Voy a la búsqueda de las casas obús de Camerún

El todoterreno se queda atrapado en el lodazal y no hay forma de salir: no te desesperes, “esto es África”. El ferry para cruzar un inmenso lago resulta que es un bote y vamos tan hacinados como una patera de inmigrantes: no pierdas los nervios, “esto es África”. Debo repetir a menudo esta letanía para poder sobreponerme a la adversidad. Voy a la búsqueda de las casas obús de Camerún, en pleno centro de la África profunda.

Mercado de ganado en la ciudad de Maroua

Estoy en Maroua, una pequeña localidad del norte de Camerún. Me he levantado muy temprano porque el guía-chófer que he contratado me ha advertido que la de hoy es una jornada muy intensa. Me alojo en el hotel más decente de la zona, el Realis Porte Mayo, regentado por un alemán y un francés. El alojamiento incluye el desayuno. No me espero mucho de esta primera comida del día pero la realidad supera mis peores augurios: un trozo de pan correoso, una pasta pringosa que me dicen que es mermelada, pero que no me atrevo ni a probar, y un vaso de café instantáneo que es lo único que me tomo. Luego me enteraré que tan paupérrimo desayuno se debe a que estamos en pleno ramadán en un país de mayoría musulmana.

Pastores del Norte de Camerún

A las 6,30, como está previsto, estoy preparado en la puerta del hotel. También está el todoterreno estacionado, pero del guía, ni rastro. Pasan los minutos y me empiezo a impacientar. Media hora más tarde, cuando ya estoy a punto de subirme por las paredes, aparece, con toda la pachorra del mundo, y sin dar la más mínima excusa. “Esto es África”, me digo a mí mismo, con ánimo de serenarme. Por fin arrancamos en dirección a Pouss, uno de los puntos culminantes del tour por Camerún, destacable por sus casas obús únicas en África, un mercado impresionante, las mujeres musgum con su piercing labial, y por ser una ciudad gobernada por un sultán.

La cordialidad de sus gentes es habitual en este país

Circulamos por un camino de tierra muy embarrado porque es la época de lluvias. 90 minutos más tarde tenemos la primera incidencia. El motor se para y parece que no quiere volver a arrancar. A trancas y barrancas el conductor consigue ponerlo en marcha pero, poco más tarde, más de lo mismo. El día, desde luego no ha empezado demasiado bien. Con la ayuda de otros conductores y curiosos de la zona, el chófer descubre que el problema es el filtro y como tiene repuesto consigue solucionar el problema. Por fin reemprendemos el camino, que ahora está asfaltado y en aceptables condiciones. Son varios kilómetros de tranquilidad que muy pronto se truncan: volvemos a un camino de tierra en condiciones infernales por la abundancia de fango debido a las abundantes y recientes lluvias. Vemos a una furgoneta totalmente atascada y que está siendo aligerada de la sobrecarga que lleva para intentar conseguir sacarla del atolladero.

Una furgoneta atascada en el fango. Los siguientes seremos nosotros

El barro es cada vez más abundante y provoca que la marcha sea más dificultosa hasta que, finalmente, el vehículo se hunde en el lodazal y se queda atrapado. “Esto es África”, me digo a mí mismo, para intentar de nuevo reponerme a la adversidad. Cuando más fuerza el motor, más se hunden las ruedas. No hay más remedio que pedir auxilio para rescatarlo, pero aunque finalmente lo conseguimos, pronto tenemos que claudicar: volvemos a atascarnos y, además, unos metros más adelante vemos que la policía ha optado por cortar el camino con una valla metálica. El conductor me dice que no hay más opción que dar marcha atrás y olvidarnos de llegar a Pouss. Me niego a admitirlo y pregunto si hay otra forma de llegar. Un chaval de la zona que habla inglés, la tercera lengua cooficial del país, me dice que “se puede ir en ferry atravesando un lago”, y me informa que estamos a apenas un par de kilómetros del embarcadero. Convenzo fácilmente al chaval para que me acompañe a Pouss y me sirva de guía, y quedo con el conductor para que me espere junto al todoterreno hasta mi regreso, a última hora de la tarde.

Chozas de un minúsculo poblado entre los maizales

Tras una caminata de algo más de media hora llego con mi joven acompañante al lago Maga, que me sorprende por sus grandes dimensiones hasta el punto de que apenas se divisa la orilla opuesta, en la que se encuentra mi destino. Recupero los ánimos al vislumbrar que voy a poder visitar Pouss y le digo al chaval “bueno, vamos al embarcadero”, a lo que me responde señalando lo que tenemos enfrente, un tramo de la orilla del lago cubierto de altos matorrales, al tiempo que asevera “esto es el embarcadero”. Aún no me he recuperado de la sorpresa cuando añade que un largo bote atestado de lugareños y de pesados fardos, “es el ferry” y que, “hemos tenido suerte porque está a punto de salir”. “Pero si eso es un bote y además está hasta los topes, debemos esperar al siguiente”, le respondo, a lo que me contesta que “el siguiente estará igual ya que sólo salen cuando están llenos, sin atenerse a horarios, por lo que puede retrasarse varias horas”. Como no tengo otra opción, salvo desistir del viaje, acepto muy a mi pesar subirme al bote porque mi joven guía me dice que sólo son unos 20 minutos de trayecto. Tengo que descalzarme para no empaparme los zapatos porque no hay otra forma para llegar al bote ya que se encuentra a varios metros de la orilla.

El ferry resulta ser una barcaza atestada de gente y bultos

Vamos tan hacinados que no tenemos nada que envidiar a las pateras de inmigrantes. En otro lugar al responsable del bote lo hubieran detenido por intento de homicidio colectivo. Para postre tengo que hacer esfuerzos sobrehumanos para no rozar ni siquiera a la pasajera que tengo al lado, una mujer musulmana cubierta de pies a Cabeza por un niqab, un vestido que la cubre íntegramente, incluso la cara. Va acompañada de un niño con la camiseta del Barça. En esta tesitura, pienso en que 20 minutos no es nada para intentar insuflarme ánimos. Afortunadamente las aguas están calmadas y el bote navega con lentitud, tanta que comienzo a dudar de que lleguemos a la orilla en el tiempo anunciado. Pasan los 20 minutos, los 30, la hora, pero la otra orilla sigue lejana. “Esto es África”, me vuelvo a repetir para evitar un ataque de nervios. Cuando al final llegamos han transcurrido dos horas largas, pero como el bote ha resistido y hemos llegado íntegros, pongo pie en tierra firme con alivio.

Me toca sentarme junto a una mujer cubierta con el niqab musulmán

Desde el embarcadero, que aquí responde a su nombre porque al menos hay un espigón de madera donde desembarcar, mi joven guía me indica que le siga y me lleva a una parada de moto-taxis, nos montamos en dos de ellos y les indico, con fotografías, que nos lleven a ver las casas obús. Para emociones fuertes, las moto-taxis africanas. Nos llevan por los sitios más inverosímiles y peligrosos a toda leche, cual conductores suicidas. Yo les pido calma con claros gestos pero no hacen ni puñetero caso. En breves minutos llegamos al primer grupo de casas obús, que se encuentran en estado semirruinoso. Lo mismo sucede con las siguientes que vemos, apenas una decena en total. Un auténtico drama ya que son una tipología de vivienda única en el mundo que está al borde de la desaparición. Para intentar evitarlo, un grupo de miembros de Arquitectos sin Fronteras construyó un pequeño poblado de casas obús siguiendo similares técnicas que los musgum, la tribu que ideó este tipo de viviendas. Este poblado, en las afueras de la ciudad, es hoy un pequeño museo donde se pueden ver las únicas casas de este tipo en buen estado. Me dicen que este tipo de casas se han dejado de construir por su elevado coste y complicado mantenimiento, ya que se precisa restaurarlas después de cada temporada de lluvias.

Casa obús en muy malas condiciones

A continuación, siempre con las moto-taxis, nos dirigimos al Palacio del Sultán, una preciosa construcción de adobe con la fachada bellamente decorada con figuras naif. Su propietario es una especie de señor feudal venido a menos. Al visitar el edificio se me informa que si pido audiencia puedo ser recibido por el mismo sultán, por lo que así lo hago. Tras una breve espera de 15 minutos, se me invita a entrar en la sala de audiencias y allí saludo al titular, vestido de un blanco inmaculado y con el que me quedo departiendo en inglés durante un buen rato e incluso accede a que le haga una foto. Es una persona muy amable y muy respetada por los habitantes del sultanato de Pouss, una población autónoma de Camerún.

Palacio del sultán de Pouss

Son ya las dos de la tarde y me queda el mercado semanal de la ciudad, que se celebra los martes, el día que he elegido para la visita. Es realmente impresionante, tanto por el gran gentío que atrae como por ser la única posibilidad de contemplar tan diversa y variopinta representación de distintas tribus y etnias africanas. Es además, un sitio ideal para ver las últimas mujeres que llevan el piercing labial, una costumbre tradicional que se ha ido perdiendo y que ya sólo portan las ancianas. Flipo con los ricos estampados y llamativos colores de los vestidos de parte de las mujeres y ninguna de ellas me pone reparos a que les haga una foto y, lo que es insólito en África, tampoco me piden una propina, lo que demuestra que la presencia de turistas por esta zona es mínima. De hecho, soy el único blanco en el mercado y hace tres días que no he visto a ningún otro blanco por toda esta zona del norte de Camerún que estoy visitando. Como no he comido en todo el día y tampoco veo por la zona ningún local de comidas que merezca la más mínima confianza compro fruta y me alimento con plátanos y mandarinas. Le ofrezco al guía fruta pero la rechaza enérgicamente porque es musulmán y estamos en el ramadán.

El sultán de Pouss

Tras una hora recorriendo los distintos puestos le digo al chaval-guía que debemos regresar porque tenemos un largo recorrido de unos 60 kilómetros hasta el lugar donde nos espera el todoterreno y a las 18 horas empieza a anochecer. Por supuesto, descarto volver al suplicio de la barcaza y no me resulta nada complicado convencer a los motoristas para que nos lleven, aunque sea campo a través. La compañía del chaval resulta vital para indicarles el lugar donde debemos regresar. Nada más abandonar el pueblo, los motoristas se enzarzan en una especie de carrera contra reloj por caminos de cabras que me provocan unas sacudidas tan brutales que pronto comienzo a echar de menos al barco. En fin, emociones fuertes.

En pleno mercado semanal de Pouss

Ante mis súplicas consigo que aminoren levemente la velocidad pero sólo por unos minutos, para volver de nuevo a trotar a toda pastilla. De pronto, mi conductor pega un frenazo que casi me estampa contra su espalda. Acaba de romper la cadena de la moto y no nos hemos estrellado de causalidad. Avezados ya a estos avatares, ambos motoristas se van con la moto que funciona a la búsqueda de un taller para reparar la cadena. Nos dicen que esperemos. Yo estoy tranquilo por su vuelta ya que aún no han cobrado. Mi guía y yo nos sentamos bajo la sombra de un árbol y no nos queda otra que esperar.

Vestidos típicamente africanos en el mercado de Pouss

Pasa casi una hora cuando escuchamos en la lejanía el ruido de un motor. Estando donde estamos, perdidos en un lugar remoto, no es difícil deducir que son ellos, y en efecto, pronto los vemos aparecer y, por supuesto con la cadena arreglada. La montan rápidamente y reemprendemos la marcha. Está casi anocheciendo cuando llegamos hasta el todoterreno, ya retirado del barro y en tierra más o menos firme. Les pido la cuenta y me piden 10.000 francos de Centroáfrica, la moneda que Camerún comparte con otros cuatro países de la zona. No regateo porque no llega a 20 euros por un recorrido de dos motos de unos 60 kilómetros.

Mujer de la etnia musgum con el piercing labial

Tras tan ajetreado día me siento en el coche ya relajado y ponemos rumbo al hotel, después de despedirme del chaval que me ha servido de guía y darle una propina. El calor es sofocante por lo que le digo al conductor que ponga el aire acondicionado. Espero y espero pero aquello no refresca, más bien al contrario, despide aire caliente. Le pregunto qué pasa y la respuesta es contundente: “se ha estropeado”. “Esto es África”, me vuelvo a decir para resignarme a sudar la gota gorda.

Mujer de la etnia peul con numerosas escarificaciones en la cara

Ya es noche cerrada cuando llegamos al hotel. Me pregunto con qué nueva sorpresa se va a completar el día pero, la verdad, esta no puede ser más agradable ya que el restaurante del Realis Porte Mayo me prepara un menú realmente exquisito con abundantes verduras y pollo en salsa. La habitación es una choza tradicional africana con una decoración espartana pero limpia. Casi un lujo si la comparo con otros ¿hoteles? del recorrido por el Norte de Camerún.

Casa obús construida por Arquitectos Sin Fronteras

Este día es todo un ejemplo de que, si quieres vivir una auténtica aventura, África es única, pero no toda, hay que ir a la profunda, a la que apenas aparece en los circuitos turísticos. Yo contraté el guía y el todoterreno, imprescindible para moverte por estos territorios, a una agencia, a cuyo gerente había conocido en Madrid, en la feria de turismo de FITUR.

El bebé parece que tiene hambre

Tiempo después de regresar de Camerún me entero por la prensa que el norte del país, precisamente el que reflejo en este escrito, ha sido invadido por algunos terroristas del grupo yihadista Boko Haram procedentes de Nigeria. Una pena porque poca gente he conocido tan afable, amistosa y pacífica como la de este país, de norte a sur.

Niños ante una casa obús de Pouss

TODAS LAS IMÁGENES DE MANUEL DOPAZO