Los templos de Angkor son la gallina de los huevos de oro de Camboya

"No, No, ella no puede subir a la habitación", le dice con firmeza el recepcionista del hotel a un turista occidental que ronda los 40 años. Acabo de salir del ascensor y soy testigo de primera fila de la discusión. Discretamente apartada, una mujer camboyana, de apariencia muy joven, espera para saber qué hacer. El empleado del hotel le insiste al cliente que “usted tiene reservada una habitación individual y no puede compartirla con otra persona”, pero éste le responde que se trata de una “breve visita”. Interesado por saber cómo queda el asunto, disimulo curioseando postales en la proximidad de recepción. ¿Un caso aislado? No, estoy en la capital de Camboya, Nom Pen, una ciudad famosa por ser una de las más visitadas por los extranjeros que buscan sexo muy barato y especialmente con chicas muy jóvenes, incluso niñas.

El paseo fluvial de Nom Pen, en cuyo entorno se concentran los pubs

Diciembre de 2014. Estoy alojado en un hotel situado junto al agradable paseo fluvial de Nom Pen y a sus más destacados atractivos turísticos, incluyendo el monumental Palacio Real. Se trata de una zona con numerosos hoteles de tamaño pequeño y medio, en la que se encuentra la mayor concentración de pubs y bares de la ciudad. El empleado del hotel no da su brazo a torcer. El turista trata de disimular la embarazosa situación sin perder una falsa sonrisa en el gesto, pero sus palabras, en un inglés muy sencillo, no dan resultado. La jovencita camboyana se limita a esperar en la distancia. Al final, ante mi sorpresa, el cliente decide claudicar y en lugar de abonar el sobrecoste de la habitación doble, que no es nada elevado, da media vuelta y se marcha, seguido a pocos pasos de la jovencita lugareña. Esta exigencia del pago de una habitación doble es la única traba que se pone a la prostitución y no en todos los hoteles, según me cuentan. Doy por hecho que en este caso el turista y la joven entraron por separado al hotel para disimular la situación, pero el aspecto de la mujer se distingue a la legua.

En el transporte urbano de Nom Pen destacan los tuk-tuk y los ciclotaxis.

Ya ha anochecido y estoy paseando, acompañado por mi mujer, por la zona de bares, en busca de un restaurante para cenar. Es en este lugar, tras una semana de estancia en Camboya, cuando compruebo con mis propios ojos el boyante negocio del sexo en este país del sudeste asiático. La mayoría de la clientela de los pubs son hombres occidentales, europeos o norteamericanos, la mayoría de entre 50 y 70 años, por lo general viajando con algún amigo, que están tomando copas, en muchos casos acompañados por jovencitas nativas. Están tan lejos de su país y en un lugar tan apartado del mundo que se liberan de toda preocupación. Según me cuentan aunque la mayoría de edad en Camboya está fijada a los 18 años, la edad para consentir una relación sexual se reduce a los 15. Aunque las autoridades aseguran que se están tomando medidas contra la prostitución, no parece que sean muy efectivas a la vista del panorama en la capital del país. En los pubs, las parejas más frecuentes son la de maduro occidental con jovencita camboyana. En un país tan pobre, pues Camboya es de los que tienen una renta per cápita más baja, los precios son muy baratos, lo que explica el gran auge del negocio de la prostitución. Se cuenta que por menos de 20 dólares puedes contratar una jovencita para toda la noche. Aunque existe una moneda nacional, el riel camboyano, todos los servicios y actividades turísticas se pueden hacer directamente en dólares USA.

Niños en un templo budista en una isla cercana a la capital de Camboya

Otro aspecto por el que también Camboya es tristemente célebre es por la prostitución infantil. Los pederastas han encontrado un paraíso en este país, pese a que, en los últimos tiempos, ha habido algunas medidas gubernamentales para perseguirlo y varios de ellos han sido condenados. Estas medidas han provocado que ahora no sea tan explícito y se tomen más precauciones, pero los pedófilos siguen teniendo a Camboya como un destino prioritario.

Casa trasdicional campesina de Camboya

Sexo barato aparte, el transporte es otro elemento singular en Camboya y su capital. Como en casi todos los países del Sureste asiático, recurro al tuk-tuk, una especie de motocarro adaptado al transporte de viajeros. Siempre hay que regatear porque cuando te ven la pinta de guiri te pueden pedir cualquier cosa. Lo normal es un dólar para un recorrido urbano corto y dos si es más largo. Como he pensado visitar las ruinas de un templo y una especie de zoo y de centro de acogida para animales en peligro de extinción, que están a unos 50 kilómetros, negocio una tarifa para todo el día y no es nada complicado conseguirlo por 30 dólares, unos 25 euros. Es la mejor forma de desplazarse ya que el tráfico es caótico, como en todo el tercer mundo, las señales no se respetan y siempre tiene prioridad el vehículo de mayor envergadura.

En Camboya, como en casi todo el tercer mundo, se conduce de cualquier manera

Por supuesto, alquilar un coche sin conductor es una locura, ya que te cuesta más caro que viajar en taxi y acabas con un ataque de nervios ante las burradas que se cometen en las carreteras. Precisamente en este viaje voy a ser testigo de algo que todavía me faltaba por ver. Estamos circulando con el tuk-tuk por un viario interprovincial, que es de los más importantes del país. Carece de aceras y está salpicado de algunos quioscos y chiringuitos. De pronto, el conductor tiene que hacer un brusco giro para no arrollar a un motorista que asoma el morro para incorporarse a la carretera. No puedo contener la ira y me dispongo a increpar tan peligrosa maniobra cuando enmudezco al comprobar que el conductor es apenas un niño que ni siquiera llega a los diez años. Pero no sólo eso, es que, además, conduce una moto con un remolque en el que están montados ¡media docena de niños más! Me cuesta creer lo que veo y doy voces alertando del peligro en una carretera con un tráfico denso, especialmente de vehículos pesados. Sin embargo, ante mi impotencia, la gente más cercana, que entiende perfectamente lo que quiero decir con mis gestos señalando al niño, se limita, en el mejor de los casos, a sonreir, aunque la mayoría no hace ni caso. El chófer del tuk-tuk, tampoco parece darle demasiada importancia y aunque reconoce que es un peligro, me responde que es muy frecuente ver a niños conduciendo por las carreteras. Como tengo la cámara a mano, aprovecho el momento para captar tan lamentable espectáculo.

Un niño de menos de diez años conduce una moto con remolque por una carretera con otros seis niños de paquete sin el menor reparo

Nom Pen tiene algún punto de interés, especialmente el Palacio Real, todo un complejo de edificios y estupas que me ocupó toda una mañana visitarlo y no con gran detenimiento, pero el auténtico tesoro de Camboya son los templos de Angkor, su gallina de los huevos de oro. Es el conjunto de edificios religiosos mayor del mundo y cuna de los jemeres, una de las civilizaciones más avanzadas de la historia. Se encuentra a poco más de 300 kilómetros en dirección Norte. Es tal el número de visitantes, que se ha creado junto a los templos una ciudad, Siem Reap, plagada de hoteles, restaurantes, y todo tipo de servicios turísticos. Siem Reap y Angkor dan, afortunadamente, otra imagen de Camboya, ya que se nota un gran predominio del turismo cultural sobre el sexual, aunque éste tampoco está ausente.

Bailarines con el vestido tradicional camboyano en los templos de Angkor

Recuerdo que ya visité Siem Reap en el año 1994, pero entonces era una pequeña aldea con apenas media docena de hoteles, todos ellos de escasa relevancia. Además, por aquél entonces sólo se podía visitar media docena de templos frente a casi el millar existentes, y con fuerte protección militar por la cercanía de la guerrilla de los jemeres rojos. Ahora, 20 años después, la situación es completamente distinta: hay centenares de hoteles y restaurantes de todas las categorías y se pueden visitar todos los templos, para lo cual puedes adquirir un abono de uno, tres o siete días. Yo adquirí el de tres días para recorrer con tiempo suficiente la veintena de templos más relevantes. Algunos templos están en el entorno del más importante de todos ellos, el Angkot Wat, pero otros están alejados, por lo que decido contratar un tuk-tuk. Tras una corta negociación consigo un precio global de 70 dólares por los tres días, a razón de 20 dólares por día, salvo el último, que sube a 30 al incluir el traslado a los templos más alejados, alguno de ellos a más de 30 kilómetros.

Algunos templos estaban engullidos por la selva cuando fueron descubiertos

Me llama la atención la cantidad de chiringuitos de productos para los nativos con expositores repletos de botellas de whisky rellenadas, ya que se aprecia que están usadas. Me parece exagerado que haya tanta afición a la bebida pero no acierto a saber qué explicación tiene cuando, como adivinando lo que estoy pensando, el conductor para y compra una de las botellas de whisky de un litro de capacidad. Una botella que se bebe de un trago, pero no el conductor, sino el vehículo, y es que no es alcohol sino gasolina. Con apenas una botella los motocarros tienen para todo el día, un consumo mínimo que explica que sean tan baratos. Esta forma de venta evita el engorro de las paradas en las estaciones de servicio, aunque no deja de ser un riesgo la acumulación de tanta botella de combustible en los chiringuitos.

El campo de Camboya es una fuente inagotable de imágenes

Angkor es una visita que todo turista que se precie está obligado a hacer. Yo sólo doy un par de consejos para soportar en las mejores condiciones el mayor inconveniente: el fuerte y pegajoso calor húmedo de la zona. El primero es contratar el tuk-tuk para los desplazamientos, tanto por el precio como por su gran ventilación, que te permite recuperar el aliento durante los desplazamientos entre templo y templo. El otro es agenciarse un abanico para los recorridos a pie por los templos, algunos de grandísimas dimensiones, incluyendo el Angkor Wat, que presume de ser la construcción religiosa mayor del mundo. Así y todo no podrás evitar que la camisa se te empape de sudor en las horas punta del día. Lo demás, como el agua y la comida, no es problema ya que hay chiringuitos en los alrededores de todos los templos destacados y algún restaurante aceptable.

Pescadores echando las redes en el río Mekong

Al anochecer la temperatura se hace más soportable y es un placer pasear por la calle de los pubs, pub Street, un lugar idóneo para cenar, con numerosos restaurantes con menús para todos los gustos. Me congratulo de que ahora Camboya reciba a más de cuatro millones de turistas, como sucedió el pasado año. 20 años atrás apenas eran unos pocos miles.

Monjes budistas durante la diaria tarea de la recogida de dádivas y alimentos

TODAS LAS IMÁGENES DE MANUEL DOPAZO