarrigle se entregó a corazón abierto, con la presentación de temas de su reciente álbum, "Release the stars", ahondando también en perlas de sus primeros trabajos y algunas de las versiones de las que él se adueña nada más rozarlas. Docenas de estilos e influencias que no pasaron desapercibidos para los asistentes, atentos a la exquisitez y mimo en las melodías del piano y acordes de la guitarra.

La poderosa garganta de Rufus Wainwright demostró su indudable manejo con la voz, la facilidad con que convierte las letras en arte y algunas de sus canciones más conocidas, que perduran como tesoros en el fondo del océano, sonaron limpia y maravillosamente. Con temas como "Grey Gardens" o "Beauty Mark", acompañadas por el acento personal de Rufus, el artista neoyorquino se metió al público en el bolsillo. Y es que Rufus ofreció un concierto con el que ganar admiradores, en una noche en la que tampoco falló el telonero Javier Baeza. Genuino, de actitud desafiante y manierismos musicales con tendencia al barroquismo. Las notas musicales de Rufus Wainwright engancharon fácilmente, una fórmula que volvió a confirmarse en el plató número uno de Ciudad de la Luz ante un público fiel (800 personas que completaron el aforo disponible). Para esta noche de espectáculo, Rufus escogió traje arco iris y repleto de colores, a juego con el pantalón y chaqueta. Una noche también divertida en la que el cantante de origen canadiense estuvo dirigiéndose al público en numerosas ocasiones en inglés y con su habitual humor. Y todo en un concierto que, sobre todo, sirvió para conocer el Rufus íntimo, fuera de los ruidosos festivales, en un plató que funcionó como un excepcional escenario por su brillante sonoridad.