Playa de Moorea en la Polinesia

Estoy buceando en los míticos Mares del Sur cuando de pronto observo, en las transparentes aguas, a un enorme pez. “Sí, parece un tiburón” me digo, mientras un tremendo escalofrío me recorre el cuerpo a medida que se me acerca el feroz escualo. Pronto veo otros más que también se acercan. En apenas unos instantes me veo ¡rodeado de tiburones!

Islote rodeado de cistalinas aguas

Me encuentro, acompañado de mi mujer, en la Polinesia Francesa, también conocida como Tahití y sus islas, famosas por sus asombrosas playas de blancas arenas coralinas, aguas cristalinas siempre remansadas por la barrera de coral que las protege, salpicadas de peces multicolores y bordeadas de palmeras y con una temperatura agradable durante todo el año. En fin, lo que muchos asocian con el paraíso, como fue el caso del cantante Jacques Brel o el pintor Paul Gauguin, que se afincaron en estas latitudes de las antípodas.

Hotel de palafitos sobre las aguas siempre calmas

En la isla de Bora Bora, con Moorea la más fascinante, me apunto a una excursión en fueraborda para “alimentar a los tiburones”, que según me cuentan abundan en algunas zonas del lagoon, una especie de piscina natural que rodea el perímetro de la isla. Tras asegurarme de que el alimento de los tiburones no vamos a ser nosotros mismos, me compro una cámara fotográfica submarina de disparar y tirar, porque me cuentan que el espectáculo es único e impactante.

Instalación hotelera en el lagoon de Moorea. Al fondo, más oscuro, el mar abierto

Tras un corto recorrido por el lagoon llegamos a una zona próxima al límite del mismo con la mar abierta. Allí se detiene el barco y vemos que el guía carga con un cubo lleno de pescado troceado y dice a los pasajeros, apenas media docena, que el que quiera que le siga, y añade que “no recuerda” ningún ataque de tiburones a personas en estos tours, aunque precisa que “la responsabilidad ante cualquier accidente es del viajero”. En todo caso, añade, para el que no quiera bucear puede ver el espectáculo desde el barco.

Una pequeña isla en el lagoon de Bora Bora

No convencido del todo y, debo confesarlo, con cierto nerviosismo, decido zambullirme en las aguas con un equipo rudimentario de gafas y tubo de respirar, al menos para amortizar el coste de la camarita de fotos. Otros varios compañeros se apuntan y, siguiendo instrucciones del guía, nos situamos cerca del barco mientras él esparce los restos de pescado por las aguas, que apenas sobrepasan los tres metros de profundidad.

Las habitaciones de hoteles suelen ser cabañas muy bien dotadas

Pasan unos expectantes minutos hasta que el guía nos hace gestos en una dirección, en la que, a lo lejos vemos algo que se acerca. La excitación es total cuando comprobamos que es un ejemplar de tiburón de unos dos metros cada vez más próximo. El guía va a su encuentro y con una serenidad absoluta le agita la mano con un gran trozo de pescado que el tiburón se zampa de un bocado. A este escualo le siguen otros y en unos instantes estamos literalmente rodeados de tiburones de todos los tamaños que porfían por conseguir los trozos de pescado que el guía les ofrece ante nuestro ojos. Entre los numerosos ejemplares hay algunos que superan los dos metros y que, tenerlos tan cerca, casi te corta la respiración, especialmente cuando ves la afilada dentadura con la que trituran el pescado que se les ofrece. Hago algún disparo con la camarita submarina pero para mi desgracia todas salen mal salvo una en la que se adivina la presencia de un tiburón, aunque de pésima calidad. Supongo que ahora las abran mejorado pero cuando visite Polinesia estas camaritas submarinas que sólo servían para un carrete analógico, eran malísimas.

En Moorea y Bora Bora casi todas las construcciones son hoteleras y respetan el entorno

En fin, ya de regreso al barco, todos incólumes, comentamos la gratísima experiencia. El guía nos explica luego lo que ya todos sabíamos y es que esta especie de tiburones del lagoon de Bora Bora, nada tiene que ver con el temible tiburón blanco y no atacan a los humanos, pese a que hay ejemplares de hasta tres metros.

Carteles informativos de los peces que abundan en la zona

La excursión se completa con una visita a las gigantescas mantas-raya en otra zona del lagoon. Aunque por su tamaño imponen, ya que alcanzan los cuatro metros, son tan inofensivas que todos nos atrevimos a nadar entre ellas e incluso a dejar que nos acariciaran los pies con sus grandes bocas, ya que se alimentan mediante la filtración de alimentos y no a mordiscos.

Cascada en la isla de tahití

Para los buceadores estas playas son ideales, tanto por la diversidad y multicolorido de los peces como por la belleza de los fondos marinos. Una mañana decido dedicarla al buceo en aguas poco profundas para disfrutar de los peces de las zonas coralinas. Me llama la atención ver a un grupo de japoneses bucear con camiseta y me sorprende lo pudorosos en unas playas donde el topless es muy frecuente.

Las danzarinas de Polinesia son muy famosas

En algunas playas los hoteles han situado carteles informativos con imágenes y nombre de las distintas especies de peces más frecuentes, algunas de un bellísimo colorido. Con la ayuda de una barrita de pan, con la que atraigo a los peces desmigándola, consigo contemplar multitud de especies y casi acariciarlas. Regreso al hotel para comer y ya por la tarde comienzo a notar un picor en la espalda que se acrecienta progresivamente mientras compruebo que cada vez se enrojece más. Elemental, mientras buceaba mi cuerpo se mantenía fresco sin notar que las aguas cristalinas no son ningún obstáculo para los efectos del sol sobre la espalda, la parte expuesta mientras buceas en aguas poco profundas. Me acuerdo entonces de que las camisetas de los japonenses estaban plenamente justificadas y no por cuestiones de pudor. Conclusión: esta prenda me acompañará en mis baños en los siguientes días en la Polinesia y también en otras playas donde he buceado largo tiempo en aguas poco profundas.

Músicos de Tahití especializados en la música tradicional de las islas

Varias son las visitas destacadas en Tahití y sus islas, pero el principal problema es que todas son carísimas y algunas prohibitivas como sucede con el vuelo en helicóptero para contemplar el lagoon de Bora Bora o Moorea en todo su esplendor. No obstante, como alternativa a esta última me apunto a un recorrido mucho más barato en todoterreno en Moorea hasta la cumbre de su montaña. Desde ella la vista, aunque no equiparable a la aérea, es magnífica, con una amplia visión de una parte del lago natural que rodea la isla. En Tahití, la isla más poblada donde se concentra el 75 por ciento de los 250.000 habitantes de las islas, las playas no son muy destacadas, pero vale la pena visitar algunas zonas de cascadas y bellos paisajes del interior, así como la capital, Papeete, con un precioso mercado de pescado y frutas, un agradable paseo litoral y una amplia oferta de bares y restaurantes.

El lagoon de Moorea, con Bora Bora, la isla más visitada de la Polinesia

Los precios, más que la lejanía, es la causa principal de que este paraíso de los Mares del Sur no esté masificado. Hay que tener en cuenta que un vuelo a Tahití no se consigue prácticamente por menos de 1.500 euros, y que los hoteles son escasos y muy caros, con precios medios de entre 200 y 300 euros por noche e incluso más si se trata de palafitos situados sobre las siempre calmadas y cristalinas aguas. Lo mismo sucede con las excursiones, las comidas en los hoteles y cualquier servicio. El resultado es que el número de visitantes se acercaba a las 250.000 al año pero desde la crisis se ha reducido a alrededor de 160.000. Una pena porque para los que disfrutan del turismo de playa y sedentario, que no es mi caso, la Polinesia francesa es, según mi opinión, lo más parecido al paraíso.

Amanecer desde tahití con Moorea al fondo cubierta de nubes

TODAS LAS IMÁGENES DE MANUEL DOPAZO