El cronómetro había pasado de las 2 horas y media y los speakers del medio maratón de València anunciaron un momento especial. A lo lejos, jaleado por la gente, un grupo de corredores uniformados de verde se dirigía como una tropa ordenada, con el paso firme, hacia la línea de meta. En el centro, Chus Sáez, con el gesto emocionado marcaba el paso. La mujer de Blas Gámez, el subinspector de policía asesinado el pasado mes de septiembre en el caso del «asesino de la maleta», iba escoltada por un más de 30 policías, todos compañeros del agente fallecido. Y, por supuesto, no faltaban los dos hijos adolescentes de Blas, Pablo y Álvaro. La organización cambió la banda sonora y, de repente, comenzó a sonar con fuerza Pájaros de barro, un temazo de Manolo García en la lista de favoritos de Blas.

El grupo atravesó la meta, comenzó una emotiva ovación y muchos ojos comenzaron a derramar lágrimas. Como los de Chus, que empezó a recibir abrazos y besos, antes de dirigir su mirada y levantar el brazo en dirección al cielo. Los aplausos, el homenaje al policía ejemplar que perdió la vida en acto de servicio, duraron minutos. Chus y el resto de la tropa descargaron el dolor que aún arrastran tras aquel día fatídico, como si cruzar la meta hubiese sido la despedida más indicada para comenzar a cicatrizar las heridas. Corrieron los 21 kilómetros pensando en ese justo momento: el de la llegada a la meta para pasar una página y empezar otra, la del recuerdo alegre de quien parece no estar, pero sí está.

«Lo he conseguido, lo he hecho por él, pensaba que no lo iba a conseguir, pero se ve que él ha estado empujándome todo el rato y lo he logrado con su ayuda», dijo emocionada Chus mientras comenzaba a recuperarse del esfuerzo. La mujer de Blas comenzó a correr hace sólo un año y medio, después de que su marido le animase a hacerlo. El subinspector, experto en resolver homicidios, era un participante fijo en las carreras. Un deportista de los pies a la cabeza. Chus, que no estaba preparada para correr con soltura tanta distancia, corrió por él. «He estado los 21 kilómetros pensando en él, en que estaría orgulloso de verme correr y, además, con todo el grupo de compañeros, de toda esta gente que le quería tanto», señaló.

Su hijo Pablo, dedicado a disciplinas atléticas de velocidad y salto, se unió al grupo durante la carrera. El más pequeño, Álvaro, se incorporó a falta de 10 kilómetros. Los 3 transmitían una sensación de serenidad, como si Blas, desde quién sabe dónde, estuviese a su lado, orgulloso de la familia.