Tres delincuentes me ven paseando con mi mujer por el Casco Viejo de la ciudad de Panamá y deciden atracarme. Estoy en una plaza deshabitada y solitaria, y no hay más testigos que un niño de no más de siete años. En tales circunstancias se puede deducir, obviamente, que no tengo escapatoria y que "la suerte está echada". Sin embargo, la presencia del niño va a ser fundamental para impedir el atraco.

Torre en ruinas de la antigua Panamá

Frente a otras ciudades especialmente inseguras, especialmente insegurassobre todo para los turistas,

Monumento a Balboa, conquistador de Panamá

Vamos paseando por una zona en la que abundan bellas casas y mansiones coloniales y no me resulta difícil de localizar el edificio en el que reside uno de los personajes panameños más importantes y conocidos en el mundo. Sí, estoy hablando de Rubén Baldes, el cantautor de joyas musicales como Pedro Navaja y Ligia Elena, entre tantas y tantas. También ha sido ministro de Turismo de su país y parece que no descarta presentarse de nuevo a las próximas elecciones presidenciales.

A la derecha, la casa del cantautor panameño Rubén Blades

Tras visitar algunos lugares destacados, como la Catedral, el monumento al conquistador español Vasco Núñez de Balboa y el paseo de las Bóvedas, que bordea el mar, hago un pequeño alto en el camino en la plaza de Francia, construida en homenaje a esta nación por su aportación a la construcción del Canal de Panamá. Me acuerdo perfectamente del nombre de la plaza no sólo por los elementos que hacen referencia a ella sino por lo que me sucede en este lugar, y que motiva este escrito. Es por la tarde y el cielo está cubierto, lo que depara una temperatura agradable, especialmente por la brisa procedente de la proximidad del mar.

Santa María la Antigua, la catedral de la ciudad de Panamá

Tras un breve descanso decidimos continuar el recorrido por la calle del Casco Viejo que conecta con la plaza. Pese a ser una zona monumental, la plaza de Francia se queda vacía cuando se marcha un grupo de escolares que la visita. Me entretengo haciendo unas fotos y cuando voy a retomar la marcha escucho, a mi espalda, una voz como un susurro. Me vuelvo y descubro a un menor, que aparenta no tener ni siete años, quien, en un tono muy bajo, me advierte que “no se te ocurra seguir porque aquellos que hay en la esquina os van a robar”. Miro a la esquina, a unos 50 metros, y efectivamente, veo a tres jóvenes con muy mala pinta hablando entre ellos. La advertencia del niño no nos parece ninguna broma. Todo lo contrario, aunque trato de disimular, les miro de reojo y compruebo que uno de los tres no nos quita la vista de encima. A mi mujer, que ha escuchado las palabras del niño, y a mí, nos invade, porque no admitirlo, grandes dosis de nerviosismo y preocupación. Lo primero que hacemos, no sé si por seguir el consejo del menor o por la tensión del momento, es detenernos mientras le doy las gracias por avisarnos.

Muy cerca de esta placita se perpetra el atraco

La verdad es que por lo que nos puedan robar no estoy demasiado preocupado ya que, como casi siempre que estoy en Latinoamérica o en grandes ciudades, ese día salimos a la calle con apenas 50 dólares en efectivo y una tarjeta de crédito. Me afecta más por la cámara fotográfica, aunque siempre llevo una de repuesto en los viajes. Mi mayor preocupación es el riesgo para la integridad física.

El paseo de las Bóbedas está al lado del lugar del incidente

Pienso lo que hacer ante la situación en la que nos encontramos pero hay muy pocas alternativas. La plaza tiene otro acceso pero es a un paseo marítimo sin salida. Por tanto, la única conexión con la parte habitada de la ciudad es precisamente la esquina que ocupan los presuntos chorizos, de ahí que nos estén esperando tranquilamente. Para no hacerles ostensible nuestro temor disimulo haciendo fotos de la plaza. Pronto constato que para evitar pasar por delante de ellos y se nos echen encima la única solución es valernos de un vehículo. El problema, sin embargo, es que por la zona prácticamente no transitan coches y esperar que aparezca un taxi es casi un milagro. La única excepción es algún esporádico vehículo que utiliza la plaza para cambiar el sentido de circulación. Sólo se me ocurre esperar y pedir auxilio al primer coche que aparezca. Pasan unos minutos que parecen eternos y por allí no aparece nadie. Los tres jóvenes con pinta de facinerosos parece que se cansan de esperar y que empiezan a sospechar que sabemos algo porque vemos que enfilan el camino directo hacia nosotros.

La iglesia de San Francisco está en una zona más concurrida

La situación es cada vez más tensa y parece que ya no hay escapatoria posible. Del niño que nos avisó tampoco hay ni rastro. Es justo entonces, con la tensión al máximo, cuando vemos que un coche se aproxima para dar la vuelta a la plaza. Consciente que es el clavo ardiendo al que aferrarnos me planto delante del mismo y con toda la serenidad que me es posible conseguir en tales momentos le pido por favor al conductor, una persona más bien madura, que nos saque de allí y nos lleve al centro urbano porque mi mujer se encuentra mal. Desde luego debe creerse lo que le digo por el énfasis que le pongo a mis palabras, y accede sin ningún reparo a la petición. Subimos rápidamente y cuando tenemos a apenas 20 metros al trío de perseguidores el coche emprende la marcha. Tras comprobar que no nos persiguen y que los vamos dejando atrás, comenzamos a recuperar la tranquilidad y a serenar unos ánimos que han estado al borde de la crispación. Al conductor, que no parece sospechar nada, opto por no darle explicaciones salvo las de rigor, que somos españoles y estamos de visita en el País. Cuando nos deja ya en una concurrida avenida de Panamá le doy las gracias y también una propina que recibe con satisfacción.

El puente de las Américas conecta el Norte con el Sur de América a través del Canal

Esta ha sido una de las situaciones más comprometidas en materia de seguridad que he vivido durante mis viajes, en relación a robos o atracos, pese a haber visitado los países con mayor índice de criminalidad del mundo, como son Honduras, El Salvador, Brasil y Colombia.

La catedral primada de Bogotá, en Colombia

En muchos casos son los propios lugareños los que te obsesionan con el tema de la seguridad. Así me sucede en Bogotá, la capital de Colombia. Recuerdo al respecto cuando me dirijo en taxi al centro de la ciudad para visitar su parte monumental. El taxista, muy simpático, descubre de inmediato mi acento y se deshace en elogios de España.

El Patio del Capitolio Nacional de Bogotá

Cuando ya nos acercamos al centro le digo que me pare y le pido la cuenta. Así lo hace pero antes de bajarme me pregunta dónde voy. Cuando le respondo que a recorrer la zona centro me mira con cara de asombro y me pregunta si estoy loco, y añade que “con la cámara fotográfica y la pinta de turista no va a durar ni cinco minutos antes de que le asalten”. Aunque le respondo que no llevo prácticamente dinero encima me insiste en que “sí, pero el susto se lo dan”, y añade que “mire, aunque no me pague prefiero llevarle en taxi a todo lo que tenga que visitar pero no se le ocurra ir solo porque esto es como la selva”. Sólo me deja en paz en la plaza de Bolívar, donde se encuentran las grandes instituciones del Estado y la presencia policial es manifiesta. No discuto los problemas de seguridad en Bogotá, pero el taxista, como todos sus colegas en cualquier ciudad, es bastante exagerado. Al final no me cobra por el tramo añadido a la carrera pero a cambio quedo con él para que esa misma noche me traslade al aeropuerto.

El Fuerte de San Gerónimo en Portobelo, Panamá

No quiero terminar mis comentarios sobre la ciudad de Panamá sin mencionar Portobelo, un enclave colonial con destacados restos de castillos y fuertes fruto de su intensa actividad portuaria y de defensa en tiempos de la conquista. Está declarado Patrimonio de la Humanidad y su visita es más que recomendable ya que se encuentra a sólo 105 kilómetros y se puede visitar en un día desde la capital.

El Fuerte de Santiago, en Portobelo, Panamá

TODAS LAS IMÁGENES: MANUEL DOPAZO