Las dunas cantarinas del desierto de Gobi, en plena Ruta de la Seda

Estamos en un rincón perdido del mundo, en los confines de la gran Muralla China, recorriendo uno de los tramos más importantes de la Ruta de la Seda, pero parece que de aquí no vamos a poder salir. Hemos llegado a la estación de autobuses e intentamos, mi mujer y yo, trasladarnos hasta otra ciudad, la más próxima al tramo final de la Gran Muralla. Nos las prometemos muy felices pero pronto comenzamos a apurarnos. Todas las indicaciones y carteles están en chino, en la oficina de información sólo hablan chino y en las ventanillas de venta nadie habla otra lengua que no sea el chino. Cuanto más que repito el nombre del destino lo más despacio y claro posible, menos me entienden. Para colmo de males, no hay internet en toda la estación. Sí, nos cuesta admitirlo pero, ¡estamos perdidos!

Los camellos evocan las caravanas de tiempos de Marco Polo

Me encuentro recorriendo por libre uno de los tramos más legendarios de la mítica Ruta de la Seda, la trazada por Marco Polo para comerciar con China y traer desde Xian hasta Roma, a lomos de camellos, prendas de la cotizada y admirada seda. Este tramo en cuestión es el que llega a los confines de la Gran Muralla en su parte Oeste, penetra en el desierto de Gobi y pasa por Mogao o, como también se las conoce, las cuevas de los Mil Budas, un conjunto de más de 400 templos excavados en cuevas y oquedades entre los siglos IV y XIV, declaradas Patrimonio de la Humanidad. Desde la ciudad de Dunhuang, la más cercana a las cuevas, he previsto la continuidad del itinerario que incluye un desplazamiento en taxi hasta Liuyuan y desde allí conexión en bus hasta Jiuyuguan, el bastión más occidental de la Gran Muralla China.

El palacio y el Lago de la Luna Creciente, en pleno desierto

Tras múltiples intentos para encontrar en la estación, muy concurrida, a algún ser humano que hable otra lengua que no sea el chino, con la que poder entendernos, e incluso mostrando un mapa de carreteras, me convenzo, muy a mi pesar, de que es imposible. El derrotismo nos invade a mí y a mi mujer, y compruebo, con toda su crudeza, lo real del dicho de “como si me hablarán chino”, para dar a entender que no comprendes absolutamente nada. Sentados en un banco de la estación, mientras los viajeros nos miran como si fuéramos marcianos ya que somos los únicos occidentales, tratamos de encontrar una salida. De pronto, en pleno abatimiento, recordamos que hay dos palabras internacionales que todo el mundo entiende, incluso en China, las de taxi y hotel. Así que nos dirigimos a la parada de taxis, con la esperanza de que nos lleve a un hotel y allí poder encontrar a alguien que hable alguna lengua occidental con la que entendernos en cuestiones tan elementales como escribirnos en chino el nombre de la ciudad a la que queremos viajar.

El hotel de Dunhuang evoca a la Gran Muralla

Los taxis están a la salida de la estación de autobuses y son fácilmente identificables. Además, tienen el distintivo luminoso en chino y en inglés, como en casi todo el mundo. Al conductor le digo únicamente, “hotel”, mientras le hago ademanes y gestos de dormir. Parece que da resultado porque emprende la marcha y tras un largo recorrido que parece no acabar nunca, por fin nos percatamos que lo ha entendido y nos para en un hotel. Parece relevante, por su aspecto, y posiblemente el único de cierta categoría en una ciudad muy poco turística, por lo que tengo la esperanza de que, al menos el recepcionista, pueda chapurrear el inglés como en casi todo el mundo.

Una joven china con su bebé

Con gran temor, porque si falla esto ya no se me ocurre nada, me dirijo al empleado del hotel y le pregunto “¿do you speak english? “, a lo que responde con un “a little” que me provoca un suspiro de alivio. Durante la media hora siguiente exprimo al máximo al recepcionista, del que consigo que me escriba en chino no sólo el nombre de la ciudad, sino todo aquello que considero que me puede hacer falta hasta que llegue al hotel de destino. La nota que me escribió la conservo como oro en paño durante todo el tour por China.

Niño con el "corte" típico del vestido tradicional

El itinerario occidental de la Ruta de la Seda en China lo inicio en Dunhuang, donde llego en un vuelo directo desde Pekín. Estoy alojado en un hotel que se llama, precisamente, “Silk Road” (Ruta de la Seda), y que está situado muy cerca de las llamadas “dunas cantarinas”, un sector del desierto de Gobi así llamado por el sonido que emiten cuando sopla el viento las altas concentraciones de arena que conforman un paisaje con elevaciones de varios centenares de metros. Cuando llego a la zona desértica me sorprendo de ver que el único acceso a las dunas es un espectacular arco chino, a modo de entrada ya que una valla te impide cualquier otro acceso. Y claro, pasar por la puerta te obliga a pagar una entrada que cuesta nada menos que 80 yuanes, unos diez euros por persona y, por si esto fuera poco, luego tienes que pagar también por cualquier cosa que hagas en las dunas, como montar en camello o utilizar los toboganes de arena. Esta primera vez pago pero al día siguiente vuelvo, ya que las dunas están pegadas al hotel, y aunque creo a los chinos capaces de todo, me cuesta creer que hayan vallado los muchos kilómetros de extensión de las dunas, por lo que camino a lo largo de ella y a apenas 500 metros el vallado acaba y aprovecho, lógicamente, para entrar.

Reconstrucción para un film en un plató cinematográfico de Dunhuang

Las dunas cantarinas, o literalmente “la montaña de la arena que canta” (mingsha san), son una visita imprescindible, especialmente a última hora de la tarde, cuando el sol crepuscular confiere un tono rojizo a la arena y un marcado claroscuro a los recovecos de las dunas. Es muy pesado y me lleno de arena hasta las cejas porque los pies se hunden en ella con gran facilidad, pero consigo ascender hasta la cresta de una de las dunas desde donde el panorama es espectacular. Desde allí diviso una especie de pequeño oasis con un templo rodeado de una zona verde y un pequeño embalse de un agua que fluye del desierto y que, según aseguran, jamás se ha secado. Los chinos lo llaman el “Lago de la Luna creciente” y le confieren un halo de misterio y fantasía.

Las Cuevas de Mogao con más de 400 grutas budistas

De regreso al hotel optamos por quedarnos a cenar porque la ciudad se encuentra algo alejada. Normalmente no hay muchos problemas en los restaurantes chinos porque aunque sólo tengan los menús en su idioma, la carta suele ilustrar los platos con fotografías, lo que facilita la elección. Otro inconveniente frecuente en las ciudades sin turismo masivo es el que los restaurantes no tengan tenedores. Yo he aprendido a usar los palillos e incluso debo de reconocer que me gustan más que los cubiertos occidentales para algunas comidas, especialmente las ensaladas. No le sucede lo mismo a mi mujer, que no se aclara con los palillos, pero en el hotel no tienen ni un solo tenedor, pero así y todo, no se queda, ni mucho menos, sin cenar.

La imponente fortaleza de la Gran Muralla en Jiuyuguan

Por supuesto que las cuevas de Mogao son la visita fundamental de la zona y una de las más destacadas de China. Forman un conjunto de 492 templos excavados en una montaña a lo largo de diez siglos por monjes y peregrinos budistas. El interior está decorado con numerosas esculturas de Buda y grandes murales. Las autoridades chinas te obligan a depositar la cámara a la entrada y prohíben captar cualquier imagen. Además, sólo se visitan unas pocas y no puedes hacerlo individualmente, sino formando parte de un grupo. El precio es caro, como en todas las atracciones chinas, 10 euros por persona.

Torreón de la fortaleza del final de la Gran Muralla en el crepúsculo

La otra gran visita de este sector de la Ruta de la Seda es el tramo de la Gran Muralla situado cerca de la ciudad de Jiuyuguan, y es el punto final de la considerada, con sus más de 7.000 kilómetros, la mayor construcción efectuada por la humanidad. Lo más destacado de este tramo es la fortaleza militar de observación, de colosales dimensiones y que ha sido perfectamente restaurada. Llego a la ciudad en autobús ya a última hora de la tarde, tras superar los problemas idiomáticos descritos, y es una suerte, ya que la luz solar es preciosa.

La fortaleza de Jiuyuguan es la mejor conservada de la Gran Muralla

Se encuentra a apenas cuatro kilómetros y puedo entrar poco antes de que cierre. Me dicen que es la fortaleza mejor conservada del centenar existente a lo largo de todo el trazado de la muralla. Un poco más alejada, a 8 kilómetros, se puede contemplar la muralla propiamente dicha, que serpentea por las laderas de un monte. También se aprecia que ha sido restaurada y arropada con esculturas de personajes históricos. Es la parte final protegida por esta magna construcción, de modo que todo lo que había extramuros se consideraba un mundo remoto.

Tramo final de la Gran Muralla cerca de Jiuyuguan

TODAS LAS IMÁGENES DE MANUEL DOPAZO