Procida, la más encantadora, pequeña y desconocida isla del golfo de Nápoles; Amalfi y la costa amalfitana, un abrupto paraje costero con pueblecitos aferrados a escarpados acantilados, y Alberobello, la ciudad de los trullos, viviendas únicas de forma circular con techo cónico que han sobrevivido a lo largo de los siglos. Son, para mí, las tres ciudades más pintorescas, y de inexcusable visita, del Sur de Italia.

La Marina de Corricella en la encantadora isla de Procida

Junio 2018. Me encuentro en Nápoles, la ciudad que utilizo como base de operaciones para un recorrido por el Sur de Italia, un vasto territorio con numerosos atractivos culturales, paisajísticos y de todo tipo. De lo mucho que visito he seleccionado los tres lugares que me parecen más pintorescos. Empiezo por la isla de Procida, una perfecta desconocida al lado de otras muy cercanas, como Capri o Ischia, pero para mí mucho más encantadora.

Imagen de la Marina Grande en la isla de Procida

Procida está muy cerca de Nápoles y se puede llegar a ella desde el puerto de ferrys de la ciudad, pero decido hacerlo desde Pozzuoli una pequeña localidad costera al norte de la capital napolitana y conectada con el metro por apenas un euro. Desde la estación del metro, en un largo paseo de unos 15 minutos cuesta abajo se llega al puerto de Pozzuoli, con una dársena para una rudimentaria flota pesquera y un muelle para el transporte marítimo desde donde parten, cinco veces al día salvo en invierno, los barcos hacia Procida por 12 euros, ida y vuelta, y unos 35 minutos de travesía.

Panorámica de Procida desde la abadía de San Miguel

Lo primero que destaca de la isla, cuando comienzas a divisarla a lo lejos, es una imponente construcción similar a una fortaleza en lo alto de un cerro. Es el antiguo Palacio Real también llamado castillo y que fue habilitado como cárcel. Procida es la más pequeña de las islas del golfo de Nápoles, con una longitud que no llega a los 5 kilómetros y una población que ronda los 10.000 habitantes.

Antigua cárcel en lo alto de un acantilado de Procida

Cuando el barco se aproxima al puerto de Procida la vista se recrea con una fachada marítima conformada por edificios de viviendas con dos o tres alturas y pintadas de múltiples colores. Todo el litoral está repleto de barcos y pequeños yates: es la Marina Grande, la costa de la isla donde arriban los ferris y los grandes cruceros. En los bajos de los edificios proliferan los restaurantes, bares y tiendas de regalos.

La fachada marítima de Procida conserva su armonía

Por la vía del Príncipe Umberto, una travesía muy próxima al puerto, se llega, tras subir una ligera cuesta, al punto más espectacular de la isla: un mirador desde donde se contempla, en todo su esplendor, la pequeña localidad de Marina de Corricella, una aldea de pescadores con un frente de casas escalonadas y recubiertas de llamativos colores. El lugar cuenta también con la iglesia más bonita de la isla, la de Santa María de Gracia y, muy cerca, la abadía de San Miguel Arcángel, un imponente edificio religioso pese a su deteriorado estado.

La Marina de Corricella, en Procida, parece irreal

Regreso a Nápoles porque es también el lugar idóneo para llegar a la costa amalfitana. Opto por visitar previamente la isla de Capri. Recurro al ferri desde el puerto de cruceros Beverello, situado frente al Castillo Nuevo. Es la opción más rápida aunque algo cara, con un precio que, según la hora del día, alcanza los 30 euros sólo la ida, cantidad que se dispara en la temporada alta de julio y agosto hasta cerca de los 50 euros. En 50 minutos llego a Capri, la isla con la destacada aureola de haber sido elegida como lugar de vacaciones por afamados nombres de la cultura y la política internacional.

Acantilados de la isla de Capri

En la fachada marítima, junto al puerto de los cruceros, no veo nada destacable salvo restaurantes y comercios, eso sí con precios escandalosamente caros, confirmando la reputación de ser uno de los lugares más caros de toda Italia. Para llegar a la ciudad de Capri hay una larga escalinata que en verano no es aconsejable para nadie, salvo que sea a horas muy tempranas o nocturnas, cuando el sol no calcina. Lo mejor y más cómodo es subir en el Funicular. Estoy visitando Capri en mayo y ya hay una larga cola en el funicular a media mañana, pero me dicen que eso apenas es nada comparado con las colas que se producen en verano. Desde la terraza superior del funicular hay estratégico mirador desde el que se contempla gran parte de la isla.

Zona ajadinada en Capri

Otro mirador excelente de Capri es el situado en los jardines de Augusto, muy cercanos al núcleo urbano, desde donde se contemplan los farallones que constituyen el icono de la isla. Paseo por la ciudad y hago un largo recorrido senderista por la isla incluyendo la visita a los farallones. Cuando termino mi tour por Capri me sorprende la injustificada fama de gran belleza de esta isla, ya que carece de monumentos y edificios de gran relieve y no tiene ninguna playa que valga la pena. Además, sus hoteles y restaurantes son escandalosamente caros, y lo mismo digo de sus comercios, entre los que puedes encontrar a las grandes marcas de lujo.

Los famosos farallones de Capri

En fin, dejo Capri con un mal sabor de boca y de la que sólo destaco algunos bellos acantilados y sus icónicos farallones. En cuanto a su famosa "gruta azul", es una auténtica estafa: 14 euros por llegar en fuera borda, otros 12 por entrar a la gruta en el obligado bote y además, la propina obligada al barquero. Encima, el encanto de la gruta, que es la tonalidad azul brillante de sus aguas no se percibe si llegas tarde. En definitiva, no recomiendo para nada ni la gruta ni la propia Capri, que me parecen un bluf.

La escasas y diminutas playas de Capri obliga a aprovecharlo todo

Desde Capri me dirijo a la cercana Costa Amalfitana para lo cual tomo el ferry que se dirige hacia Positano, el primero del conjunto de los 16 municipios que conforman este territorio costero de unos 40 kilómetros, situado en el golfo de Salerno y bañado por el mar Tirreno. Se trata de una zona declarada Patrimonio de la Humanidad muy famosa no sólo en Italia y cuyo nombre deriva de Amalfi, una de sus ciudades más relevantes.

Pueblecito sobre acantilados en la Costa Amalfitana

En un corto viaje de media hora el ferry de Capri me deja en Positano por 25,50 euros. A lo largo del recorrido marítimo aprecio la principal característica de este escarpado territorio cuyas montañas se precipitan al mar a través de empinadas laderas y abruptos acantilados. Pequeños pueblos, que conservan el sabor y la fisonomía de antaño, aparecen desperdigados en medio de campos de cítricos, que se aprovechan para la fabricación del licor de limoncello, olivos y vides.

Positano, con sus calles verticales, desde el mar

Positano es, con Amalfi, la ciudad más turística, lo que se constata en sus pequeñas y ya abarrotadas playas en junio. Es una localidad que en lugar de calles tiene escalinatas, ya que toda ella está construida en una aguda pendiente a modo de balcón sobre el mar. Desde el ferri lo que más despunta es su iglesia, con su cúpula de cerámica vidriada que me recuerda a algunas de la costa alicantina. Hago un recorrido por la ciudad, cosa que me tomo como una prueba deportiva de fondo, dada la verticalidad de la mayoría de las escaleras. En la parte más elevada destacan algunas casas señoriales mientras que en la parte baja, cercana a la playa, se acumulan los restaurantes y tiendas de souvenirs, especialmente cerámicas.

El limoncello es el licor de la Costa Amalfitana

La inexistencia de tren en la Costa Amalfitana limita el transporte al mar y la carretera. Descarto el alquiler de un coche ya que es difícil aparcar en la gran mayoría del territorio por la escasez de plazas, lo que depara que sean muy caras o te obliga a dejar el vehículo en las afueras de la población. Opto por combinar el transporte, de modo que la mitad de la ruta la hago en ferry y la otra mitad en autobús urbano que cada hora, en la temporada estival, recorre la Costa Amalfitana a través de una pintoresca carretera que discurre bordeando el mar.

Playa de Positano, en junio, sin un hueco libre

Amalfi es la capital de la Costa Amalfitana y su mayor atractivo es su vistosa catedral, el Duomo de San Andrés, con una mezcolanza de estilos románico, árabe y normando. Todo el centro urbano está repleto de tiendas que promocionan el licor del limoncello, que se vende en una infinita variedad de envases de todos los tamaños.

La catedral de San Andrés en la localidad de Amalfi

Amalfi se ubica en una zona con reducida pendiente, comparada con otros pueblos de la Costa Amalfitana, debajo de una inmensa roca. En su frente marítimo se sitúa el puerto de ferris y una playa mediana y de arena oscura. Los precios de hoteles y restaurantes en la Costa Amalfitana están por encima de la media, aunque sin alcanzar los niveles escandalosos de Capri.

Vista de Amalfi desde el mar

Desde Amalfi hasta Vietri Sul Mare, donde concluye la Costa Amalfitana, se suceden una serie de pequeños y agradables municipios, con la presencia de robustas torres de defensa, y distintas playas, algunas en pequeñas calas y otras, como la de Maiori, en una amplia bahía. Hago este tramo en el autobús y recomiendo coger un asiento en el lado derecho, desde donde se tiene una buena perspectiva del bello recorrido costero.

La playa de Maiori, una de las mejores de la Costa Amalfitana

Entre las numerosas edificaciones levantadas en la Costa Amalfitana como sistema de protección y defensa contra los ataques por mar destaca la robusta torre normanda de Maiori, situada en un saliente de la bahía y que en la actualidad ha sido restaurada y habilitada como restaurante.

Torre normanda de Maiori, en la Costa Amalfitana

Desde Nápoles me desplazo hasta Bari, en el lado opuesto de la costa italiana, lindante con el mar adriático. Desde allí me propongo visitar una pequeña localidad cercana, de apenas 10.000 habitantes, famosa en todo el mundo por su singularidad. Se trata de Alberobello.

Barrio de trullos en la localidad de Alberobello

Hay varias posibilidades para llegar hasta Alberobello desde Bari, separadas por una distancia de unos 60 kilómetros. Me inclino finalmente por el tren, pese a que es un trayecto cubierto por un servicio de cercanías con muchísimas paradas y que tarda en cubrir el recorrido más de 90 minutos. El precio es de 9,80 euros ida y vuelta. A medida que me voy acercando a Alberobello comienzo a ver desde el tren unas curiosas y singulares construcciones desperdigadas por el campo, de forma circular y rematadas por un techo de forma cónica. Son los llamados trullos.

Los trullos son construcciones de origen rural

Aunque existen también en otros municipios cercanos, la capital de los trullos es sin duda Alberobello, la única en la que barrios enteros están copados exclusivamente por estas construcciones que originariamente se construían en zonas rurales y con la finalidad de servir de almacén. Los trullos y su capital, Alberobello, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y en la actualidad estas construcciones están protegidas y amparadas por la ley.

Trullos habilitados como comercios turísticos

Cuando llego a la estación ferroviaria de Alberobello no aprecio ninguna singularidad, con casas y edificios de viviendas ordinarios. Me oriento con un plano de google y desde la misma estación cojo la calle que tras una caminata de unos 15 minutos, atravesando la parte moderna de la ciudad, me lleva hasta la plaza del Plebiscito, en una de cuyas esquinas, junto a una pequeña iglesia, hay una terraza con una vista panorámica del barrio de Monti, con la mayor concentración de trullos, ya que alcanza el millar. También se divisa, algo más alejado, el barrio de Haya Pequeña con 400 de estas construcciones.

Alberobello cuenta con más de 1.500 trullos destinados a viviendas

Los dos barrios con trullos se sitúan en colinas de ligera pendiente. En lo más alto del mayor de ellos se ubica la iglesia, cuyo origen es muy posterior ya que se construyó en 1925 pero que, para conservar el estilo arquitectónico del conjunto, se diseñó también en el "estilo trullo". Es una de las visitas obligadas.

Iglesia construida en "estilo trullo" en Alberobello

Recorro el barrio de Monti, con sus singulares construcciones muy bien conservadas y restauradas y la gran mayoría con sus paredes bellamente enjalbegadas mientras que el techo es de color grisáceo. El material de todo el trullo es la piedra de canteras del entorno y en su origen se construía sin mortero ni argamasa, regla que se sigue respetando en la actualidad en gran cantidad de casos. Mientras paseo por las peatonales calles de los barrios de trullos reparo en dibujos, signos e inscripciones en algunos de los techos. Se dice que en su origen eran referencias religiosas, místicas o supersticiosas, aunque en la actualidad ya responden a los caprichos del propietario.

Trullos de Alberobello con inscripciones en su tejado

Alberobello se ha convertido en uno de los municipios más turísticos del Sur de Italia y esto se constata con la gran proliferación de trullos dedicados a todo tipo de establecimientos y la gran afluencia de visitantes que a diario llegan a esta localidad, aunque sin grandes agobios. No se me olvida visitar el trullo Sovrano, el de mayor tamaño y altura, el único con dos plantas y 14 metros de altura. Su construcción data del siglo XVIII y se encuentra situado en una zona algo apartada de la concentración de trullos, detrás de la basílica de San Cosme y San Damián. Hoy es un museo y se puede visitar previo pago de 1,50 euros.

El trullo Sovrano, el de mayor tamaño en Alberobello

Obviamente en el Sur de Italia hay más pueblos y lugares pintorescos pero lo que resulta indiscutible es que Alberobello, la Costa Amalfitana y la isla de Procida se incluyen en todas las listas de los más pintorescos y cuya visita es obligada para todo aquél que recorre este territorio de la bota de la península Itálica.

Trullos de la pintoresca población de Alberobello

TODAS LAS FOTOS DE MANUEL DOPAZO