El Machu Picchu es la imagen emblemática de Perú

Que te secuestren dos falsos policías, que te sacudan porrazos a mansalva mientras visitas la ciudad, que tengas que salir por piernas porque te asfixian los gases lacrimógenos de la policía o que un semaforero te pida una ayuda con el apoyo de un expeditivo bate de béisbol. Todo es posible en Perú.

Llego a Lima, en el primero de mis dos viajes a Perú, acompañado por mi hermano Juan José. He leído y visto tanto de este país que no oculto mi expectación cuando el avión de Iberia toma tierra en el aeropuerto de la capital. Durante los próximos 12 días voy a recorrer los puntos más relevantes del país y, obviamente, me las prometo muy felices.

La Catedral de Lima

Hago un salto cronológico en el viaje para abordar en primer lugar lo más gordo que pasó y que le ocurrió a mi hermano precisamente cuando yo ya no estaba, ya que tuve que volver a España antes porque había agotado todas las vacaciones. Mientras me lo cuenta, ya de regreso, flipo en colores. Resulta que va caminando por una calle céntrica de Lima cuando se le acerca una pareja de individuos, de paisano, que le muestran una placa de la Policía. Le piden que se identifique con el pasaporte pero al no tenerlo encima le comunican que no puede ir indocumentado y que les tiene que acompañar hasta comisaria para un trámite de identificación rutinario. No pone reparos y les sigue. Le dicen que suba a un vehículo estacionado muy cerca, que tampoco tiene ningún rótulo ni distintivo oficial.Mi hermano me señala en su relato que ya empiezan a sembrarle dudas los dos personajes pero finalmente opta por subir al vehículo. Los supuestos agentes le aseguran que la comisaría está cerca pero el coche va recorriendo calles y calles, y atravesando toda la ciudad. Es entonces cuando las dudas se convierten en sospechas fundadas ya que comienza a advertir que se están alejando del centro urbano. Es en esas cuando uno de los individuos le dice que “te soltamos si nos das el dinero que llevas”. Le responde la verdad, que apenas tiene dinero encima, mientras ya se percata claramente del lío en el que se encuentra.

Anexo de la Catedral de Lima

El coche sigue su marcha, cada vez más en las afueras de Lima mientras le sigue insistiendo que le entregue el dinero que lleva. Ya en los arrabales de la capital el vehículo para en un semáforo y es entonces cuando mi hermano, no se lo piensa dos veces, abre la puerta y sale corriendo a toda velocidad. Todo sucede tan rápido que los individuos no tienen tiempo a reaccionar. Tras varios minutos de carrera y al constatar que no le han seguido, Juan José respira tranquilo. No sabe dónde lo llevaban pero seguro que no era a ningún sitio muy agradable que digamos. En un taxi regresa al hotel y ya respira tranquilo tras la insólita aventura.

La plaza de Armas es la principal de Lima

Cuando llego a Lima lo primero que hago tras dejar el equipaje en el hotel es visitar el centro histórico. Voy a la plaza de Armas de Lima rodeada de imponentes edificio como la Catedral, el Palacio de Gobierno y el Ayuntamiento. Mientras la recorro oigo a lo lejos detonaciones, mismamente de petardos, y a continuación la consiguiente humareda, y me pregunto qué fiesta están celebrando los limeños. Pronto comienzo anotar un hormigueo en la nariz y un desagradable olor mientras constato cómo la gente aligera el paso. En breves segundos el olor se hace nauseabundo y el cosquilleo ya es un profundo lagrimeo, mientras la gente ya no es que vaya deprisa, es que huye en desbandada, y es que la presunta pirotecnia no es otra cosa que bombas de gases lacrimógenos, por lo que no tengo otra opción que poner pies en polvorosa. Para colmo, a lo lejos ya se barrunta que se acerca la “bofia” armada hasta los dientes. Protegiéndome con un pañuelo de los terribles gases consigo alejarme de la zona aunque el picor de los ojos y la garganta no me desaparece hasta horas después.

Fachada del Ayuntamiento de Lima en una imagen de 2004

Como la zona tomada por la Policía es la más monumental de la capital peruana y apenas he podido darle un vistazo, vuelvo al día siguiente con la esperanza de que haya recuperado la normalidad. Cuando llego a la plaza la cosa está tranquila aunque hay una concentración de personas ante el Ayuntamiento. Me dicen que el motivo del follón, que ya dura varias semanas, es que los funcionarios municipales llevan varios meses sin cobrar, y han optado por expresar su malestar con protestas y concentraciones, por lo que un día sí y otro también, aparece la policía con un gran despliegue de armamento antimanifestaciones, que incluye “pinochitos y tanquetas”, como me diceuno de los concentrados, con los que cargan contra los funcionarios que se quejan.

La protesta de funcionarios llena de papeles la fachada municipal

Decido visitar la catedral y Al salir el panorama es dantesco, con la plaza tomada por la policía soltando porrazos a diestro y siniestro. Espero un tiempo para ver si la tormenta de porrazos amaina pero los funcionarios son duros y se resisten a abandonas el lugar. Al final decido salir por piernas del lugar pero por mucho que explico que “soy turista” no me libro de la furia de un energúmeno que solo entiende el lenguaje del palo y tentetieso y me sacude con la porra. Cuando ya me considero a salvo me paro para recuperar el aliento y es entonces cuando noto el escozor de dos golpes en la espalda que me han dejado una mancha rojiza que afortunadamente desaparece más tarde.

Los "escarabajos" son mayoría en Lima en los años 90

Mientras regreso al hotel en taxi compruebo que el oficio de semaforero también es frecuente en Lima, pero con la variante de que en vez de ofrecer kleenex allí son más expeditivos y mientras te alargan una mano para que le des una propina, con la otra blanden un imponente bate de béisbol para que seas generoso. La efectividad del sistema es total y no precisamente porque los limeños sean muy espléndidos. Superado el trance sin menoscabo físico, el taxista me asegura que este tipo de mendicidad no es frecuente en la ciudad y me comenta que “posiblemente se trate de un loco, ya que me dijeron que el hospicio quebró y han soltado a todos los locos”.

El Palacio de Torre Tagle en el año 1992

Por la tarde decido visitar el Museo del Oro, imprescindible por el tesoro arqueológico inca que contiene, en especial de tan preciado metal. Voy en taxi porque son baratos siempre que conciertes el precio de antemano. En el recorrido me llama la atención una interminable fila de pilones de hormigón que atraviesan las grandes avenidas de la ciudad. “No sirven para nada, son puro adorno”, me dice el taxista. “Es un regalo que nos dejó el anterior presidente”, añade con sorna. Y es que a Alán García, en la situación de pobreza reinante en el país, se le ocurrió construir un trazado ferroviario aéreo urbano. “En total se gastó 220 millones de dólares, que se han tirado a la basura porque el proyecto fue abandonado”, me explica y concluye señalando que la población limeña ha bautizado este frustrado transporte como “el Pilar”, porque a eso se parecen los pilones y porque así se llama la mujer del expresidente. Sobre este transporte he de apostillar que fue retomado muchos años más tarde, en 2009, con el regreso de Alan García a la presidencia de Perú, y que en 2014 se completó la línea 1, con 34 kilómetros de recorrido.

El mismo Palacio de la foto anterior 14 años después

Por cierto que hablando de taxis, me llama la atención el parque de vehículos de Lima, con una mayoría tan deteriorada que parece increíble que pueda circular, hasta el punto de que en Europa seguramente no los admitirían ni en las chatarrerías. El modelo más abundante es el ·escarabajo” de Volkswagen, que es utilizado masivamente por los taxistas por lo que son muy cotizados ya que adquirir uno, aunque esté hecho un cacharro, supone conseguir un puesto de trabajo como taxista, algo extraordinario en un país con una legión de parados. Así me lo explica uno de los limeños que se ha endeudado con un escarabajo “que vienen de Brasil, ya que aquí no se fabrican coches”. Ante tan cochambrosa flota de vehículos me sorprendo de que no haya accidentes a tutiplén. También sobre este aspecto he de señalar que ya en mi segundo viaje a Perú la situación había mejorado y los escarabajos que circulaban eran escasos y convertidos en pura reliquia.

La Casa Aliaga, tomada por la venta ambulante, en 1992

Pasear por Lima y especialmente por la zona colonial sería una delicia si no fuera porque todo está invadido por la venta ambulante. Es la profesión más en boga, ya que basta con disponer de cualquier cosa con un mínimo de valor, o si no se tiene hacerse con ella de cualquier forma, y localizar un par de metros cuadrados libres en una acera, lo que no es tan fácil en una ciudad como Lima.

La Casa Aliaga, ya sin venta ambulante, en 2004

La venta ambulante es la salida de multitud de parados, o “cesados” como se les llama por allí, que pululan por la ciudad a la búsqueda de cualquier forma de ganarse el pan. No pueden vender mucho porque hay más vendedores que clientes y muchos de ellos el día que se estrenan se dan con un canto en los dientes porque ese día, al menos, ya tienen algo que echarse a la boca. Hay tantos que han tomado todo el centro y dificultan el paso por numerosas calles, pero hay una en especial que no tiene ni un centímetro libre por ocupar. No importa cómo se llamara antes, ahora se conoce como “La Colmena”, y en verdad que hace honor a su nombre.

Una calle histórica invadida por la venta ambulante

Ante tal desmadre la autoridad parece que da órdenes a la Policía para hacer la vista gorda y lo constato cuando veo que más que golpear acarician con sus porras. A este respecto, tengo también que reconocer que en mi segundo viaje a Perú esta situación ha mejorado y ya por las aceras de las calles del centro colonial se puede caminar sin agobios. Esta zona es de visita imprescindible, con sus palacios y edificios coloniales imponentes en un conjunto tan destacado que está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Algunos de ellos han sido restaurados y lucen todo su esplendor, aunque otros todavía esperan una urgente renovación.

Desfile de la guardia del Palacio Presidencial

Termino con una referencia a Pizarro, el “conquistador de Perú”, según cuentan los libros de historia. Su monumento, en un gran pedestal, lucía, exultante, en la plaza de Armas, frente a los edificios más destacados de la ciudad. Ahí lo veo en mi primer viaje, todavía en los años 90. Es la misma escultura e incluso con un pedestal casi idéntico, que la existente en la ciudad extremeña que le vio nacer, Trujillo. En mi segundo viaje constato que la estatua ha desaparecido. Pregunto por ella y me dicen que ha sido retirada con motivo de unas obras pero la verdad parece ser otra, y es la controversia que esta figura provoca entre los peruanos. Tiempo después me entero por la prensa que la estatua ha vuelto a las calles de Lima pero no en el mismo sitio, sino en uno mucho más discreto y sin el pedestal, ubicado en unos jardines a espaldas del palacio presidencial.

Monumento a Pizarro en Lima, hoy relegado a un jardín

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