Ni crisis, ni invasión de inmigrantes, ni inseguridad, ni gaitas, Grecia sigue siendo un gran destino turístico, elegido por más de 20 millones de turistas al año, el doble de su población total. De todo su territorio se llevan la palma, sin duda, sus islas, y de entre ellas, la más pintoresca, desde mi punto de vista, es Mikonos. Una pena que muchos de sus visitantes se limiten a una breve estancia de apenas unas horas en la escala del crucero de turno.

Los viajes de novios son frecuentes en Mikonos

Llego a Mikonos el pasado 16 de septiembre, en un viaje en ferry de dos horas y media desde el puerto ateniense de El Pireo. He madrugado para coger el primer barco, a las 7 de la mañana, y aprovechar al máximo el día. Sopla un fuerte viento, muy frecuente en la isla, que ha provocado un mar agitado, aunque sin más incidencias. El barco atraca en el puerto de ferrys, muy pocos kilómetros al oeste de la ciudad de Mikonos, cuyo nombre auténtico es Jora, aunque todo el mundo ha optado por llamarla igual que a la isla. Desde allí me traslado al hotel que está situado a apenas un kilómetro de Mikonos, en una zona elevada desde la que se divisa una bella panorámica de la ciudad, el mar y su entorno.

Panorámica de Mikonos con el puerto viejo en primer plano

El kilómetro de bajada desde el hotel a la ciudad es todo un espectáculo de bellas panorámicas y vistas en un día con un sol espléndido. Sólo un problema, como en toda la ciudad, es un viario sin aceras, perfectamente lógico en las abundantes zonas peatonales existentes pero no en viales que como este, que sufren un intenso trasiego de vehículos, lo que obliga a ir muy pendiente del tráfico.

Los molinos son la imagen emblemática de la isla griega

Tampoco hay burros. La imagen bucólica de los equinos usados como medio de transporte de los lugareños por las angostas callejuelas ha desaparecido en esta isla. Bueno, no es del todo cierto ya que, ante mi sorpresa, en el puerto viejo veo a lo lejos la inconfundible imagen del cuadrúpedo y a numerosos turistas esperando turno para hacerse la foto de rigor. Mi decepción es brutal cuando al acercarme constato que se trata de una mera reproducción en madera de un burro, sólo con el fin de que quede constancia en las cámaras de los visitantes. No obstante hay que precisar que los burros aún subsisten en la isla de Santorini, usados como taxi para turistas.

El conjunto de molinos en una imagen desde la Pequeña Venecia

Tampoco localizo al pelícano, un ave cuya imagen ha estado vinculada a la isla durante años, deambulando por el puerto antiguo y dando la bienvenida a los visitantes. Las postales y los libros con imágenes de la amistosa ave en la isla dan fe de ello. Hay distintas versiones sobre su ausencia. Unos dicen que todavía vive pero que hay días que no aparece. Otros por el contrario creen que debió morir, porque cuentan que un día se fue y ya no volvió.

Una calle de la zona comercial y turística

Desde una pequeña atalaya contemplo la suave elevación junto al par con los cinco molinos de viento, que son, junto al blanco inmaculado de sus construcciones, las señas de identidad de Mikonos. Me dirijo hacia ellos por calles peatonales saturadas de comercios y establecimientos para turistas. El blanco de las casas es generalizado en las fachadas y totalidad de paredes exteriores pero no así en la carpintería de puertas, ventanas y balcones, en las que predomina el azul pero también las hay verdes, rojas e incluso en otras tonalidades.

Sólo ls cúpulas de las iglesias rompen la uniformidad del blanco

Tras un breve recorrido llego al montículo de los molinos. Justo enfrente se encuentra la denominada “Pequeña Venecia”, una hilada de viviendas permanentemente batidas por las olas, que se estampan contra sus muros. El conjunto conforma un lugar mágico, refrendado por la alta concentración de turistas a todas horas. Un tramo de la “pequeña Venecia” dispone de un estrecho paseo transitable con varias terrazas de bares y cafeterías, pero los fuertes vientos provocan esta mañana un embravecido mar que inunda el paseo y deja empapado a más de un atrevido desafiante.

La Pequeña Venecia es un lugar mágico en Mikonos

Por un dédalo de estrechas callejuelas con locales que cubren sus fachadas de todo tipo de reclamos para turistas y entre algunas aglomeraciones que provocan los numerosos grupos de cruceristas, acierto a llegar hasta la Paraportiani, otro punto clave de Mikonos, en el que se concentran hasta cinco iglesias adosadas entre sí en un conjunto compacto, y situadas al borde del mar. Una de ellas presenta unas formas y líneas totalmente irregulares y caprichosas que invitan a deducir que se trata de una edificación vanguardista. Nada de eso, esas formas irregulares obedecen a las roturas y desprendimientos que han sufrido sus muros a lo largo de los años por efecto de los temporales, y que en lugar de ser reparados, tan sólo se ha procedido a echar cal sobre los mismos para disimular los desperfectos y dejarlos totalmente inmaculados. Sólo las cruces sobre las cúpulas o Las campanas de las espadañas permiten distinguir la existencia de las cinco iglesias.

La Paraportiani, cinco iglesias en un conjunto compacto

Una de las cosas que te llama la atención nada más llegar a las islas griegas es la gran cantidad de ermitas, capillas y pequeñas iglesias existentes y que se esparcen por doquier, especialmente en los lugares más estratégicos, y fácilmente distinguibles por sus cúpulas de color azul o rojo.

Una pequeña iglesia en un acantilado

Tras un breve recorrido por la orilla del mar, del que me debo apartar en ocasiones para evitar que el agua me cale, llego al puerto viejo. A primera vista la imagen es la de siempre, y así lo es, sin la más leve modificación en cuanto al entorno constructivo, pero pronto noto un importante y preocupante cambio: las barcas de pescadores que en las imágenes del Mikonos de antaño cubrían casi al completo la zona de embarcaciones de pesca, se han reducido ahora al mínimo. Me cuentan que a la mayoría no les compensa los sacrificios de una actividad muy dura por los frecuentes temporales y han optado por la vida sedentaria en un comercio turístico, mucho más tranquila y con mayores rendimientos económicos.

Los pescadores están en riego de extinción en la isla

A la hora de comer hay que tener cuidado y mirar bien los precios en las cartas, pues de lo contrario la clavada puede ser monumental. Los restaurantes se aprovechan del abundante turismo y elevan los precios hasta situarlos entre los más caros de toda Grecia. Una ensalada y una cerveza difícilmente te cuesta menos de 12 euros y, si añades un plato fuerte, la factura sobrepasa holgadamente los 25 euros. Obviamente, los precios se disparan en las zonas y lugares más concurridos.

Mikonos se presta a la fotografía y al posado

Desde el puerto viejo me dirijo al interior de la ciudad, dejando atrás las calles de tránsito y comerciales. Se trata de un auténtico laberinto del que lo importante es luego poder salir, que no es tan fácil, ya que orientarte es completamente imposible, ante los innumerables pasajes y callejones, algunos tan estrechos que apenas puedes cruzarte con otra persona. El blanquecino encalado de las casas, los vivos colores de puertas y ventanas, y el frecuente adorno de buganvillas, deparan rincones encantadores. Todas las viviendas son de dos plantas y la mayoría exhibe en el exterior la escalera de conexión entre ambas plantas.

Un molino en solitario en la parte alta de la ciudad

Cuando ya el sol se encuentra en su declive me dirijo de nuevo a la zona de los molinos para ver la famosa puesta de sol desde este lugar. Pese a que ya los cruceros han partido, hay una gran aglomeración de turistas. Es todo un espectáculo contemplar como las blancas edificaciones de la Pequeña Venecia se tiñen de un intenso dorado, al igual que la fachada a poniente de los molinos.

Un lugareño en una imagen de Mikonos

Tras la cena, consistente en una dorada que el camarero termina por reconocer que también es de vivero, como sucede por estos lares, regreso al hotel. En temporada alta, y es casi imposible conseguir un hotelito decente y bien situado por menos de 90 euros la habitación doble. La gran demanda ha provocado el incremento de las tarifas. A partir de la segunda quincena de septiembre, cuando la temperatura es ideal al rondar los 25 grados, los precios se normalizan y puedes encontrar tarifas por la mitad.

La ciudad desde las alturas

En mi segundo día en Mikonos me dirijo al puerto viejo para coger el barco que efectúa la conexión con Delos, la monumental y sagrada isla vinculada al nacimiento de Apolo. Es un trayecto de apenas 30 minutos que te traslada a uno de los lugares arqueológicos más importantes de la cultura helénica. La recorro durante tres horas, incluyendo el museo, y tengo que hacerlo sin recrearme demasiado porque me falta tiempo. Hay que tener en cuenta que en Delos no se puede pernoctar ya que no hay viviendas ni alojamientos, por lo que estás obligado a regresar a Mikonos sujetándote al horario del barco que, en determinadas épocas, efectúa el último regreso a primeras horas de la tarde. Hay mucho que ver pero por citar sólo una es imprescindible recorrer la Plataforma de los Leones, donde se alinean los cinco leones supervivientes de los nueve originarios, que se remontan al siglo VII antes de Cristo.

La plataforma de los leones, en la histórica isla de Delos

De regreso a Mikonos opto por terminar el día con una vista panorámica de la ciudad y del puerto, para lo cual remonto hasta la cumbre del monte que rodea la ciudad por un empinado camino. Cuando ya estoy llegando a lo más alto descubro una iglesita en una parcela protegida por un murete inferior a un metro, y por lo tanto fácilmente superable, por lo que, sin pensarlo dos veces, me lo salto, lo que me permite contemplar toda la bahía de Mikonos con la pequeña iglesia en primer plano. Hago todas las fotos que considero oportunas y a continuación localizo un camino que se dirige hasta la puerta de la parcela, en la que también hay una elegante mansión. Sin embargo no puedo utilizar la puerta de salida porque está cerrada con una cadena. Es entonces cuando escucho primero los ladridos de un perro y luego los gritos de la mujer que lo lleva cogido con una cadena. Ni a uno ni a la otra entiendo ya que la mujer, de unos 50 años, se dirige a mí en griego, pero deduzco que me está reprobando duramente por encontrarme en su propiedad sin permiso. Mi pinta de turista y mi cara de asombro provocan que cambie el idioma y me hable, o más bien chille, en inglés. Le pido excusas por lo sucedido y le explico las razones del allanamiento de la propiedad, sin perder de vista ni un instante al amenazante can, un pastor alemán capaz de amedrentar a cualquiera. El perro aviva sus ladridos y sus gestos amenazantes lo que provoca mi nerviosismo, sin saber a quién encomendarme si me suelta a tan tamaña fiera. Mis palabras, por suerte, no convencen al perro pero sí a la dueña que finalmente depone su áspera actitud y parece reaccionar positivamente a mis argumentos. En unos instantes, la tensión desaparece y finalmente la mujer me indica que puedo seguir haciendo fotos si lo deseo e incluso me ofrece la terraza de su vivienda donde la perspectiva es mejor. Es más, llega hasta a ofrecerme un refresco o una cerveza que declino cortésmente. Le agradezco su amabilidad y me despido porque ya la noche está al caer, y mientras abandono el lugar pienso en lo mal que podría haber concluido todo por una tontería.

Puesta de sol en la isla

No es la única incidencia similar que me sucede en la isla. Cuando termino de visitar una playa a unos 20 kilómetros de la capital, constato que la mejor vista es desde un montículo que es utilizado como parking de un hotel. Me acerco y compruebo que aunque está vallado por altos muros la puerta está abierta, por lo que decido entrar, momento en el que me cruzo con un vehículo que abandona el lugar. Efectivamente la panorámica es magnífica y me pregunto cómo se puede dedicar a estacionamiento y no a un establecimiento turístico tan singular parcela para aprovechar tan estratégica ubicación. Cuando acabo las fotos decido abandonar el lugar pero no va a resultar tan fácil. Las puertas ya están cerradas y los muros son tan elevados que descarto escalarlos. Me armo de paciencia pero pasa el tiempo sin que se produzca ni una entrada o salida que me permita salir al exterior. Harto de esperar opto por seguir un pasadizo que conduce al hotel que lo explota, nada menos que un cinco estrellas. Lo primero que me encuentro es una encrucijada de pasillos que indican distintas dependencias pero no la salida. Escojo uno al azar y de pronto me veo rodeado de tumbonas y bañistas en torno a una amplia piscina. Un empleado me ofrece una toalla que declino amablemente. Vuelvo al interior del edificio y sigo recorriendo pasillos en busca de la salida. Paso por la lavandería, las salas de planchado y unos almacenes y cuartos de almacenaje entre caras de extrañeza de los empleados. Ante tanta complicación para salir decido localizar el ascensor, en donde casi siempre figura la planta de recepción, que suele coincidir con la salida. En fin, en el mismo sólo aparecen los números de las plantas sin más indicación y ni siquiera la planta 0 es la que conduce a la calle, pero ahorraré más detalles para no cansar al lector tanto como me canso yo buscando la forma de huir del dichoso hotel, que se me antoja una cárcel, pese a sus suntuarias estancias.

Iglesias y gaviotas, muy abundantes en Mikonos

Me reservo la última mañana para recorrer las más destacadas playas de la isla. Utilizo para desplazarme el transporte público, que por menos de tres euros y con una frecuencia de unos 20 minutos, me permite ir a casi cualquier punto de la isla. Entre otras visito las playas Paradise y Paraga, ambas, como todas las de la isla, pequeñas y de arenas doradas, casi en su totalidad cubiertas con parasoles y hamacas. Unas playas que son suficientes para cubrir las necesidades de los visitantes de la isla.

Las playas de Mikonos, como esta llamada Paradise, son pequeñas

Otro medio de transporte que se ha puesto de moda en la isla es el de las motos de cuatro ruedas, sencillas de conducir para todo el mundo. Pregunto por curiosidad el precio y me ofrecen una por 30 euros, un precio que quizá podría haber abaratado con el regateo, pero apuesto por el transporte público para los escasos desplazamientos largos que voy a hacer.

El alquiler de motos de cuatro ruedas esta de moda en la isla

Regreso a mi hotel para recoger los bártulos y dirigirme al puerto de ferrys cuyo traslado efectúa sin cargo un vehículo del hotel. Mientras recorro por última vez las calles de Mikonos reparo en que estamos a 18 de septiembre, a sólo dos días de las elecciones generales en Grecia y en toda la isla no he podido localizar ni un solo cartel electoral. Todo apunta a que los lugareños no quieren que los visitantes se vean envueltos en la situación política que sufre el país. Más tarde me enteraré, por la prensa, que la izquierda, a través de Syriza, logra una contundente victoria en todo el país, aunque rebusco para conocer por curiosidad los resultados en Mikonos y descubro lo que ya presumía y es que el sector turístico parece que apuesta por la derecha de Nueva Democracia, sólo así se explica que en toda la isla haya logrado un sólido triunfo.

La tristeza inavade a los visitantes cuando abandonan Mikonos

Llego al puerto de ferrys y minutos después estoy embarcando con destino a otro de los destinos más cotizados de las islas griegas: Santorini. Son dos horas de trayecto para llegar a ella, una isla tan admirada que se merece un capítulo aparte.

La puesta de sol junto a los molinos es muy famosa

TODAS LAS IMÁGENES DE MANUEL DOPAZO